En el Hostal Villamil nos estaba esperando la familia que vivía en la isla. Se encontraban realizando los quehaceres cotidianos en el patio central de la casa. Doña Josefina y Don Kiko nos recibieron amablemente y nos ubicaron en una de las habitaciones que daba al patio. Sus nietas jugaban en una de las mesas a las cartas.
A don Kiko le estaba grabando un equipo de filmación sobre un programa dedicado a los habitantes nativos de la isla. Tenía 75 años e iba respondiendo el pobre hombre como podía, pues se encontraba un poco despistado con todo el montaje.
Nos fuimos a desayunar a unos pocos metros del alojamiento e inmediatamente nos fuimos a visitar la isla. Comenzamos en la misma playa de Puerto Villamil que se extendía en una gran bahía de aguas cristalinas y arena blanca.
Antes contratamos dos excursiones para los próximos días ya que poco se podía hacer por cuenta propia, gran parte de la isla se encontraba ocupada por científicos para el estudio de los volcanes y su gran diversidad de plantas.
Nos dirigimos después a la misma playa que habíamos dejado y continuamos hasta la playa Concha de Perla que más bien era una entrada de agua en forma de laguna y por unas escaleras se bajaba a la piscina natural.
Por el sendero vimos manglares, iguanas y lobos marinos recostados en las plataformas de madera o sentados en algún banco.
Este manglar provee importantes funciones ecológicas: es vivero de peces, moluscos y crustáceos que proveen trabajo a la comunidad, purifican el agua reteniendo los nutrientes y contaminantes que afectan a nuestra salud. También protegen la costa de oleajes y tsunamis y sus poderosas raíces fijan el suelo frenando la erosión.
Un señor que alquilaba máscaras para el buceo así que nos desvestimos y nos sumergimos en el agua bajando las escaleras. Allí había tortugas, leones marinos, alguna tintorera, además de peces tropicales y algas marinas.
Los lobos marinos jugaban a sus anchas nadando por delante nuestro y rodeándonos, las tortugas se dejaban acompañar pues casi las podías tocar, y las tintoreras permanecían durmiendo tras las rocas.
Después del placentero baño tomamos un poco el sol y nos fuimos hacia el otro lado del puerto para ver más leones marinos. Aquí había una gran familia recostados en las plataformas, en las escaleras, incluso sentados en los bancos o jugando los más pequeños en las escaleras, armando un gran estruendo.
Era un paraíso donde se respetaba el espacio animal, por este motivo permanecen cercanos al ser humano sin tenerle miedo, aunque las iguanas eran más reservadas y si invadías su espacio vital te escupían.
Por la tarde hicimos la excursión de Las Tintoreras en un grupo reducido de 10 personas. Embarcamos en una lancha y en 45 minutos nos llevaron a los túneles, donde hicimos una caminata por la tierra volcánica de otros 45 minutos. Aquí se encontraban iguanas y piqueros de patas azules.
El paisaje era espectacular, la lava formó unos arcos enormes pero debido a los movimientos sísmicos, este lugar cambia constantemente.
Vimos también el túnel de las tintoreras. Venían más bien por la mañana pues por la tarde pegaba bastante el sol.
Después nos fuimos a comer y continuamos la excursión para hacer snorkelling con el guía y disfrutamos otros 45 minutos. La estrella principal era ver a los tiburones de blanco moteado o tintoreras, rayas moteadas, peces globo, peces cirujanos, tortugas y caballitos de mar.
Me separé del grupo y me fui con las tortugas que las iba acompañando viendo como comían algas marinas y luego salían cada poco tiempo a la superficie asomando su cabecita. Durante un largo rato estuve con ellas y disfruté como una niña.
Subimos de nuevo al barco y conocimos a una pareja ella española y el peruano, eran muy agradables, vivían en Perú y de vez en cuando viajaban a España donde ella tenía casa.
Con ellos (Leticia y Jorge) hablamos dando un repaso a nuestras vidas, viajes, política, pandemia y otros muchos temas. Se nos hizo muy amena la vuelta y contentos por la fauna marina que allí nos encontramos.