De bien es conocido, por la sabiduría popular, que varios garbanzos negros amargan un cocido
A esta merienda de lobos, o dicho de otro modo, a este abrir de codos, por parte de los gobernantes, para que los otros – nosotros, los soberanos – no entren – entremos – en su terreno es lo que popularmente se conoce, en días como hoy, como "la casta política". Un cierre social en toda regla donde los que ostentan el cetro hacen de las suyas para impedir que nadie les levante de la silla. Desde la casta se retroalimentan sus intereses políticos, en detrimento de sus espectadores; que ven desde sus butacas como unos cuantos – los políticos, sus elegidos - viven como dioses en el limbo de las tribunas. Esta desigualdad existencial entre los de arriba - la casta – y los de abajo – la plebe – es la que genera corrientes de desafección y desinterés social por lo público. "Devolver la ilusión por la política" en palabras de Pablo Iglesias - es necesaria para que el juego democrático sea atractivo para la inmensa mayoría. Ahora bien, para devolver la ilusión perdida, o dicho en otros términos, para resucitar la alegría por lo público, es necesario destruir, de una vez, por todas a la casta que nos representa; transformar el sistema actual de "partidos cártel" por otro de "partidos de masas", a semejanza de los tiempos republicanos.
Para romper los barrotes de la casta necesitamos instrumentos legales; límites, en el amplio sentido del término, para que la política sea un ejercicio digno y no un lugar – como hasta ahora – para que unos pocos hagan su agosto, mientras otros – el pueblo honesto – viva con lo puesto. Para terminar con la casta, estimados lectores y lectoras, es urgente: limitar la duración de los mandatos locales, regionales y estatales; realizar auditorías periódicas a las organizaciones políticas y sus cargos representativos; establecer un Salario Máximo Político (SMP) a las élites políticas (presidentes, diputados, alcaldes y concejales) para que no exista "manga ancha" a la hora de atribuirse sus ingresos; apartar temporalmente de sus cargos a los políticos imputados hasta que se resuelvan sus causas judiciales; regular la figura de los expresidentes en cuanto a funciones, ingresos vitalicios y límites al régimen de compatibilidades; limitar e inspeccionar la financiación de los partidos para evitar "juegos sucios" en la oferta electoral; aumentar el número de Inspectores de Hacienda para perseguir con eficacia el fraude; limitar al mínimo el número de cargos de libre designación; establecer mecanismos de control para evitar el tráfico de influencias en los procesos públicos de empleo y subcontratas; derogar la ley de Amnistía Fiscal, inventada por Rajoy, y condenar con firmeza a quienes entran en política para buscar chollos y lucros personales.
Devolver la ilusión por la política, en palabras de Pablo Iglesias, es necesaria para que el juego democrático sea atractivo para la mayoría
Estas recetas, extraídas del sentido común, servirían para que la política se convirtiera en un ejercicio de servicio público y no un lugar, como hasta ahora, de lucro a costa de contactos, comisiones y corruptelas, por parte de algunos políticos de renombre. Con tales medidas se evitaría, sin lugar a dudas, que señores como Bárcenas - extesorero del PP-; Jaume Matas - expresidente balear del PP; Carlos Fabra - expresidente del PP de la Diputación de Castellón -; Pedro Ángel Hernández Mateo - exalcalde del PP de Torrevieja – ; José Luis Baltar - expresidente del PP de la Diputación de Orense -; Jordi Pujol - expresidente de Cataluña -, entre otros; sean, un día sí y otro también, noticias y portadas de periódicos por haberse enriquecido a costa de la casta. Es una vergüenza que paguen justos por pecadores, o dicho más claro, que a todos los políticos les cuelgue la etiqueta de "granujas", a pesar, de que hay políticos honestos que desempeñan su cargo con dignidad y ejemplaridad. Políticos honrados que entienden la política como un lugar de paso de servicio al ciudadano. De bien es conocido, por la sabiduría popular, que "varios garbanzos negros amargan un cocido" o, como diría mi abuela, "hasta en los conventos más ilustres hay ovejas descarriadas, que cabalgan a sus anchas por los huertos de Cristo".
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