Y este es sólo un ejemplo de tantos cotidianos: agentes y asociaciones sindicales que malversan ayudas destinadas a sus fines sociales, profesionales de la politica que urden todo tipo de tramas para hacer un mal uso de los fondos públicos y así vivir como auténticos reyes, festividades religiosas que están sepultadas por el consumismo y la desproporción, y un largo etcétera. El capitalismo ha arrasado nuestra cultura y nuestra forma de entender el mundo. Y, tristemente, lo ha hecho con precisión de cirujano en una meditada estrategia de socavar nuestra forma de vida desde sus cimientos: desde la educación. Somos educados para competir en lugar de colaborar, instruidos en tareas individuales en lugar de colectivas, en estudiar aquellos contenidos que está contrastado son lo que demandan los poderes políticos y económicos y no aquellos otros que nos entusiasmen y/o que sean afines a nuestras motivaciones internas y nuestros talentos. ¿O acaso las evaluaciones PISA no son más que chequeos periódicos de la OCDE para cerciorarse de que lo que se enseña en los colegios es lo que los países más industrializados dictan?. Hemos sido educados en lo que yo llamo "la cultura del negocio", es decir, aquella sustentada en la negación del ocio (neg-ocio), en la negación del placer y la satisfacción de hacer en la vida aquello que nos apasiona y nos entusiasma, para esclavizarnos y subyugarnos constantemente al dinero, comúnmente denominado ganarse la vida. Más que a ganarnos la vida nos han enseñado, en el mejor de los casos, a ganar dinero, y a hacer lo que se tercie por conseguirlo. Pero hemos pagado un precio muy alto por ello: nos hemos dejado por el camino la creatividad, la imaginación, el talento de generaciones y generaciones para hacer aquello para lo que vinimos a este mundo, que no es ni más ni menos que aportar y sumar nuestros valores, nuestras inquietudes, nuestras expectativas y nuestras visiones a la sociedad en la que nos ha tocado vivir. En este sentido, se expresa el controvertido realizador austriaco Erwin Wagenhofer en su último documental "Alphabet", en el que ha dedicado más de una decada a recopilar imágenes de cómo el sistema político, económico y social que rige en el mundo ha entrado en decadencia. Wagenhofer afirma que "la competitividad y la presión de la economía han pasado a la escuela". Secundo sus opiniones cuando dice: "que los sistemas educativos no tienen nada que ver con que les vaya bien a los niños o sean felices. Tienen que ver con la economía. No importan los niños sino el poder y la ideología". Como propone Wagenhofer la única forma de propiciar el cambio y dejar atrás este voraz capitalismo es "empezar por los niños, dejando que fluya su creatividad, y pasar de una sociedad competitiva a una colaboradora". Para mí sus palabras suponen pasar de la cultura del neg-ocio a la cultura del ocio, del disfrute, del placer y la felicidad por aquello que hacemos cada día para ganarnos la vida.
Y este es sólo un ejemplo de tantos cotidianos: agentes y asociaciones sindicales que malversan ayudas destinadas a sus fines sociales, profesionales de la politica que urden todo tipo de tramas para hacer un mal uso de los fondos públicos y así vivir como auténticos reyes, festividades religiosas que están sepultadas por el consumismo y la desproporción, y un largo etcétera. El capitalismo ha arrasado nuestra cultura y nuestra forma de entender el mundo. Y, tristemente, lo ha hecho con precisión de cirujano en una meditada estrategia de socavar nuestra forma de vida desde sus cimientos: desde la educación. Somos educados para competir en lugar de colaborar, instruidos en tareas individuales en lugar de colectivas, en estudiar aquellos contenidos que está contrastado son lo que demandan los poderes políticos y económicos y no aquellos otros que nos entusiasmen y/o que sean afines a nuestras motivaciones internas y nuestros talentos. ¿O acaso las evaluaciones PISA no son más que chequeos periódicos de la OCDE para cerciorarse de que lo que se enseña en los colegios es lo que los países más industrializados dictan?. Hemos sido educados en lo que yo llamo "la cultura del negocio", es decir, aquella sustentada en la negación del ocio (neg-ocio), en la negación del placer y la satisfacción de hacer en la vida aquello que nos apasiona y nos entusiasma, para esclavizarnos y subyugarnos constantemente al dinero, comúnmente denominado ganarse la vida. Más que a ganarnos la vida nos han enseñado, en el mejor de los casos, a ganar dinero, y a hacer lo que se tercie por conseguirlo. Pero hemos pagado un precio muy alto por ello: nos hemos dejado por el camino la creatividad, la imaginación, el talento de generaciones y generaciones para hacer aquello para lo que vinimos a este mundo, que no es ni más ni menos que aportar y sumar nuestros valores, nuestras inquietudes, nuestras expectativas y nuestras visiones a la sociedad en la que nos ha tocado vivir. En este sentido, se expresa el controvertido realizador austriaco Erwin Wagenhofer en su último documental "Alphabet", en el que ha dedicado más de una decada a recopilar imágenes de cómo el sistema político, económico y social que rige en el mundo ha entrado en decadencia. Wagenhofer afirma que "la competitividad y la presión de la economía han pasado a la escuela". Secundo sus opiniones cuando dice: "que los sistemas educativos no tienen nada que ver con que les vaya bien a los niños o sean felices. Tienen que ver con la economía. No importan los niños sino el poder y la ideología". Como propone Wagenhofer la única forma de propiciar el cambio y dejar atrás este voraz capitalismo es "empezar por los niños, dejando que fluya su creatividad, y pasar de una sociedad competitiva a una colaboradora". Para mí sus palabras suponen pasar de la cultura del neg-ocio a la cultura del ocio, del disfrute, del placer y la felicidad por aquello que hacemos cada día para ganarnos la vida.