Los cómics se leen. Y se leen de dos formas: como narración visual, con imágenes, y como cualquier otra disciplina que use la escritura como medio de expresión, sea aquella la poesía, la novela, el relato corto, el aforismo, o el ensayo. Salvo en las instrumentales, hasta la música, las canciones, se escriben: son poesía más música. Pero los cómics, sobre todo, se leen. Lo primero que hace uno al ver una viñeta es leer lo que está escrito en el texto de apoyo o en los globos de diálogo. Una décima de segundo después observa la imagen que lo acompaña. Esa imagen debe aportar algo al texto. No ha de ser redundante. Primero lees, y luego ves. En el cine también se escribe. Sobre todo se escribe. El texto no se lee: se interpreta junto a la acción que muestran las imágenes. Pero todo está escrito. Incluso lo que no se dice: el subtexto.
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El cómic es un medio extraordinario para contar historias. Y esas historias se han de escribir. Y se han de escribir bien. Y creo que esta es la razón por la cual me he alejado del cómic en los últimos años. Porque, salvo excepciones, no leo buenos textos en los cómics. Aunque puede que sea yo el que esté equivocado. En ese caso, me alegraría por el medio.
En los últimos años el panorama se ha consolidado en una situación extraña: en medio de la hecatombe general de la cultura y la economía, la creatividad de los historietistas y su reconocimiento siguen creciendo. Muchos andamos por el mundo como en los chistes de esos tipos que lo habían perdido todo en el casino y salían a la calle desnudos protegiendo su pudor enfundados en una barrica de vino agujereada por el fondo. Sin blanca. Pero los nuevos formatos y una visión más abierta del medio han multiplicado la oferta, y gente que ya se había desenganchado del carro de los tebeos va y me comenta libros que yo ni siquiera he leído. Pero ellos los han visto referenciados en medios de comunicación y les interesan. Nadie puede negar que eso es bueno.
Al mismo tiempo, sin el sostén de ingresos periódicos de las revistas, realizar un álbum en casi como construir una mini catedral tú solito con martillo de tamaño casero y compaginándolo con otros curros para la subsistencia diaria. Esto hace que tengamos presencia en diferentes ámbitos. Nos dividimos a nosotros mismos y llegamos a más sitios sin dejar de ser económicamente unos principiantes que buscan su espacio. Pero existe también una multiplicación de puntos de vista y multiplicación de nuestros disparos hacia muchos frentes diferentes. Aparte de la situación de furgón de cola del mundo de la cultura en la economía, debe ser que el mundo actual marca esas características: dispersión, voluntarismo perpetuo, resistencia, persistencia y adaptación a los lenguajes del momento.
Claro que añoro el formato de revista (lo intentamos repetidamente con Nosotros Somos Los Muertos, contra viento y marea) pero no dejo de ver que los supuestos por los que nos movíamos en los 80 de alguna forma se han materializado. El autor es el jefe, aunque sea de una tribu diminuta: su propia obra. Hay más complejidad de temas y de formas de abordarlos. Tiene cabida tanto el delirio artístico y las actitudes de humor extremo o minimalista conceptual, como las muy documentadas reconstrucciones de temas serios (sociales, médicos, biográficos). De eso debemos felicitarnos. Si acaso yo apuntaría como efecto negativo sobrevalorar algunas obras que pecan de falta de recursos, tanto gráficos como temáticos, y en las que se valoran como características positivas lo que son carencias evidentes.