Gales es una de las naciones que conforma Reino Unido y forma parte de lo que podemos llamar un sistema político y territorial complejo. Además, es una de las regiones más pobres de Europa, que votó a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea a pesar de recibir cuantiosas ayudas económicas desde el continente. ¿Qué futuro le espera?
En Reino Unido suele decirse, más o menos a menudo, que Gales fue conquistada, mientras que Escocia fue anexionada, y que eso ha marcado en gran medida la personalidad de la región y su relación con el poder central. Situada en una península al oeste de la isla británica, tiene su capital en Cardiff, tres millones de habitantes y un idioma, el galés, que convive con el inglés. Con una figura de ministro principal que representa, junto al Parlamento galés, los intereses de la nación, Gales es uno de los ejemplos de lo compleja y desigual que resulta la política territorial de Reino Unido.
La Historia de Gales como nación y territorio se remonta mucho tiempo atrás. Antes de la conquista inglesa del territorio, Gales puede contar un relato propio como una de las naciones celtas del mundo. El período de la conquista romana tuvo una gran importancia en la región en cuestiones como la religiosa, con la expansión del cristianismo. Sin embargo, en el siglo XIII el rey Eduardo I de Inglaterra ganó la batalla contra el líder Llewelyn por el control de la región y, con esa victoria, a pesar de que en Gales se conservaron la cultura y la lengua, comenzaría la ocupación inglesa y la unión de ambas regiones. Desde entonces, el monarca británico concede el título de príncipe de Gales al heredero al trono.
Tras la victoria de Eduardo I, Gales fue anexionada a Inglaterra a través del Estatuto de Rhuddlan en 1284, una ordenanza real tras la cual se introducía en el territorio el Derecho consuetudinario inglés —sistema legal que comparte con todo el reino, excepto con Escocia— y la designación de algunos funcionarios a la orden del rey, con el permiso para que permanecieran algunas costumbres galesas. Sin embargo, esta unión no se oficializó realmente hasta el Acta de Unión de 1536, cuando se formaron legalmente las entidades de Inglaterra y Gales. A través del acta, la ley local quedaba reemplazada oficialmente por la ley inglesa, la única reconocida en todo el territorio. El idioma galés se relegó también para dar paso al único idioma oficial y reconocido: el inglés. Desde entonces, la asimilación en Gales de todas las instituciones y formas de gobierno de origen inglés no ha cesado, lo cual ha creado en algunas ocasiones ciertos conflictos de identidad.
Gales y Westminster
La relación entre Gales y Westminster no deja de ser complicada y está llena de tiranteces, a pesar de tener en común con los ingleses una base religiosa y poseer un comportamiento electoral similar. Tras la pérdida de poder de Cardiff como base central en la producción y exportación de carbón, Gales se ha ido adaptando a las necesidades de la región, con una mayor producción en la actualidad en los sectores agrícola y ganadero.
Los conflictos entre Gales y el Gobierno central encuentran su origen en las desigualdades territoriales que hay entre las distintas regiones del conglomerado, con una absoluta imposición en la política de las prioridades inglesas, región que produce más del 80% del PIB y cuenta con el 84% de la población total. La fórmula Barnett, el sistema a través del cual se establece el gasto medio del Gobierno por persona —vía pensiones o ayudas— y región, es uno de los ejemplos de esa desigualdad. En 2011 la Asamblea Nacional de Gales publicó un estudio que establecía que, debido a ese sistema —entre otros motivos—, el dinero que debía destinarse a la región anualmente contaba con un déficit de alrededor 300 millones de libras al año. Así, a pesar de ser la nación más pobre de Reino Unido, Gales recibe menos financiación que Escocia o Inglaterra, lo que perpetúa el continuo aislamiento y empobrecimiento de la región, hoy una de las más pobres de Europa.
En 1966 el partido nacionalista galés Plaid Cymru —‘Partido de Gales’ en su idioma— logró por primera vez representación en el Parlamento de Reino Unido con el objetivo principal de la “devolución” —como se conoce formalmente— de ciertas competencias a instituciones parlamentarias propiamente galesas. La primera consulta sobre este retorno de poder, realizada en 1979, no obtuvo resultados satisfactorios. Sin embargo, un segundo intento en 1997 logró el sí del 50,2% de la población y desembocó en la creación en 1999 de un Parlamento galés —llamado Asamblea Nacional— con 60 diputados o “miembros de la asamblea”. En un sistema de representación proporcional mixto, los diputados son elegidos cada cuatro años.
Si bien es cierto que este proceso de devolución de competencias a Gales trata de compensar la excesiva representación inglesa en todos los ámbitos de la vida británica, se trata de una transferencia de poder que todavía se encuentra en proceso de desarrollo. El Acta del Gobierno de Gales de 1998 solamente establecía la posibilidad de legislar de manera secundaria en la región con autorización previa del Parlamento británico. Por ello, el salto cualitativo hacia un mayor autogobierno no se produjo realmente hasta 2007, cuando la nueva acta del año anterior entra en vigor y abre el camino a la Asamblea Nacional para poder realizar un verdadero trabajo legislativo en distintas áreas definidas: agricultura, cultura, educación, medio ambiente, sistema sanitario, turismo, transporte, etc.
A pesar de que las devoluciones de poder a las distintas regiones por parte del Parlamento británico parecen indicar un sistema más igualitario, en la práctica solo intensifica las diferencias de las distintas naciones en un mecanismo que sigue siendo unitario, pero asimétrico, donde el exceso de representación inglesa no ha sido solventado. Además, esta transferencia de poderes ha hecho surgir, con el tiempo, otro problema importante en la asimetría del modelo: la llamada “cuestión inglesa” o, lo que es lo mismo, el desequilibrio existente entre las representaciones de las naciones. Los miembros del Parlamento británico no pueden opinar ni votar en áreas que legislan las distintas naciones de manera autónoma, pero sí a la inversa: los partidos nacionalistas con representación en el Parlamento deciden sobre el futuro de la totalidad del país, lo cual hace todavía más complejo este ya de por sí complicado sistema.
Brexit y bregret
Ingleses y galeses, pese a sus diferencias, son parecidos a la hora de votar. Así lo demostraron en el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea, en el que Gales fue una de las dos naciones que votó a favor de la salida. Con casi un 72% de participación en la consulta, la mayor junto con los datos de Inglaterra, un 52,5% de los galeses votaron a favor del divorcio entre Reino Unido y la Unión, un hecho que ha traído de cabeza a muchos analistas. Siendo una de las regiones europeas que más ayudas recibe por parte de Bruselas —unos 240 millones de libras anuales, y se calcula que para 2020 habrá recibido más de cinco mil millones de libras en fondos estructurales—, esta votación dejó al resto de la sociedad —en especial, los europeos— con la sensación de que Gales no sabía lo que estaba haciendo.
Los motivos que empujaron a los galeses a tomar esta decisión pueden llegar a ser mucho más complejos de lo que parece a simple vista y, a la luz de su relación con el poder central, merecen ser analizados. En general, la campaña por el no en Reino Unido fue apenas percibida por los ciudadanos, quienes se vieron inmersos en un discurso antiinmigración que poco a poco fue haciendo mella en una clase media que se sentía olvidada por el sistema. Sin embargo, esta ausencia de campaña se notó especialmente en Gales, donde los partidos políticos, como el Partido Laborista Galés —Llafur Cymru— o Plaid Cymru, llegaron tarde y mal al discurso y a la campaña. A esto se le suma una pobre cobertura en los medios: la filial de la BBC en Gales solo se pudo permitir un programa de debate sobre el brexit a pocas semanas de la votación; para entonces, la decisión estaba prácticamente tomada. Ningún medio o movimiento a favor de permanecer en la Unión Europea fue capaz de transmitir y hacer correr la voz sobre los beneficios de permanecer en Europa o qué significaba realmente marcharse.
Si no hubo una cobertura mediática especial sobre la consulta que abarcara temas específicos que podían preocupar a la región, lo que sí hubo fue un amplio despliegue de medios ingleses sobre el asunto, medios que, por otro lado, se centraban en preocupaciones propias de la población inglesa, las cuales no tenían que extenderse necesariamente a los galeses. Así, en una región donde abunda el miedo al cambio y que cuenta con una de las poblaciones más envejecidas del reino —alrededor de un 37% supera los 50 años y un quinto de ellos están jubilados o en edad de jubilación—, los patrones de voto fueron muy similares a los de Inglaterra, en especial en lo referente a la inmigración: si bien los galeses son conscientes de las ayudas que reciben por parte de Europa, también es cierto que, antes de la convocatoria de la consulta, un amplio 67% de la población galesa quería que la inmigración disminuyera. El campo de cultivo estaba listo para un discurso que llamaba a “recuperar el control” y votar a instituciones que no estuvieran tan lejos de la ciudadanía.
Las aguas se han ido calmando desde el año pasado y ahora contamos con información que antes del referéndum parecía no existir: muchos de los motivos que se usaron en la campaña a favor del sí, como la cantidad de dinero que Reino Unido pagaba de manera semanal a Europa, han resultado ser falacias, creíbles solo en un entorno donde un bajísimo 27% de la población británica conoce el funcionamiento de las instituciones europeas.
Un año después de la votación, un 44% de la población considera que abandonar la Unión Europea fue la decisión acertada y aquellos que votaron a favor no han cambiado de idea. Un 69% de los británicos —incluidos bastantes que votaron en contra— cree que la separación debe llevarse a cabo; se han hecho a la idea y se preparan para lo que está por venir, aunque no tengan claro el futuro. Sin embargo, hace un año Gales experimentó algo único como región tras la consulta: arrepentimiento —o, como se denominó en inglés, bregret—. En julio de 2016, de haberse celebrado un segundo referéndum sobre la cuestión, un 53% en Gales habría votado no tras la publicación de los posibles impactos económicos negativos para la región. En la actualidad, casi la mitad de la población en Gales se muestra preocupada con las negociaciones de esta separación; para ellos hay mucho en juego.
El futuro de Gales: adiós Unión Europea, adiós subvenciones
El referéndum y la votación en la región de Gales puso sobre la mesa un asunto que ha ido cobrando importancia con el tiempo y que se ha vuelto complejo: la independencia. Si bien la consulta sobre una hipotética separación solo recibió el apoyo de un 19% el año pasado, el asunto todavía se alarga. Preocupados, muchos galeses ven urgente un debate sobre el futuro de Gales como nación y siguen, expectantes, los pasos de Escocia en su camino hacia una posible emancipación. Para algunos, este discurso, lleno de resentimiento hacia un sistema político que los margina del sistema y los aísla, está enfocado más bien y de manera sutil hacia un cambio en el modelo territorial, con un Gobierno central que confiera más importancia a Gales como nación y como región. Otros, desde luego enfadados con los resultados del referéndum, proponían una independencia conjunta de Inglaterra y Gales para permitir al resto del reino seguir formando parte de la Unión Europea.
Para ampliar: “Escocia y el reino desunido”, Abel Gil en El Orden Mundial, 2016
Desde luego, por el bien del futuro de la región, debe producirse un cambio. En junio de 2017 desde la Asamblea Nacional de Gales lanzaban un mensaje claro: necesitaban garantías de que las ayudas que hasta hoy reciben desde la Unión Europea para ayudar y reactivar las áreas más pobres —los valles y el oeste de Gales— serían reemplazadas de alguna manera. Desde Westminster han tratado de inyectar confianza en la población en general, pero el Gobierno también ha dejado claro desde el principio que Gales no va a recibir la misma cantidad de dinero que recibía desde Europa, sino que llegarían a un “acuerdo justo”, el cual todavía no está del todo claro y preocupa a la población al existir paquetes de ayudas financieras cuyo plan termina en 2020. La viabilidad de esas ayudas se encuentra ahora en tierra de nadie. Esto se encuentra aderezado con un mensaje agridulce desde Westminster, que acusa a Gales de falta de imaginación y ambición en cuanto a políticas novedosas que puedan reemplazar esa dependencia.
Pero no están en juego solamente las subvenciones. Sin un acuerdo comercial a la vista de momento y con la incertidumbre sobre cuáles serán las condiciones de ese acuerdo si llega a producirse, Gales tiene mucho en lo que trabajar. En una región donde la agricultura y la ganadería son las mayores áreas de ingreso de dinero, el 90% de las exportaciones de carne —ternera y cordero, principalmente— encuentran destino en algún país europeo, con Alemania a la cabeza de la lista. Esto plantea tres problemas. El primero: si Reino Unido no logra firmar un acuerdo favorable en lo que al comercio se refiere, el Gobierno deberá buscar de manera urgente nuevos destinos para tanta producción, de manera que las pérdidas sean mínimas. El segundo: en caso de lograr un acuerdo, los ganaderos galeses estarían a expensas de las condiciones que la Unión Europea quiera establecer para esas exportaciones; se produciría un cambio completo en el sistema de identificación, producción y exportación, que en la actualidad responde a los estándares homogeneizados en todos los países de la Unión Europea. Y tercero: a la hora de la devolución de ciertas competencias desde Europa, ¿a dónde iría a parar la política agrícola de Gales? ¿A la Asamblea Nacional? ¿Al Gobierno central?
El futuro de Gales como región pasa, efectivamente, por una nueva articulación de sus políticas y su relación con Westminster. A la vista de los acontecimientos, es imperativo que el debate se produzca ahora; Gales tiene mucho que perder en un mal acuerdo sobre la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Si, como región, tiene que ser imaginativa y ambiciosa en algún aspecto, debe ser en la manera de presionar al Gobierno para la búsqueda de un acuerdo beneficioso, sentarse en la mesa y discutir una nueva relación. Una relación entre iguales, no entre conquistada y conquistador.