Gala Peruana de Navidad: pasión, poder y presente transformador

Publicado el 24 diciembre 2019 por Apgrafic

Por Lucy Quintanilla

Las luces completamente apagadas, la última llamada ha sido dada, el público espera en silencio y solo la sensación del contacto corporal con la butaca te indica que estás en un teatro, que la función va a empezar y de pronto, la quietud es rota por las primeras notas musicales que cada vez elevan más y más su voz y que, en conjunto, parecen acercarse, poco a poco, cada vez más intensas hasta que un remolino de sonidos te ha envuelto y abre un telón que, a su vez,  le da inicio a un angelical Adeste Fideles entonado por Lucero Zevallos, el tradicional himno navideño mundial que aquí, en el Perú, es celebrado entre tonos clásicos de violines, violoncellos y flautas traversas aunados a los inigualables ritmos del cajón, la guitarra, los timbales, los pies descalzos y el festejo. ¡Empezó la fiesta!

Todos visten de blanco, Pablo Sabat de pie, con brazos y manos que manejan su propio lenguaje dirigiendo a la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil que no para de tocar y que, entre tiempo y tiempo, desde su sitio, también baila al compás de la música de cada región. Esta es la simetría del sonido y la unidad hecha canto, baile y peruanidad pura. Es también el hilo conductor, minuto a minuto, de una narrativa que nos explica detalladamente nuestras raíces, nuestros orígenes en una tierra rica por naturaleza, con esa diversidad monumental que nos caracteriza a través de expresiones culturales reflejadas desde el lenguaje corporal de mujeres y hombres que se empoderan en un escenario que también parece zapatear y mover cabeza, hombros, ojos y eso sí, sonreír sin cesar. Va a nacer Jesús y el mundo entero se reúne en un marco iluminado, de colores y alegría, en el Gran Teatro Nacional. De pronto, la Gala de Navidad se transforma en un viaje inolvidable, uno que parece encantado pero que es real, tanto como la sensación de celebración, familia y camaradería pura que nos invade de pies a cabeza por estos días. Se viene un mundo por descubrir en los siguientes minutos, uno que empieza en la Costa, se sumerge en la Sierra y termina danzando en la Selva peruana, tan solo para hacer el recorrido de regreso una y otra vez, y una vez más. ¿Será que el principio y el final a veces están aquí, ahora?

OVACIÓN EN LA PLAZA MAYOR
Con la Catedral de Lima, el Palacio de Gobierno y el Palacio Municipal como gran contexto central, la Plaza de Armas se ha transformado en un escenario totalmente iluminado, en el que más de doscientos artistas harán estremecer a miles de peruanos que, durante horas, han esperado la cadencia de los ritmos nacionales, atraídos por un poderoso imán que romperá la cotidianeidad de una ciudad tantas veces congelada en la rutina. Por primera vez, la seducción de los Elencos Nacionales trae consigo el nacimiento navideño al Centro Histórico de Lima, trae los villancicos de Chabuca Granda, el barroco enamorándose de los bastiones musicales populares, y trae también la marinera limeña y la pureza irrepetible reflejada en la voz de El Coro Nacional de Niños.

“El primer reto era poder hacer un espectáculo navideño que tenga identidad y el fin de unir a la familia mostrando lo tuyo, tu tradición, tus raíces. Esto parte de la navidad, a lo que suena, a lo que se ve, a los colores y a lo que se siente en nuestro país”, comenta Fabricio Varela, Director Creativo de la obra.

Y así, de repente, el tiempo se estremece entre el paso y los altibajos de la profética música barroca, al canto de “Cholito” que entre quenas, charango y zampoñas entrega el villancico que refleja al niño que innegablemente es peruano y repite “Al niño Dios le llevamos un ponchito de color, un chuyito muy serrano, zapatitos de algodón...”. En pareja, los danzantes descalzos ingresan al escenario, levantando pañuelos blancos que se agitan; ellas con polleras de colores, enaguas y monteras de fiesta; ellos, con chalecos, camisa blanca, ponchos bordados y pantalón negro. Todos bailan, con sombreros blancos de gala, giran sin parar, avanzan, retroceden, se agachan, se levantan, las manos atrás mientras zapatean, los saltos y el pañuelo hacia el cielo, las rondas al son de un huayno precioso que te alegra la vida e inevitablemente, hace que bailes también sobre el sitio. La música no para, ni la vida que se despierta al máximo en el teatro imaginario en que se ha convertido el corazón del Centro de Lima. Los brazos abiertos cantan “Todos te creerán ¡cholito! Que naciste en el Perú”, mientras las voces infantiles continúan empoderándose desde la inocencia indisolublemente unida a la fuerza.

¿Serán los violines? ¿Serán las voces angelicales? ¿Serán los constantes zapateos que facilitan la permanente sensación de energía y entusiasmo? La Catedral está quieta, atenta a lo que ocurre en su atrio, es una invitada más al espectáculo irrepetible. Hay dos pantallas gigantes, el público grita, aplaude, llora y tararea la música desde su espacio. Nadie se pierde de nada, es un encuentro al aire libre en donde las desigualdades se difuminan y las diferencias potencian su valor. “Como me dijo un amigo después de ver la primera función: esto es una exaltación a la peruanidad. Y en navidad, que no es lo que se hace normalmente. La Gala es una obra muy especial para todos, una que le habla a todo el mundo y que abarca más espacios porque une el folclor a lo sinfónico, algo que es bastante novedoso”, comenta Pablo Sabat que, formado en el rostro clásico de la música, encuentra en esta pieza el enriquecimiento y la libertad creativa que te deja la fusión entre lo académico y lo popular, esa interacción entre los dos campos que resulta tan útil.

El juego de luces de colores no se detiene, las paredes de la catedral también se vuelven azules, rosas, verdes, lilas; los espacios entre pieza y pieza son imperceptibles y los niños siguen iluminando todo con sus voces mientras los integrantes del Ballet Folclórico Nacional siguen despertando las ganas de conocer más sobre el Perú. La cumbre fundamental de esta obra es que está basada en las constantes diferencias, en una diversidad enorme de expresiones que va desde los trajes típicos, las coreografías, los instrumentos musicales, los videos para la escenografía hasta la procedencia de los integrantes de los elencos participantes.  

PLURALIDAD EN EL GRAN TEATRO
“Antes decíamos que éramos débiles o subdesarrollados por toda la mezcla que tenemos, no nos definíamos con nada. Y hoy por hoy, esa mezcla y esa diversidad es lo que nos hace diferentes y poderosos. Tenemos tanto, que podemos hacer un espectáculo con este nivel de variedad, que una región no se parezca a la otra, que veas muchos vestuarios, que puedas ir de una danza con pie descalzo a algo muy aburguesado y también a algo muy autóctono.  Ese es nuestro país, y es lo que nos potencia y lo que potencia espectáculos como estos”, afirma un orgulloso Fabricio Varela.

El Gran Teatro Nacional reúne en cinco galas a una audiencia que vibra con la música y a la que, en más de una ocasión, se le eriza la piel oyendo los aplausos y las voces de los niños en completa sintonía con los zapateos, los gritos de triunfo y movimientos de los bailarines hasta llegar a una orquesta que vive, desde su lugar, la gran noche navideña. Pablo Sabat descubre impresionado que en alguna ocasión “todos los músicos de metales zapateaban a la vez que los bailarines de la música negra, todos sobre el sitio mientras no tocaban”. Al parecer, interiorizan íntegramente el espectáculo en vivo a través de un espíritu ya casi mítico que te empuja a volcar el alma en conjunto.

LA VIDA DETRÁS DEL ESCENARIO
Mientras tanto, en el backstage, la locura de la inmediatez se hace realidad. Trajes minuciosamente seleccionados y ordenados sobre el suelo, esta es la comprensión del rompecabezas que solo el dueño conoce, como si se tratase de un crucigrama de trajes típicos y complementos con voz propia, o el mapa nacional dibujado entre puertas que hacen el papel de perchas, maletas repletas, sillas que también son pequeños roperos y artistas que corren entre cada cambio, que se ayudan entre sí a vestirse y también a desvestirse, que se quitan y ponen la ropa en cuestión de segundos, agitados, respirando a mil por hora, porque les toca salir nuevamente a escena.  

Un par de tacones aguja de color rojo salen al encuentro de cualquier transeúnte, sin duda alguna pertenecen al repertorio de la Marinera Limeña; al frente, múltiples pares de zapatos blancos de tacón bajo, sombreros con cintas coloridas, vestidos con vuelos, equipajes abiertos que desnudan su interior, como si de un viaje a puertas se tratase, será que un grupo de trotamundos recorren el Perú de principio a fin a través de las danzas típicas, de las leyendas y las costumbres tan propias que salen, una vez más, ante el público reunido, expectante de más.

Parece que el mundo vibra y que el corazón le va a explotar, el grito de ¡Perú! se oye en un estruendo que resuena en cada rincón del teatro al cierre de “Señor San José, carpintero fino”, el villancico de Junín, de Facundo Toro. Una vez más, la ovación es inevitable.

“Caminito” ya ha hecho su recorrido, el villancico del Amazonas que, sin pretensiones, descubre la femineidad de la mujer peruana, que mueve las caderas y los hombros mientras lleva cántaros, el cabello largo y suelto en contraste con su contraparte masculina que, con el torso desnudo se relaciona mediante un lenguaje de movimientos más rectos, severos y desafiantes. Una antítesis de color, equilibrada con la conversación entre la sensualidad de ellas y el exotismo del hombre de la selva peruana. Finalmente, la fuerza emana de ambos.

Cánticos en quechua originales de Huancavelica y Cusco, la Navidad negra que te hace zapatear y aplaudir desde donde estés, y también las letras nostálgicas plasmadas en “Misterio”, “Dormía yo” y “Quietud” que alguna vez compuso Chabuca, cuando sus niños iban a nacer, cuando quiso reflejar que cada uno era único y especial: “La madre espera tranquila, bajo la luz de una estrella, Dios en su hijo va a nacer...”.

Esta es la narrativa musical que refleja la vida de una cultura ancestral celebrando la llegada de la paz y el amor, que comunica desde la cercanía, desde el tú a tú, desde el reconocimiento del otro ser humano en uno mismo. Esta es la historia que remarca las diferencias reunidas en una personalidad poderosa, llena de color, de matices infinitos y libertad total.