Gabriel Celaya A ANDRÉS BASTERRA

Publicado el 07 septiembre 2017 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanica

Andrés, aunque te quitas la boina cuando pasoy me llamas «señor», distanciándote un poco.reprobándome —veo— que no lleve corbata,que trate falsamente de ser un tú cualquiera,que cambie los papeles —tú por tú, tú barato—,que no sea el que exiges —el amo respetableque te descansaría—,y me tiendes tu mano floja, rara, asustacomo un triste estropajo de esclavo milenario,no somos dos extraños.Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviartede las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.No sé si tienes hijos.No conozco tu casa, ni tus intimidades.Te he visto en mis talleres, día a día, durando,y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,cansado, indiferente, nostálgico o borracho.Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,ni que escribía versos —siempre me ha avergonzado—,ni que yo y tú, directos,podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,cordialmente furiosos, estrictamente amargos,anónimos, fallidos, descontentos a secas,mas pese a todo unidos como trabajadores.Estábamos unidos por la común tarea,por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,por labores sin duda poco sentimentales—cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;arreglar como sea esta máquina hoy mismo—y nunca nos hablamos de las cóleras frías,de los milagros machos,de cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,accesorias, gratuitas, sin último sentido.Nunca como el trabajo por sí y en sí sagradoo sólo necesario.Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,de materias primeras,resistencias opacas, cegueras sustanciales,ofrecidas a manos que sabían tocarlas,apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.Maderas, las maderas humildemente nobles,lentamente crecidas, cargadas de pasado,nutridas de secretos terrenos y paciencia,de primaveras justas, de duración callada,de savias sustanciadas, felizmente ascendentes.Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,y el olor que expandían,y el gesto, el nudo, el vicio personal que teníana veces ciertas rollas,la influencia escondida de ciertas tempestades,de haber crecido en esta, bien en otra ladera,de haber sorbido vagas corrientes aturdidas.Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;las hay que sólo charlan y ponen telegramasmas sirven a su modo;las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,de prensas, celulosas, electrodos, nitratos; las hay, como nosotros, dadas a la madera,unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,las herramientas fieras del héroe prometeicoque entre otras nos concretanla tarea del hombre con dos manos, diez dedos.Tales son los oficios. Tales son las materias.Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,la tuya, Andrés, la mía.Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundoque quisiera seguirse sin pena y sin cambio,pacífico y materno,remotamente manso, durmiendo en su materia.Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,transformándolo, fieros, construimos un mundocontra naturaleza, gloriosamente humano.Tales son los oficios. Tales son las materias.Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.Tales son las humildes tareas que precisanla empresa prometeica.Tales son los trabajos comunes y distintos;tales son los orgullos, las rabias insistentes,los silencios mortales, los pecados secretos,los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;tales las resistencias no mentales que, brutas,obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;tales sus peculiares maneras de no hablarsey unirse, sin embargo.Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,con manos que construyen armarios y dínamos,y versos y zapatos;con manos que manejan furiosas herramientas,fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,y otras veces se quedan inmóviles y abiertassobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.Manos raras, humanas;manos de constructores, manos de amantes fieleshechas a la medida de un seno acariciado;manos desorientadas que el sufrimiento muevea estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.Están así los hombrescon sus manos fabriles o bien sólo dolientes,con manos que a la postre no sé para qué sirven.Están así los hombres vestidos, con bolsillospara el púdico espanto de esas manos desnudasque se miran a solas, sintiéndolas extrañas.Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,y el tranvía, y las nubes, y un instinto —un hallazgo—,todo junto, cualquiera,todo único y sencillo, y efímero, importante,como esas cien nonadas que pasan o no pasan.Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,tan raros si nos miran seriamente callados,tan raros si caminan, trabajan o se matan,tan raros si nos odian, tan raros si perdonanel daño inevitable,tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,tan raros que si piensan se doblan de ironía.Mira, Andrés, a estos hombres.Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.Dime que no vale la pena de que hablemos,dime cuánto silencio formó tu ser obrero,qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,aunque nuestras fatigas no puedan explicarsey se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,aunque desesperados,bien sea por inercia, terquedad o cansancio,metafísica rabia, locura de existentesque nunca se resignan, seguimos trabajando,cavando en el silencio,hay algo que conmueve y entiendes sin ideassi de pronto te estrecho febrilmente la mano.La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.