Cruzamundos es una novela juvenil donde las secuencias de acción tienen un ritmo frenético y en la que los personajes obedecen a esa imaginación desbordante que tienen los niños
Por: Manuel García
La novela repite los tópicos de otras obras que hay en el mercado dirigidas a jóvenes y niños. Sin embargo, este Cruzamundos destaca por un ritmo frenético de aventuras, por una capacidad de síntesis a la hora de acumular muchas acciones en pocos párrafos.
No voy a desvelar el argumento. Diré que, sin grandes pretensiones literarias, Gabriel Sánchez consigue trasladar a un ejercicio escrito la velocidad y la caracterización de un género ahora propio del discurso televisivo; la novela de aventuras, que los dibujos animados rentabilizan una y otra vez. Y ahí es donde está el talento de esta obra, en su habilidad imitativa para recrear por escrito los lances, anécdotas y trepidantes saltos mortales que encontramos en la animación o en películas legendarias como Los Goonies.
Lo que también es subrayable en Cruzamundos es la galería de personajes y monstruos con los que nos encontramos, pues reunen esas características hiperbólicas y desconcertantes tan apetecibles en el imaginario de los niños.
El trabajo de Sánchez García-Pardo mezcla la animación y el cine con una literatura que recuerda al Verne más trepidante. El juego de rol, mapas misteriosos, mundos imposibles y acciones secundarias contribuyen a ese ritmo acelerado en la novela que se intensifica con sobrias descripciones que apenas esbozan a los personajes. Porque la intención es que el público infantil y juvenil genere ese universo particular de los mares de Ilus. Estamos ante una novela infantil o juvenil, según se mire, más que recomendable, que persigue el entretenimiento y la fabulación de un mundo personal que encuentra también similitudes con Tolkien por la configuración propia de espacios y protagonistas.
Enhorabuena a Gabriel.