Garrett Cook: Un dios de paredes hambrientas

Publicado el 06 mayo 2019 por Libros Prohibidos @Librosprohibi2

Título original: A God of Hungry Walls
Idioma original: inglés
Año: 2015
Editorial: Orciny Press
Traducción: Hugo Camacho
Género: Terror bizarro
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019

"Entre estas paredes soy Dios"

Un dios de paredes hambrientas es una novela de terror bizarro escrita por Garrett Cook en 2015 y traducida al castellano por Hugo Camacho. Cook, ganador del premio Wonderland en 2013 por su colección de relatos , es un reconocido autor dentro de la corriente de literatura bizarra. Aunque a estas alturas, y habiendo reseñado aquí varias de las obras editadas por Orciny Press, ya debéis saber qué es esto del bizarro, si os apetece ampliar información al respecto podéis leer la entrevista que le hicimos al propio Camacho junto a Francisco J. Pérez, donde entre otras muchas cosas aclaran bastantes conceptos relativos a lo bizarro, su origen o sus postulados estéticos.

El argumento de Un dios de paredes hambrientas se basa en las narraciones prototípicas de casas encantadas, con la salvedad de que en este caso el peso de la narración recae en la propia casa y no en sus habitantes o visitantes. Es decir, en la obra es la casa la que, haciendo uso de la primera persona, interpela al lector y le explica, a medida que avanza la lectura, lo que acontece entre sus paredes: "Si tienes fe en estas paredes" repite con insistencia, "soy Dios".

Terror y sadismo

Dos son las ideas que en diversas reseñas (como esta de o esta de ) se destacan con más insistencia al hablar de Un dios de paredes hambrientas: de una parte, el ya mencionado giro del punto de vista hacia la casa encantada, y de otra, la violencia en la ejecución de sus actos.

Respecto de esto último, es cierto que en la obra se suceden situaciones que pueden herir ciertas sensibilidades: así por ejemplo, la casa es capaz de introducirse en el sueño de uno de sus inquilinos para violarlo transfigurado en sátiro, mientras este a su vez es obligado a forzar analmente a su compañera sentimental para después introducirle una botella por el mismo orificio. En ese sentido, las descripciones son explícitas:

Le aúllo la orden de que se la folle en seco, pero no hace caso. No quiere hacerle daño, aunque quiere hacerle daño. Ella se lo merece. Podría deshacerse de ella, y yo lo ayudaría; pero, en su lugar, descorcha la botella para metérsela en el agujero.

Ella llora mientras se la mete, aunque su culo lubricado la absorbe sin problemas, ancho y suave como está.

La casa encantada, por supuesto, desea hacer daño a los que la habitan. En Un dios de paredes hambrientas conviven vivos y muertos, y todos se someten con mejor o peor voluntad a los caprichos de la casa. Y la manera en que más habitualmente los castiga y controla mezcla la violencia física sobre los cuerpos con el dominio sobre las relaciones sexuales. Uno de los personajes es obligado a lacerarse el pecho, otro es forzado a tragar heces mientras lo violan, otro se introduce cristales en la vagina, recreando hasta el infinito su pretérita muerte.

Sin embargo, no parece ocurrir mucho más que esa sucesión de secuencias grotescas. La casa insiste en declarar, afirmar y reafirmar su poder mientras sus habitantes son vejados y la lectura avanza, lo cual engarza con el segundo elemento que mencionaba: el punto de vista de la casa encantada y la dialéctica que establece con sus inquilinos.

La abrumadora casa encantada

Desde la primera página de Un dios de paredes hambrientas se hace conocedor al lector de que la casa es un ser consciente y volitivo, y además se explicitan sus notas principales: domina todo cuanto ocurre en su interior y le agrada muchísimo ostentar ese poder, es dueña de todos los que entran en ella y a través de sus imposiciones sexuales y sobre los cuerpos puede terminar con la vida de los vivos y utilizar en su favor a las almas de los muertos. Carece de principios morales y es caprichosa, egoísta y cruel: su única finalidad es torturar a quienes la habitan, que funcionan como títeres en un teatro de marionetas:

Micah se levanta. Golpea la pared. Golpea más fuerte. Grita. Me trago sus gritos, los hundo en las paredes, y amortiguo el sonido de los golpes. Son tan míos que no pueden cambiar las paredes en las que moro, son tan míos que sus gritos no se oyen fuera de esta habitación. Él sigue golpeando hasta que le sangra el puño y deja una mancha de sangre en la pared que yo absorbo, solo para demostrarle lo que soy capaz de hacer.

Esa sentencia que indica que entre estas paredes la casa es Dios, repetida a lo largo de la narración como un mantra, esa continua insistencia en afirmar su voluntad, intercalada con la sucesión de párrafos macabros y vejatorios que no tienen otra finalidad que reafirmar el poder de la casa, hace que en ocasiones la lectura se enlentezca y pierda interés, salvo que el lector se sienta realmente perturbado o atraído por tales descripciones. En mi caso, la sucesión de violaciones y torturas diversas no me ha resultado impactante, ya que no he logrado vincularlas con nada más que la propia composición literaria de la obra y los caprichos de la casa.

Conviene destacar que el estilo directo de Garrett Cook, dejando a un lado las introspecciones de la casa, combinado con una prosa elegante y, pese a todo, suave, consigue compensar el desinterés que la trama pueda provocar en un lector al que no impacten las vejaciones mencionadas. Un dios de paredes hambrientas es una obra muy bien escrita, que habla de tú a tú al lector y lo hace partícipe de las experiencias y el punto de vista de la casa: el lector ve, escucha y siente lo que la casa siente, escucha y ve.

He hurgado en esos corazones de papel en busca de algún tipo de comunión con algo antiguo y grande y amable y sensible, y en ellos solo he encontrado pasos en un pasillo, imaginados, y un coro de silencios donde debería haber voces. Y entre estas paredes, fría e impenetrable tumba del tiempo, la voz, la única voz, es la mía. Puedo llevarla a sitios peores, y lo sabe.

En conclusión, Un dios de paredes hambrientas apoya gran parte de su desarrollo en el desplazamiento del punto de vista hacia la casa encantada, y describe de forma exhaustiva todo tipo de suplicios, incidiendo especialmente en humillaciones de carácter sexual. Con un ritmo narrativo directo y cuidado, logrará conectar (y mucho) con los lectores a los que por una u otra razón ese torrente de violencia consiga perturbarles.

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