Gallardón pudo ampliar el Metro y soterrar la M-30 gracias a su impulso político, qué duda cabe. Dos obras cuasi titánicas, que quedarán para siempre y que, bueno es recordarlo, pudo ejecutar gracias a esa mágica fórmula que permite diferir el pago prácticamente sine die. Era una opción. Apostó por ella, le salió bien, y así se lo recompensaron los madrileños otorgándoles sucesivas mayorías electorales tanto en Sol como en la plaza de la Villa. Había otros métodos, menos agresivos, más conservadores y él, en cambio, optó por el más caro y arriesgado.
La cuestión es que, si entonces no se hubiera gastado con esa voracidad, tal vez ahora el equipo de gobierno del PP no se vería obligado a intervenir con la contundencia con la que lo ha hecho. Un recorte de gasto de mil millones de euros, casi un 20% de todo el presupuesto de este año, son palabras mayores. Claro que a nadie puede extrañarle si tenemos en cuenta que estamos hablando del municipio con mayor deuda pública de toda España hasta acumular cerca del 40% de los más de 14.000 millones, que se dice pronto, que adeudan todas las capitales de provincia.
Los excesos nunca son buenos, sobre todo cuando se dispara con pólvora ajena. Despilfarros pasados garantizan brutales recortes en el futuro. Ojalá que esta pavorosa película no acabe como La matanza de Texas, pero el hecho cierto es que el sonido de la motosierra que blande Gallardón me da un miedo terrible.