Gattaca, la eugenesia y la conquista

Publicado el 16 marzo 2019 por Mauro Marino Jiménez @mauromj

Esta es una época complicada por muchas razones. Hace varios años, muchos en realidad, la gente tenía problemas, pero estaba más unida con respecto a lo que importaba: estamos sin trabajo, nos explotan, unirnos es la clave. El día de hoy, cegados por resentimientos, hemos abandonado una bandera en común para crear muchas y culparnos mutuamente por daños, tanto pasados como presentes. Y es en estos años cuando vemos cumplirse algunas predicciones de las grandes obras distópicas: nunca ha habido tanto entretenimiento como hoy, como tanta información; nunca tanta gente enorgulleciéndose de su ignorancia. Nunca tantas guerras libradas en otros países - siendo esto conocido -, mientras uno disfruta de la relativa tranquilidad de saberse a salvo y ajeno. Escogemos ignorar información a propósito y lo hacemos todo el tiempo. El aborto es uno de los temas más espinosos actualmente y me sigue sorprendiendo lo poco que sabemos del tema. Aquí comentaré el otro extremo del aborto, más bien la manipulación del destino. Lo que comentaré es delicado, un tema espinoso por muchas razones que, sin embargo, sigue discutiéndose por lo bajo: la eugenesia. No soy un experto, mis conocimientos de Biología son básicos, pero aprovecharé la película de Andrew Niccol de 1997 para adentrarme en cuestiones éticas. Hoy discutiré "Gattaca".

Creo hasta el día de hoy que esta es una de aquellas películas indispensables en la ciencia ficción. Niccol tiene buenas películas en su haber como "Lord of War" y más que buenas como "The Truman Show" - que escribió, no dirigió; y también una que me decepcionó, "In time", que a pesar de su buena idea argumental se llenó a la mitad de la película de los típicos clichés hollywoodenses, que un director con menos ingenio podía haber maquinado. Eso sí, como escuché una vez, no se puede negar que Niccol es un hombre de ideas, tiene algo que decir y eso lo reconozco. Debo decir que mi encuentro con el universo de "Gattaca" fue, como me sucede a veces, casual: zapping descontrolado y una escena que me llamó la atención: en este caso, la de la competencia de nado entre los dos hermanos, junto con la voz de Ethan Hawke que narraba todo. Cuando detuve el zapping y vi la escena, junto con la banda sonora de Michael Nyman - que me parece tiene un poder hipnótico - me quedé viendo el resto, al menos por unos minutos. Lo malo es que la película ya estaba avanzada y, siendo como soy, decidí dejarla y agenciármela para poder verla desde el principio. Lo hice un par de días después, me preparé mental y físicamente - alejando el celular, acomodándome bien en el sillón, vejiga vacía, galletas y café al lado -, y me dispuse a comenzar con aquella película de la que no sabía más que lo básico: héroe, conflicto a superar, ¿cómo lo hará? Y comencé con todo.

Aquí debo confesar algo: me gustaría no tener asma, no ser tan alérgico, tan propenso al acné, diablos, si se habla de preferir quisiera ser diez o quince centímetros más alto. Esto no me ciega ante lo que sucedería si un programa eugenésico se pusiera en marcha. De corregir problemas como el asma, enfermedades degenerativas, se podría pensar más allá, más "Un mundo feliz", pero a la vez, ¿quiénes serían los que limpiarían las calles en este nuevo sistema perfecto? O dejas al margen de la mejora a un sector o los "mejoras" para que acepten la servidumbre con alegría, sin rebelarse o, como Micky Vainilla declara, traemos a los que necesitamos entre los parias para que hagan mantenimiento y limpieza, ni más ni menos que lo que sucede en "Gattaca". Olvidémonos de diversidad, la eugenesia sería el nuevo molde para crear lo que algunos considerarían perfección y esta, no lo olvidemos, obedece siempre a una agenda política.

Me gusta mucho el término "escalera prestada" - en el original A borrowed ladder -, es ingenioso. Vincent Freeman, incluso el apellido no parece accidental: uno de los últimos que nace concebido como se conciben miles ahora, llega al mundo con una probabilidad mínima de pasar los treinta años, defectos visuales, y no tan alto como se esperaría. Es bastante revelador que su padre, Anton, se rehúse a darle su nombre, pues desde el comienzo esta diferencia será la que perseguirá a Vincent, la diferencia de aquel que se siente marginado. Mientras Vincent crece, tratado por sus padres como un niño con hemofilia, estos deciden tener un nuevo hijo, pero esta vez concebirlo con ayuda de un genetista. De ese coctel especial nace Anton, el hermano menor que superará en estatura a Vincent con rapidez, no tendrá defectos visuales y aventajará al mayor en todo y sin esfuerzo: Anton llegó perfecto al mundo, su organismo es el mejor resultado de la combinación de genes de sus padres. Nada al azar en este aspecto. Como sucede a menudo con los hermanos, estos compiten: el mar y quién se acobarda primero en el nado, la prueba de hombría en la que ambos se mezclan será el recordatorio constante para Vincent de su inferioridad, pero también, en un giro inesperado, la que hará que Vincent se decida a cambiar de vida.

Una buena película debe tener un conflicto. Vincent, como todo protagonista, quiere algo, tiene un deseo que deberá alcanzar, enfrentando pruebas diversas: viajar al espacio. Sus padres le dicen que es imposible, sus entrevistas le demuestran que no importa cuánto estudie, la sangre es la barrera espesa que no lo dejará pasar al mundo de los elegidos. Esta constante decepción debería haber sumido a Vincent en la desesperación, pero no lo hace. Y es esta la escena en la que Vincent se da cuenta - y fue la que me hizo querer verla en primer lugar - que puede cambiar su destino: la última competencia entre los dos hermanos en el mar. Anton, soberbio, le dice a su hermano que la competencia es inútil, que perderá, pero Vincent nada igual y, contra todo pronóstico y evidencia anterior, gana. No solo esto, le salva la vida a un Anton a punto de ahogarse. Las líneas que Vincent suelta son muy buenas, algo como "la primera vez que Anton no fue tan fuerte como creía ser y yo no fui tan débil". La victoria contra su hermano, el genéticamente apto, decide a Vincent: hace sus maletas, decidido a perseguir su sueño. Como sucede en general, el viaje es un tema recurrente, un requisito para el crecimiento del personaje, pues las adversidades prueban su resistencia: conserje, se encarga de limpiar vitrinas y baños en Gattaca, el centro de los lanzamientos espaciales. Vincent toma conciencia de que su sueño, cercano desde donde está, es también imposible de cumplir en sus condiciones de conserje y no válido. Aquí llega Tony Shalhoub (el nombre del actor, no recuerdo haber escuchado el del personaje), que le ofrece la solución, la escalera prestada, en la figura de Jerome Eugene Morrow - Eugene, clara alusión a la eugenesia -, interpretado por Jude Law. Jerome ha sufrido un accidente y ahora es invalido, pero también es un miembro de élite, un mejorado, y a cambio de dinero le vende a Vincent su identidad, su sangre, orina, piel, muestras para todos los días, pues Gattaca es estricta y pide cada cierto tiempo pruebas para saber que eres quien dices ser. En un diálogo muy interesante, Jerome cuestiona a Vincent: he sido hecho para no ser menos que el número uno, pero siempre fui el segundo en el podio; ¿qué te hace pensar que puedes superarme? Para lograr su meta, Vincent - ahora Jerome Morrow - debe superarse, superar a Jerome, aunque tenga todo en contra.

No he respetado el orden cronológico de la película: esta abre con el descubrimiento del cadáver del administrador de lanzamientos, el único que parecía sospechar - según Vincent - de su identidad. Es importante su muerte pues invoca a la policía y los investigadores, entre ellos dos que se hacen cargo de interrogar sospechosos y analizar la evidencia. Aunque uno es más viejo que el otro, estamos en el mundo Gattaca y el más joven tiene el mayor rango. La experiencia del más viejo no es tomada en cuenta todo el tiempo, el policía más joven es autoritario, decidido, y también el hermano de Vincent, Anton. La identidad de Anton se mantendrá en secreto casi hasta el final de la película, aunque pequeñas pistas nos indican quién es, entre ellas su manera de salir de la piscina, el entrenamiento para superarse y superar el recuerdo de la derrota con su hermano. Se descubre el cabello de alguien que no debería estar allí, en la sede de operaciones, un No Válido, Vincent Freeman. Anton sospecha, persigue a Vincent y siempre parece respirar a un paso de su cuello, mientras Vincent elude una y otra vez a su perseguidor, mientras se relaciona con Irene (Uma Thurman), una más en Gattaca, y está a solo una semana de viajar a Titán, la luna de Saturno. La persecución debería detenrse cuando Anton se entera que el asesino es en realidad el jefe de departamento: asesinó al administrador porque este quería cancelar la misión. Sin embargo, Anton quiere confrontar a Vincent, ya que se ha dado cuenta que está allí. Al ver a su hermano mayor, confiesa no reconocerlo. El diálogo es tenso, Anton quiere sacarlo, le dice que lo ayudará, pero es evidente que está celoso, confundido por el progreso de su hermano. Al fin, acuerdan la competencia de nado en la que Vincent no solo vuelve a ganar, sino que salva la vida de su hermano por segunda vez, haciendo realidad lo que dice al principio: que los miembros mejorados de la sociedad tienen más posibilidades de tener éxito, pero el éxito mismo no está asegurado. Vincent ha conquistado su destino con fuerza de voluntad.

Vincent viaja, y suceden otras cosas que prefiero que vean. Ahora, recuerdo que hace un tiempo vi un comentario en otro blog en el que se opinaba que si Vincent hubiera renunciado a viajar a Titán el final hubiera sido mejor. Yo discrepo: después de tantos sacrificios, de tanta lucha, de tantas personas que ayudaron a Vincent, no viajar hubiera sido rendirse, defraudar, abaratar su sueño por una lección moral barata. Titán era el sueño de Vincent porque le enseñaron que no podía soñar con el espacio y él desafió esta prohibición, ¿no sería dejar su sueño al final haber interiorizado la prohibición?

Erik Fernández Pozo nació en Lima en 1985. Bachiller de la carrera de Literatura de la Universidad Nacional Federico Villarreal, ha participado en el Congreso Anual de Estudiantes de Literatura (CAELIT) de su casa de estudios con la ponencia "No una sino muchas muertes: la suerte que sufre Maruja en Maruja en el infierno", en la que comparó el discurso literario con su adaptación cinematográfica. También ha colaborado con la Revista de Ciencias Humanas y Sociales Desde el Sur. Se desempeñó como tutor de Lenguaje en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas del 2015 al 2017 y es editor y miembro fundador de la Revista de Teoría y Crítica Literaria Acontecimiento. El año 2017 publicó su primer libro de cuentos, Non Serviam, en el CAELIT celebrado en su casa de estudios. El año 2018 recibió Mención Honrosa en la 8va Bienal de Cuento Infantil ICPNA del mismo año. Ver todas las entradas de Erik Fernández Pozo