Nunca tengo muy claro, ante una biografía cinematográfica, qué es lo fundamental y qué, lo accesorio —si es que tiene algún sentido entrar en ese tipo de categorizaciones—: la fidelidad a la biografía real (?) del personaje protagonista; el acierto en la elección de los pasajes más significativos de su vida que han de constituir el tronco dramático de la propuesta; el parecido de los actores con los personajes reales a los que dan vida en pantalla (que, por cierto, en el caso del actor protagonista de ésta —Éric Elmosnino—, alcanza un nivel asustante). Es evidente que todos ellos son elementos que tienen un peso, una enorme influencia en la valía final del producto que se plasma en el celuloide. Pero ninguno de ellos puede hacernos olvidar que, al fin y a la postre, eso que vemos es una ficción cinematográfica; o sea, sin un guión bien pergeñado y sin un trabajo acertado de puesta en escena y despliegue narrativo, todo lo que tendremos serán vanos fuegos de artificio: más o menos sorprendentes en un primer golpe de efecto, pero poco eficientes a la hora de armar una propuesta sólida. Ésa, y no otra, pues, es la gran incógnita que, en términos estrictos de valoración fílmica, me plantea una película como “Gainsbourg (Vida de un héroe)”.
Pero no es la única: hay otras, en aspectos “colaterales”, que también despiertan mi curiosidad. Muy en especial, la relativa al atractivo que puede despertar una figura como la de Gainsbourg en un país que no sea la Francia que lo convirtió en un mito viviente, fuera de la cual buena parte de ese hálito legendario se disuelve en el ácido del desconocimiento y la lejanía; y más concretamente en esta España donde tan reacios somos a la mitificación de los artistas, no por ningún prejuicio de orden moral o consideraciones de índole filosófica, sino por la querencia tan fuerte que tenemos por hacer leña de todo árbol, incluso mucho antes de que dé la más mínima muestra de ir a caerse. Si ya costaría llevarnos a las salas al calor de alguna figura de renombre nacional, ¿cuál puede ser el gancho comercial de un hombre que, probablemente, y a día de hoy, sea más conocido como el padre de su hija Charlotte que por sí mismo? Una duda razonable. Tampoco deja de tener su interés el comprobar si el enésimo autor de cómics que da el salto al timón cinematográfico (Joann Sfar, director del film) demuestra idéntica solvencia narrando con imágenes en movimiento que con sus tiras sobre papel. Otra duda igualmente razonable. ¿Soluciones? El próximo viernes....
PRONÓSTICO: no será por falta de curiosidad...