Últimamente, a escasos días de su lanzamiento, Final Fantasy XIII es la comidilla de toda la comunidad, sea para bien o para mal. Solo una saga como la de SquareEnix es capaz de provocar tantas reacciones encontradas sin ni siquiera haber aparecido en nuestro mercado y un debate a tantas escalas entre detractores y partidarios.
Por desgracia no es mi caso; la ultima entrega de la gran epopeya ideada en su día por Hironobu Sakaguchi ni me va ni me viene. No me suscita el más mínimo interés ni me quita el sueño cantar sus virtudes o defectos. Y eso no significa que desprecie el juego ni que me una a esa comunión de jugadores que menosprecian el título sin haberlo probado, ni mucho menos… es simplemente que ya he perdido la fe en la industria del videojuego japonesa.
Hubo una época dorada, aquella que la mayoría recordamos como nuestra más tierna infancia, en que la meca del videojuego era, sin lugar a dudas, Japón. Fueron los tiempos de los ocho, dieciséis y treintaidos bits… De nombres que dominaban sobradamente el panorama como Nintendo, Sega, Capcom, Konami, Square o Namco. Estudios que nos hicieron soñar con sus aventuras llenas de fantasía, y que consiguieron hacernos derramar las primeras lágrimas frente a un televisor. Efectivamente, los japoneses no inventaron el videojuego, pero lo llevaron al nivel de esplendor de una autentica época dorada.
Mucho ha cambiado desde entonces. O quizá todo lo contrario… nada ha cambiado. Mientras toda una generación de jugadores crecía y maduraba, la industria del videojuego japonesa se estancaba en los mismos tópicos y clichés de antaño. Viva prueba de ello es precisamente el género del RPG; ¿cuántas historias, cuántas situaciones, cuántos recursos han sido reutilizados desde aquella edad de oro hasta la actualidad?
Y es que no pocos de los antaño reconocidos JRPG provocan hoy día más vergüenza ajena que otra cosa. Lo que antaño suponía una épica epopeya del héroe y su comunidad para salvar el mundo, ha acabado degenerando en un calcado desfile incoherente de fetiches y necedades protagonizado por el típico niñato, que de la noche a la mañana, sin esfuerzo alguno, recibe el poder para salvar el universo.
Hay excepciones, desde luego; relatos maduros como Lost Oddisey o genialidades artísticas como Eternal Sonata, juegos que nos hacen pensar en lo que podría haber dado de sí la industria japonesa de habersele permitido evolucionar de forma natural, de no haber sido injustamente castigados en su país de origen con ínfimas ventas.
El mercado japonés no quiere evolucionar, y eso es algo que ha demostrado en infinitas ocasiones. Quiere seguir disfrutando de las mismas formulas una vez tras otra y no ve con buenos ojos, e incluso mortifica, los intentos de progreso de su industria. ¿Cómo si no se entiende que éxitos de crítica alrededor del mundo, como Grand Theft Auto IV o Fallout 3, pasen desapercibidos por el país del sol naciente? Call of Duty Modern Warfare 2, el gran éxito de ventas del pasado 2009, y “Juego del Año” de no pocos medios, fue considerado por la audiencia japonesa como uno de los peores títulos del año. Mientras tanto, juegos de citas mediocres como Love Plus, o simuladores de control de divas como Hatsune Miku arrasan en sus ránkings de ventas.
Hay incluso una palabra despectiva hacia el videojuego occidental en la jerga nipona, “youge”, títulos que el usuario medio japonés califica de complicados, con demasiadas opciones y confusos argumentos. Razón no les falta… Precisamente Fallout 3 o Mass Effect nos gustan tanto por su “complicación”. Es la evolución lógica del videojuego, la capacidad de crear tu propia historia, tu propio personaje, tomar las riendas de tu destino como jugador. No obstante, esta faceta que tan bien están llevando a cabo estudios americanos y europeos al otro lado del mundo no convence, prefiriendo en su lugar el manejo de lo que son, en apariencia, impasibles muñecas de porcelana.
Los mayores diseñadores de videojuegos japoneses no lo ocultan. Todos ellos han dejado claro que hay que mirar para occidente, que es donde se están llevando a cabo las mejores ideas en la actualidad. Sin ir más lejos Hideo Kojima, creador de Metal Gear, con todo lo que ha influenciado a miles de creadores y jugadores, afirmó en una entrevista que, efectivamente, los desarrolladores occidentales habían superado ya a sus paisanos japoneses. Más lejos llega incluso el admirado Keiji Inafune, creador de Megaman, afirmando, de una forma quizá un tanto exagerada, que la industria nipona está acabada como tal.
Japón forjó las bases de la industria a finales del siglo veinte y esa edad de oro jamás será olvidada. De hecho, reverenciados títulos del pasado año como Assasin’s Creed II, Batman Arkham Asylum o Uncharted 2, no habrían podido ser una realidad sin todo lo que aprendieron sus diseñadores estudiando y disfrutando de las obras maestras de la industria nipona en los años ochenta y noventa. Pero lejos de recuperar el favor, el mercado japonés se está convirtiendo en un pequeño gueto reacio a progresar, anquilosado en las mismas ideas de siempre. Y eso se nota… ¿En que otra situación (el lanzamiento de un nuevo Zelda, la saga de ActionRPG por excelencia) habría pasado totalmente inadvertido y desapercibido por nuestro mercado, como lo ha sido el reciente Spirit Tracks?
La respuesta: en ninguna, salvo la actual. El juego japonés ya no trasciende, ya no sorprende; tiene unos rivales demasiado poderosos a los que enfrentarse y ni siquiera su respetado nombre y trayectoria le sirven para destacar, en una época en que cientos de prometedores estudios de todo el mundo compiten entre sí.
Por supuesto hay excepciones, algunas aquí mismo mencionadas. Todavía hay desarrolladores nipones que otean más allá del oceano al diseñar un nuevo videojuego y que ofrecen nuevas ideas y conceptos que encandilan a jugadores alrededor del globo. Pero aparentemente, no es la ley predominante. Ojalá Final Fantasy XIII sea uno de estos pero, lamentablemente, pese a que reconozco que es un error por mi parte, no guardo ningún tipo de esperanza al respecto.
El videojuego japonés me ha agotado, me ha decepcionado en repetidas ocasiones ya y un servidor, que antes era un férreo defensor de que un videojuego de calidad solo podía salir del país del sol naciente, ha acabado por apoyar todo lo contrario. La vida da muchas vueltas y quien sabe si, algún día, la industria japonesa volverá, por fin, a recuperar la notoriedad de antaño.
Este articulo se publico originalmente en la revista Games Tribune.