TAMBIÉN estaba allí su mujer Stella, hospitalaria y cortés, y poco más. Era como una guardiana, cerciorándose de que todo se desarrollara sin fricciones, una matrona griega responsable de aquellos dos canucos enfermos a quienes había acogido bajo su ala. Ahora que su madre ya no podía cuidarse de él, Jack se había casado con otra madre para que les cuidara a los dos. Mi padre había encontrado tema de conversación: unos cuadros que había en la pared. -¿Ves esto? Es un cuadro del Papa. Yo lo pinté -cabeceó muy orgulloso y añadió: - Antes de que fuera Papa. Luego, había un cuadro de ropa interior colgada de un tendal obra de su amigo Stan Twardowiscz. El último de la fila era un retrato de su hermanito Gerard, muerto a los nueve años. Cuando me habló de esto, creí percibir que su voz se quebraba, y rápidamente volvió a su whiskey. Me senté en el sofá junto a él y extendí las palmas de las manos, preguntando cautamente: - Mi madre dice que tenemos las manos iguales. ¿Puedo ver las tuyas? Siempre me ha intrigado y me gustaría comprobar si es cierto. Él enarcó las cejas y se encogió de hombros, extendiendo una mano y permitiéndome examinarla. - ¿Dice eso? En fin, no sé. Eran las mismas, desde luego, sólo que las suyas eran más grandes. John le contó que íbamos de camino a México, y yo añadí que habíamos querido verle antes de marchar, porque podríamos estar fuera mucho tiempo. A lo que él, sorprendentemente, contestó: - Sí, vete a México y escribe un libro. Puedes utilizar mi nombre. En aquel momento, Gabrielle empezó a agitarse, gritando con voz aguda y alterada: "¿Está ahí Caroline?" y "¡Extranjeros! ¡Son todos extranjeros!" Quizá había creído que yo era la hermana de Jack, Caroline, a la que nunca llegué a conocer. Stella nos dijo que teníamos que irnos, ya que nuestra presencia estaba poniendo nerviosa a Gabrielle y podría darle otro ataque. Así que nos marchamos y yo tuve la impresión de que me robaban parte de mi tiempo. Tenía la impresión de que mi padre se habría relajado si hubiera seguido hablando con él. Pero en fi, pensé que ya volveríamos a vernos algún día, cuando regresáramos de México…
Jan Kerouac. Una chica en la carretera. Editorial Argos Vergara, octubre de 1982. Traducción de J. M. Álvarez y A. Pérez. Cubierta: Antonio Lax - Francisco Ontañón.