Ganar plata sin trabajar

Por Gabrielschwartz

Muchas veces tuve la fantasía de no tener que trabajar más. Levantarme a la hora que quiero y tener todo el día libre para hacer actividades placenteras, qué placer!Sin embargo, a los pocos minutos me imagino a mí mismo encarando proyectos diferentes. Creo que lo que, en realidad, quiero es trabajarpero no tener la obligación de ganar dinero y preocuparme por los gastos. Haría el mismo trabajo que hago ahora pero con la seguridad de recibir el dinero para mantener mi nivel de vida. Prometo no aprovecharme!!No debo ser el único que piensa de esta manera…Sin embargo, cuando efectivamente se presentan estas situaciones, las dificultades aparecen.
Un ejemplo cercanoMi padre falleció hace 5 años. Era húngaro, de religión judía. De aquellos que no practicaba ninguna de las obligaciones religiosas pero sentía que pertenecía al pueblo judío. Sus padres tenían bastante buena posición en su país natal y, cuando él tenía 14 años, su familia logró hacer efectivo sus joyas y pequeños bienes - vaya uno a saber con qué convencieron a quienes les “suavizaron” la salida de Hungría - y se escaparon del régimen comunista que había llegado, para quedarse,trayendo consigo una ola de expropiaciones de la propiedad privada. Probablemente ésta era la mejor o la única solución histórica para el pueblo magyar que estaba sometido a los caprichos del imperio austrohúngaro desde hacía siglos. Para la familia de mi padre la respuesta a la posibilidad de perder todo, era escaparse con la mayor cantidad de dinero posible. Tenían parientes en Argentina. Unos años después, probablemente en busca de su identidad, mi papá decidió viajar a Israel en donde vivían unos primos que habían encontrado allí, un lugar para residir. Se quedó cinco años, ingresó en el servicio militar, trabajó y conoció el país.Muchos años después, luego de toda una vida en la Argentina, donde trabajó más 40 años – muchas veces en blanco pero, la mayoría, en negro -, habiendo sido muy poco previsor y ya sin ninguna propiedad para vender, nos comunicó a sus hijos que necesitaba que lo mantuviésemos. Tenía 70 años, la lucidez y el encanto de toda la vida, una novia 15 años menor y los aires de conde húngaro, que lo caracterizaron desde que tengo memoria. Había empezado a gestionar su jubilación que nunca llegó a cobrar por esas cuestiones burocráticas y coyunturales, y no tenía dinero ahorrado. Entre los tres hijos nos arreglamos para pagar el alquiler de su pequeño departamento, lo afiliamos a PAMI y nos encargamos de las compras básicas a través de Internet. Fue en ese momento que una de mis hermanas tomó contacto con una organización financiada por la comunidad judía que ayudaba a quien cumplía con ciertas condiciones, como por ejemplo, haber residido en Israel. Después de algunas gestiones logró que mi papá recibiese una renta mensual que, inicialmente, cobraba en efectivo y que, después de unos cuantos meses, empezó a recibir en “tickets”. Fiel a la tradición de nuestro país, la inflación fue licuando el valor y, cada tanto, la fundación actualizaba el subsidio.Poco a poco, la cifra recibida quedó bastante desactualizada. Así fue que empecé a tomar conciencia de las implicancias que tiene "el recibir plata sin trabajar”. Un buen día mi papá me dijo que querían conocerme, en la Fundación. Fui con él, y conversé con una mujer muy amable. La verdad es que no quería mostrarme demasiado pudiente (no me iba a costar mucho porque no lo soy!) porque me interesaba que lo siguiesen ayudando. También me estaban ayudando a mí. No me causaba orgullo que mi padre estuviese recibiendo esta ayuda, pocas veces lo comentaba. Pero, al mismo tiempo, me venía muy bien. En alguna parte de mí mismo tenía la sensación que, si le estaban otorgando este beneficio, era porque aplicaba a las condiciones que la Fundación requería. Me iba convenciendo a mí mismo que se trataba de un derecho.Pasaron unos meses más y los tickets que recibía seguían siendo los mismos pero, claro, perdían valor constantemente. Mi padre me pidió que lo acompañase a la Fundación y, sentado frente a su mentora, me tocó asistir - en vivo - a “un reclamo por aumento de ayuda”. Mi padre, que sabía perfectamente que debería haber previsto su situación, y que toda su vida había criticado a la gente "que pide en vez de trabajar" estaba en un airado pedido de “aumento de dádiva” que me producía mucha vergüenza pero, al mismo tiempo - y mucho más! -, temor de no recibir ni siquiera la ayuda que le estaban dando!Increíble lo que había provocado una acción que sólo merecería agradecimiento y que, en cualquier momento, podría suspenderse y dejar en el aire el sabor agradable de haberlo disfrutado mientras duró.Qué difícil es, veo, articular la posibilidad de ayudar con la real acción de generar un beneficio.Cómo hay que cuidar las particularidades de esta modalidad de relación para que la posición de recibir ayuda no se convierta en un ancla que haga imposible una posición activa frente a la realidad. Una actitud en la cual uno sea, realmente, dueño de su vida.
Este hecho lo recuerdo y menciono para reflexionar y para entender los reclamos, cuando se producen. También para comprender las quejas de quienes no reciben lo que otros.Pienso en los planes sociales, en cuando damos dinero a quien lo pide en la calle, en las ONGs…  
Se trata, finalmente, del delicado equilibrio entre dar y recibir, entre confiar y generar compromisos que puedan ser cumplidos.