Heroína./Foto: LVC
A Jaume lo encontraron sentado en la taza del váter de un servicio público estrecho y mugriento, con los ojos azules entornados bajo el penacho largo de su flequillo rubio. La mano derecha colgando flácida entre las rodillas, una jeringuilla sucia pinchada en la vena cubital de su antebrazo izquierdo. Fue el día de su vigésimo séptimo aniversario.
Su familia nunca fue un buen ejemplo para él. Una madre enferma de Parkinson, lo que no la eximia de ser chismosa y manipuladora en grado sumo, un padre alcohólico, un hermano ladrón que daba palizas a su mujer, otro jugador y tramposo, y dos hermanas; la pequeña violada a los trece años por sus presuntos amigos, y la mayor enfermera de su madre, auxiliadora en los delirios paternos y criada de todos.
Las drogas estaban al alcance de la mano, no del bolsillo. Para conseguirlas Jaume recurría a pequeños hurtos y atracos. A veces arramplaba con el monedero de la madre o con la cartera del padre.
De pequeño había sido gordito, luego, la forzada delgadez aproximó sus rasgos a los de Robert Redford. Una de sus conquistas lo apodó Dorian Gray, “porque mirándote —le dijo—, nadie creería lo que se cuenta de ti”.
Poco antes de la sobredosis acababa de cumplir un año de condena en la cárcel de Carabanchel. Allí el azul de sus pupilas se convirtió definitivamente en vidrio ahumado. La ligera sinuosidad de su nariz adquirió el filo de una guadaña, y sus carnosos labios se replegaron en una palidez estéril y agrietada. Quizá existía un camino de vuelta pero nunca lo encontró. Ni siquiera lo buscaba. ¿Volver a dónde? Solo quería huir hacia adelante.
Nunca se supo si la heroína estaba demasiado pura o demasiado adulterada, o si la cantidad letal fue inyectada adrede. En su entierro hubo más suspiros de alivio que lágrimas de compasión.
Mariaje López©Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.