Galería de favoritos 104 / Atticus Finch

Por Calvodemora

Harper Lee escribió un libro para esconderse dentro un evangelio cívico donde la redención del pecado era sustituida por el pago del delito. Atticus Finch, el hombre bueno por excelencia, bueno machadianamente, bueno bíblicamente (aunque eso de calzar la Biblia tiene muchos matices), bueno a salvo de todas las imperfecciones del mundo, es también el hombre cabal, el imperturbable, el conjurado, el trascendente al modo de algunos personajes de Frank Capra. Lee registró la historia de un abogado contra el Sistema, contra una sociedad cafre, incivil y escandalosamente injusta, las tres puntas son el mismo dardo. Atticus es para siempre el impecable hombre vestido de blanco, con gafas de pasta que Gregory Peck inmortalizó en Matar a un ruiseñor. La he visto muchas veces y sé que tengo que verla muchas más. Ahora de nuevo como cura, como evidencia de que un mundo mejor es posible y todo eso que uno se cuenta cuando ve que las cosas ahí afuera se están liando en exceso y que no tenemos aguante para casi nada, aunque el aguante posee sus matices también, cómo no.Hacen falta algunos Atticus en estos días atropellados. Atticus sin tacha, Atticus que no flaqueen en la comisión de la justicia y del bienestar, aunque el personaje sea un arquetipo tal vez sobre dimensionado y etéreo. Porque hay también de eso. De algún modo Atticus simboliza la verdad sobre el caos que genera la mentira, hace pensar que un hombre solo puede derribar los altos muros de esa injusticia que campa por la tierra y se hace fuerte sin que la debilidad (que la tiene) triunfe. Luego está la verdad de la infancia, su limpieza. La enturbia la experiencia: de ahí la valía de la educación, la restitución de unos valores, la enseñanza primaria de que todos somos una pieza del mecanismo de la sociedad o de la realidad, viene a ser lo mismo. Lo de hoy (voto en un rato) es un ejercicio cívico al que a veces no se le da la nombradía que merece. Cuando uno vota, en ese instante, es un arquetipo, un símbolo, un adalid solitario de un sentir mayor, el de intervenir en la realidad y sentirse parte de ella. Resta que no se desmorone la festividad una vez se recuenten los votos y los elegidos se desentiendan de la cosa encomendada y barran hacia adentro en lugar de limpiar en todos lados