Gabor de Sebastián Alfie. Ojos que no ven, corazón que filma

Publicado el 04 agosto 2014 por María Bertoni

“Sigo trabajando con imágenes” sostiene en esta entrevista Gabor Bene, director de fotografía que quedó ciego once años atrás y entonces empezó a alquilar cámaras filmadoras en España. La declaración les sonará impostada a quienes lean aquella nota de 2011, no así a quienes vean el documental que Sebastián Alfie le dedicó a este extraordinario profesional de origen húngaro, y que el próximo jueves se estrenará en el Centro Cultural de la Cooperación, casi nueve meses después de haberse presentado en el 28° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

La película se titula Gabor a secas, quizás para adelantar la condición estrecha de la relación que el realizador argentino estableció con su musa inspiradora, y que incluye al público por carácter transitivo. Por lo pronto, los espectadores asistimos al inicio azaroso de un vínculo que crece a la par del largometraje, a tal punto que el fenómeno de familiaridad admite humoradas dignas de toda convivencia matrimonial.

Además de girar en torno a la fascinación que ejerce la personalidad de Bene y de abordar la problemática de la ceguera más allá del protagonista, el film también supone un tributo a la pasión que provoca el oficio cinematográfico. De hecho, Gabor es ante todo el diario de un rodaje que empieza con la reunión donde dos representantes de Ojos del Mundo le encargan a Alfie un corto institucional, que transcurre en Bolivia y que termina con la proyección de la pieza comunicacional finalizada en la misma sede de la ONG catalana.

La ocurrencia de contratar a Bene como director de fotografía del proyecto y, del otro lado, la decisión de aceptar una invitación sin precedentes sugieren la eventual locura de estos dos enamorados de su trabajo. Una locura contagiosa que diluye las primeras reticencias expresadas por los demás integrantes del equipo de filmación.

Al principio del documental, Alfie amaga con adjudicarse un protagonismo que puede asustar a los espectadores alérgicos al cine autorreferencial. Por suerte, el realizador sabe correrse a un segundo plano, una vez presentados el verdadero protagonista y las circunstancias de su aparición. También sabe -y éste es uno de sus mayores aciertos- evitar la aproximación complaciente, sensiblera, en suma, los principales riesgos de la llamada “discriminación positiva”.