La verdad es que fueron muchos viajes, podría decir incluso que se palpaba en el aire, que comencé a vislumbrarlo de lejos. Aunque es muy fácil hablar a toro pasado, después del partido todos sabemos el resultado, como en el yute, que ganas todas las partidas mirando desde arriba. Pero hubo un momento en que terminaba siempre de la misma manera, jugada repetida que empapaba mi momento con una angustia pasajera, rasgando la noche con mi espada lisérgica, armadura forjada en Ácido puro con yelmo de hiperestesia. Y así, entrando a la carga en los garitos punteros, desbarrando en los bares-destroyer más cañeros, cerrando la noche en la cafeta de la estación hasta que nos golpeaba el sol en la cara y catapultábamos a la calle, saliendo de estampida como rebotados de una portada de Jetro Tull: cargados de abalorios, imperdibles y collares, la tira de pulseras y anillos con calaveras y puñales, juglares anacrónicos del tipo Blad Runner.
Gabriel Oca Fidalgo. Ansiedad, vida de un yonqui. Ediciones Lupercalia, junio de 2014.