Suena el despertador, abrís los ojos, lo apagás, te desperezás, agarrás el control remoto/mando a distancia que está en tu mesa de luz y apretás el Play. Te sentás en la cama, bostezás, y cuando te destapás para levantarte, lo ves. Allí está, de pie, apoyado contra el marco de la puerta de tu cuarto. Viste un traje gris oscuro, una sobria corbata lisa, tiene puesto su sombrero chambergo y un pañuelo blanco asoma del bolsillo superior de su saco/chaqueta. Su abundante pelo azabache está engominado hacia atrás. Vos le das los buenos días; él te muestra su magnífica sonrisa de nácar. Entonces, tu piel se acalora, tu sudor se segrega y tus órganos se agitan al escuchar su voz Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar; cómo ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar... Tus mejillas se tiñen del color de las frutillas/fresas. Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar... Tus pupilas se pierden en el laberinto de su cuerpo. El día que me quieras, la rosa que engalana, se vestirá de fiesta con su mejor color... Tu imaginación tatúa su piel usando por tinta a tu saliva. Las estrellas celosas nos mirarán pasar... «¡Si ya te quiero Morochito* mío!», estás a punto de gritarle mientras mirás con ansia esa boca suya que te comerías a mordiscos. Y un rayo misterioso, hará nido en tu pelo, luciérnagas curiosas que verán que... Un maullido te obliga a desviar tu vista. Desde el suelo los grandes ojos de Ernesto, tu gato, te miran fijo. Vos sabés que esa verde mirada gatuna es sinónimo de la frase «quiero desayunar». Te levantás, vas al baño, el Zorzal Criollo no entra con vos, es todo un caballero, se limita a cantarte desde la puerta Por una cabeza, todas las locuras; su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura... Vos le decís que el hipódromo no te atrae, a lo mejor el poker o la ruleta, pero él no te escucha y sigue Basta de carreras, se acabó la timba**, ¡un final reñido ya no vuelvo a ver!; pero si algún pingo***llega a ser fija el domingo, yo me juego entero, ¡qué le voy a hacer!... Salís del baño, llenás de pienso el recipiente de Ernesto, ponés el agua a calentar y le echás yerba al mate. Mientras ponés dos rodajas de pan en la tostadora, El Morocho del Abasto entona Que el mundo fue y será una porqueria ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también... Atilio, tu otro gato, también viene a la cocina a pedir su colación mañanera, le servís y el Zorzal, con toda su pasión saliendo de su caja torácica, prosigue Que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue... «¡Cuánta razón tenés Morochito mío»!, le decís mientras cebás el primer mate. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición; da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón... «¿Querés un matecito?», le preguntás pero él continúa con lo suyo No pienses más; sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao... Ponés las tostadas en un plato, a una le echás un chorro de aceite de oliva y sal, a la otra la untás con dulce de leche. Empezás por la salada. Con la boca llena de tostada asentís; no podés creer que un tango compuesto en 1934 sea tan actual. Es lo mismo el que labura**** noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley... Te tomás rápidamente el último mate, y entrás en el baño para ducharte. Una vez más El Morocho del Abasto se comporta como un gentleman y se queda del otro lado de la puerta, a través de la cual te canta Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada... «A mí me pasan los años como si fueran minutos», reflexionás en voz alta. Luego de envolver tus cabellos en la toalla mirás el reloj y te das cuenta de que vas a llegar tarde al laburo. Te lavás los dientes, te vestís, te maquillás, te secás el pelo, te ponés aros/pendientes y él no se cansa de cantar Y todo a media luz, que es un brujo el amor, a media luz los besos, a media luz los dos. Y todo a media luz, crepúsculo interior, ¡qué suave terciopelo la media luz de amor!... Antes de salir bajás las persianas de tu departamento/piso madrileño, agarrás las llaves del coche y cantás a dúo con el Zorzal la última estrofa de la última canción del CD Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvido... «Mi Morochito cada día canta mejor», pensás mientras esperás el ascensor.
* Morocho: que tiene el pelo negro.
** Timba: juego por dinero en lunfardo (el lunfardo es una jerga que se habla en Buenos Aires. En las letras de los tangos aparecen gran cantidad de palabras en lunfardo).
*** Pingo: caballo.
**** Laburar: trabajar en lunfardo. Laburo se le dice al trabajo.
Tangos que aparecen en el texto:
El día que me quieras.
Por una cabeza.
Cambalache.
Volver.
A media luz.
Mi Buenos Aires querido.