José Salgar: ”Hoy hay mas comunicaciones que periodismo”
"Por cuenta de mi consejo, Gabo iluminó el lenguaje y llenó la crónica periodística de chispa, sin decir mentiras, pero metiéndole vainas de su cosecha. De ahí salieron 14 crónicas que se conocieron como Crónicas de un náufrago".
“Una vez hubo tal aguacero sobre Bogotá, que se inundó la Avenida Jiménez y a alguien se le ocurrió sacar una lancha. El periódico salió a la misma hora de siempre, con la foto de la lancha, y no había terminado de llover. Eso fue una hazaña. Eso era periodismo. Hoy habría habido televisión o alguien con un celular, porque hay más comunicaciones que periodismo. Hoy en día, a las ocho de la mañana, cualquier periódico es viejísimo.”
LO QUE CONTÓ SALGAR POCO ANTES DE MORIR A MARÍA ISABEL RUEDA PARA EL TIEMPO DE COLOMBIA.
¿Cuál es la mayor ‘chiviada’ de ‘El Espectador’ a "EL TIEMPO"?
Durante sus 70 años como periodista, ha sido un hombre absolutamente alérgico a las pompas y a los homenajes. ¿Cómo logré que me diera esta entrevista?
Pues a esta edad perdí el pudor y la vergüenza. Casi toda mi vida me ha gobernado una prudencia exagerada, porque el periodismo es para los demás, no para uno. Pero a estas alturas se me apareció el ego, y lo estoy aprovechando plenamente. Además, estoy contentísimo en el siglo 21.
¿A qué edad comenzó a hacer periodismo?
A los 13 años. Estaba estudiando bachillerato en La Salle. En esa época, EL TIEMPO y El Espectador se imprimían con las mismas máquinas y, por un golpe del destino, me encargaron la llave que conectaba a los dos periódicos. A las cuatro en punto de la tarde El Espectador tenía que estar totalmente impreso y circulando a las cinco, y yo tenía que entregarle las máquinas a EL TIEMPO, de manera que imprimiera su edición. Esa llave me permitió conocer a don Eduardo Santos y a su esposa, Lorencita.
Desde entonces, ‘El Espectador’ y EL TIEMPO han sido rivales, ahora centenarios…
Pues sí. Mi función durante cincuenta años, y al frente de la jefatura de redacción de El Espectador, fue chiviar a EL TIEMPO. Llegué a ser muy amigo de don Enrique Santos Castillo, mucho tiempo jefe de redacción de EL TIEMPO. Varias veces me propuso que me fuera a trabajar con él. Pero un día me dijo: “Mejor no te traigo al periódico, porque entonces no podré llegar todos los días a decir: ‘¡carajo, nos chivió el mono!’ “.
¿Y cuál fue la máxima ‘chiviada’ que recuerde le metió ‘El Espectador’ a su rival, EL TIEMPO?
Una que nunca he revelado cómo sucedió. Cuando el doctor Eduardo Santos, tío abuelo del actual Presidente, se iba a posesionar como tal, me hizo su confidente. Nunca he contado eso. Decidió que no iba a hacer nada con su periódico. Me llamó a su oficina, con una sola testigo, su secretaria Isabelita Pérez Ayala, e hicimos un pacto. Que las cosas que tuviera que decir como Presidente no se las iba a decir a su periódico, sino a El Espectador, por conducto mío, pero mi compromiso era que yo no le contaba a nadie quién me las había hecho, ni cuál era mi fuente, y mucho menos a los Cano. Durante el gobierno Santos, las buenas chivas que producía el Presidente las publicó siempre El Espectador, nunca EL TIEMPO, su periódico. Y ahí se acuñó por primera vez la expresión “fuentes de alta fidelidad”, que luego hizo tan famosa Arturo Abella.
Qué buen cuento… ¿Usted chiviaba a EL TIEMPO, el periódico del Presidente, porque él era su fuente?
Y también de ahí nació “la rumorología”, que luego hizo famosa Carlos Murcia. Buena parte del gabinete de Eduardo Santos fue anunciada en El Espectador a través de los rumores que lanzaba el propio Presidente, que primero sondeaba los nombres por medio de la “rumorología” a ver qué reacciones producía. Los Cano nunca lo supieron.
Mire las vueltas que da la vida. Hoy es EL TIEMPO el que le quiere rendir este homenaje con motivo de sus 90 años…
Una vez, en una nota muy bonita en EL TIEMPO, me llamaron el ‘periodista caballero’. Haciendo alusión al presidente Eustorgio Salgar, que llevó a la casa presidencial una alfombra para resguardarse del frío de Bogotá. El último día, cuando salió de Palacio, dijo: “No saquen la alfombra, porque todo el mundo la verá salir, pero nadie la vio entrar. Por eso lo llamaban “el caballero Presidente”.
¿Por qué parece como si en algún momento de una existencia casi paralela, ‘El Espectador’ se hubiera quedado rezagado, mientras EL TIEMPO se consolidó como el periódico más importante del país?
Porque El Espectador siempre fue pobre, desde don Fidel. Lo cerraban cada cinco minutos. En cambio, EL TIEMPO nació para hacer plata. Porque el doctor Eduardo Santos lo compró por cinco pesos y puso como condición que el periódico se dedicara a dos cosas importantes: a los avisos clasificados y a los muertos. Eso era puro cash (efectivo). En El Espectador nunca pudimos quitarle los avisos clasificados, ni recuperar a los muertos. Además, EL TIEMPO imprimía carácter en la gente que llegaba a trabajar allá. Los de El Espectador siempre secundarios, ahí. Luis Gabriel Cano se trajo un día todos los aparatos nuevos y se propuso construir un edificio propio para tumbar la primacía de EL TIEMPO. Pero finalmente jamás logramos cuajar en El Espectador la fortaleza de nuestro rival.
Hasta que llegó el doloroso día en que ‘El Espectador’ tuvo que ser cerrado por no ser viable económicamente…
Antes de eso, el periódico se vendió al Grupo Santo Domingo. Ya el periódico venía hacia abajo con la muerte de don Guillermo. Pero Le Monde, de París, llegó a escoger a El Espectador como uno de los diez mejores periódicos del mundo. Ahí entra el ego.
Usted fue apenas director encargado. ¿No era lógico que cuando mataron a Guillermo Cano, a usted le hubieran entregado la dirección del periódico?
Osuna acaba de confesar en una columna de Lorenzo Madrigal, que le reprocha a El Espectador que nunca me hubieran nombrado director en propiedad. La explicación es que el viejo Gabriel Cano exigió que la dirección del periódico nunca estuviera en manos distintas a las de un Cano. Y eso lo admitía yo. A la muerte de don Guillermo me consultaron, y yo respondí que la dirección del periódico les correspondía a sus hijos, Juan Guillermo y Fernando, que no tenían la preparación suficiente. Los mandé a estudiar por fuera, pero se fueron fue a pasear un mes, y se devolvieron. Y entonces los pusieron ahí. Viene la compra de Santo Domingo, quien exigió como condición que salieran todos los Canos. Los nuevos propietarios me encargaron la dirección mientras nombraron a Rodrigo Pardo, y luego a Carlos Lleras de la Fuente.
¿Y qué tal director de ‘El Espectador’ fue Carlos Lleras?
Para mí, pésimo.
¿Y por qué?
Porque me botó. Aunque yo no era Cano, sí formaba parte de la ‘Canería’, y entonces me sacaron. Pedí que me dejaran seguir con mi columna El hombre de la calle, pero me contestaron: no hay presupuesto para eso. Entonces me puse a esperar, a ver qué cosa pasaba: si yo le hacía falta primero a El Espectador, o El Espectador primero a mí. Ninguna de las dos cosas pasó. (Risas).
¿Qué tan cierto es que usted se inventó a García Márquez, el periodista?
Es al revés. García Márquez me inventó a mí. A él en un comienzo le gustaba era el periodismo costeño, y le parecía horroroso el periodismo frío de Bogotá. Fue Álvaro Mutis el que se inventó traer a Gabo a El Espectador. Lo convenció diciéndole que el periódico era la mejor escuela de periodismo y que el mejor maestro era yo. Llegó todo flaquito, se me presentó, yo lo contraté con 90 pesos de sueldo, que a él le pareció altísimo.
De esa época, Gabo se acuerda como primera lección de periodismo que usted le decía: tuérzale el cuello al cisne, para que se dejara de textos floripondios…
Él se inventó ese cuento. Lo que yo le dije fue: “Déjate de vainas, no jodás”, porque él le metía al periodismo cosas literarias costeñas. Hasta que llegó El náufrago”…
… La famosa crónica de Gabo basada en el caso real de un joven marinero que sobrevivió a un naufragio….
El del destructor ARC Caldas. Gabo llevaba dos crónicas sobre el caso, que no habían pegado. Entonces un día yo le dije: “Gabo, ahora sí ponle a ese náufrago un poco de cisne”. Por cuenta de mi consejo, iluminó el lenguaje y llenó la crónica periodística de chispa, sin decir mentiras, pero metiéndole vainas de su cosecha. De ahí salieron 14 crónicas que se conocieron como Crónicas de un náufrago. ¿Y sabe en qué termina el cisne?
¿En qué?
En que Gabo me llama hace dos años y me dice: “José, ahora sí estoy escribiendo con el cuello torcido”.
(Risas). A usted le tocó capotear uno de los más famosos casos de censura de la empresa privada a la prensa, que fue el caso Michelsen.
Yo no manejé ese tema. Lo manejó don Guillermo Cano, a quien acompañé como coequipero durante treinta años, en los que nos ocurrió de todo. Bajo su dirección, El Espectador ascendió hasta alcanzar la más alta red de circulación nacional de periódico alguno en el país. Fue incendiado, censurado y cerrado por las dictaduras. Libró batallas primero con el sector financiero, encabezado por el Grupo Grancolombiano, y luego con los extraditables. De todas sus luchas el periódico salió incólume en su dignidad, pero maltrecho en su economía.
Dos veces tituló usted ‘El Espectador’ con la misma frase: ¡Seguimos adelante!
Sí. La primera fue cuando mataron a Guillermo. Mientras los demás lloraban, yo no pensé en nada distinto que coger el periódico que había dejado Guillermo, más o menos listo, lo cerré a su hora, y solo reemplacé el editorial por la frase: Seguimos adelante. Luego, cuando una bomba destrozó las instalaciones del periódico, la edición estaba casi lista, pero la rotativa se dañó. Entonces sacamos una edición pequeña, pero circulamos.
A usted le tocó ver la evolución de Juan Manuel Santos, primero como periodista y después como político. ¿Llegó a tener la seguridad de que terminaría de Presidente?
Es un cuento conocido entre periodistas: a su papá, don Enrique, por ser franquista, lo castigó don Eduardo Santos dejándole menos herencia en acciones de EL TIEMPO que a don Hernando. La gran sacada de clavo de Juan Manuel era la presidencia.
¿El periodismo de hoy es mejor o peor que el de su época?
Nunca hay mejor o peor. Hay distinto. El periodismo hay que estar inventándoselo todos los días. Ahora no hay periodismo. Hay comunicaciones. En mi tiempo era un apostolado, un servicio público, la gente no pensaba en ganar ni en volverse rico, sino en decir su verdad bien dicha. Lo que yo le enseñaba a Gabo se lo describo con esta anécdota: una vez hubo tal aguacero sobre Bogotá, que se inundó la Avenida Jiménez y a alguien se le ocurrió sacar una lancha. El periódico salió a la misma hora de siempre, con la foto de la lancha, y no había terminado de llover. Eso fue una hazaña. Eso era periodismo. Hoy habría habido televisión o alguien con un celular, porque hay más comunicaciones que periodismo. Hoy en día, a las ocho de la mañana, cualquier periódico es viejísimo.
Está cumpliendo 90 años… ¿qué tan viejo se siente?
Osuna dice que yo cuando joven era prematuramente viejo, y que de viejo soy extrañamente joven. (Risas). Dicen que tengo 90, pero no me lo creo. ¿Le cuento cuál fue el mejor regalo de este cumpleaños? Que, a pesar de que Gabo está enfermo, me llamó. No se imagina lo que me sentó esa llamada. ¿Y sabe qué me dijo?: “José, lo único a lo que aspiraría, a estas alturas de la vida, es a que volviéramos a ser esa redacción que alguna vez fuimos”.
EN LA FOTO DE ABAJO
Gabriel García Márquez: “empecé siendo periodista porque lo que quería ser es periodista”. Aparece en la redacción de El Espectador con José Salgar, quien siempre dio fe de la bocanada de irreverencia y aire fresco que significó el arribo, en 1953, a El Espectador del joven reportero Gabriel García Márquez. Salgar, el veterano periodista que murió ayer con 92 años, se desempeñaba entonces como Jefe de Redacción del matutino bogotano. Y bajo su implacable lápiz rojo pasaron los textos del hijo del telegrafista, que 29 años y meses después, en 1982, recibió el Premio Nobel de Literatura.
Más sobre Gabo periodista en Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/cultura/Gabo-periodista-manual-buen-periodismo_0_820118109.html.