Francis-Marie Martinez de Picabia fue un pintor, dibujante y escritor francés perteneciente al dadaísmo y al
Autorretrato (1919)
surrealismo. Su padre, Francisco “Pancho” Picabia, era de origen cubano y trabajaba en la Embajada de Cuba en París, ciudad en la que nació el pintor en 1879. Su vocación se manifestó muy pronto e ingresó en la Escuela de Artes Decorativas en 1895. Sin embargo, prefirió ir a la Escuela del Louvre y a la Academia Hubert, donde trabajó con Georges Braque y Marie Laurencin. En 1897 descubrió el impresionismo a través de los lienzos de Alfred Sisley, y un año después conoció a la familia Pisarro.
Durante los siguientes diez años, una de sus épocas más fecundas, pintó cientos de cuadros. Su primera exposición en solitario tuvo lugar en 1905 en la galería Hausmann con un éxito absoluto. Poco después empezó a dudar de los valores plásticos que le habían hecho famoso y en 1908 conoció a Gabrièle Buffet, muy unida al movimiento dada, que le animó a seguir su camino. Picabia rompió con el impresionismo y con sus marchantes gracias a la fortuna que le dejó su madre.
Se casó con Gabrièle en 1909 y tuvieron cuatro hijos, Laure, Pancho, Jeannine y Vincente. Dos años después se unió al grupo de Puteaux, encabezado por Jacques Villon. Su primer éxito internacional le llegó con una exposición en el Armory Show de Nueva York. Poco después fundó con Marcel Duchamp (hermano de Jacques Villon) y Man Ray la revista “291” (llamada así por la galería 291 de Nueva York) y adoptó la estética del diseño industrial.
En 1916 lanzó la revista “391” en Barcelona poco antes de unirse al dadaísmo, pero dos años después jugó a sabotear el movimiento con André Breton. Polémico, iconoclasta, sacrílego, provocador, era anti todo, antiburgués y anticomunista, puede que incluso anti Picabia.
Conoció a Germaine Everling en 1917 y la siguió a Lausana. En los años siguientes viajó a menudo a Nueva York, a Normandía y a la Costa Azul, donde era un asiduo de los casinos no siempre con muy buena fortuna. Con Germaine tuvo un hijo, Lorenzo, y la pareja contrató a una joven suiza, Olga Mohler, para ocuparse del niño.
Francis Picabia no solo era un jugador empedernido, también un apasionado de los coches. Llegó a poseer 150 automóviles, lo que probablemente tuvo que ver con su ruina económica. También amaba el cine y escribió el guión de un cortometraje, “Entr’acte”, que dirigió René Clair y que se proyectaba en el intermedio de su ballet instantaneista con coreografía de Jean Börlin y música de Erik Satie. Realizó numerosos decorados para los Ballets Suecos, dirigidos por Rolf de Maré.
Germaine Everling acabó dejándole y en 1940 se casó con Olga Mohler en el centro de Francia, donde habían huido ante la invasión alemana. Una vez acabada la guerra, volvió a un estilo abstracto. Arruinado, por primera vez debió vivir gracias a la venta de sus obras. En esa época pintó numerosos cuadros más bien pequeños de todo tipo de estilo. En 1949 la galería René Drouin organizó su primera retrospectiva. Poco después, su salud empezó a deteriorarse y sus últimas pinturas tendieron al minimalismo, puntos de color sobre fondos monocromáticos. Murió el 30 de noviembre de 1953, después de haber sufrido durante dos años de una arterioesclerosis paralizante que le impedía pintar.
Hay una web dedicada al pintor (http://www.picabia.com/) con una biografía muy completa (en francés y en inglés), pero en ningún sitio se menciona que tuviera gatos. Picabia pintó cientos de cuadros durante su vida. Que hayamos encontrado nueve retratos de gatos no demuestra que le gustasen. En cuatro de estos cuadros representa al mismo gato blanco: dos magníficos retratos, un estudio con personajes y un cuadro con dos perros. En dos retrata al mismo gato negro y en otro vemos a un gato blanco; estos tres parecen pertenecer a la misma época. El octavo es un gato blanco y negro, y el noveno pertenece a la época de “transparencias” (1934). Casi nos atreveríamos a decir que al artista no solo le gustaban los gatos, sino que compartió su vida con alguno.