El programa de abono que nos reencontró con uno de mis aspirantes preferidos a la titularidad, y nombrado principal director invitado, giró en torno a las danzas, obras conocidas y popularizadas algunas por Dudamel con "La Bolívar" aunque la madurez de la OSPA consiguió el siempre necesario poso y Lockington es la elegancia británica desde el podio atento a cada detalle. Como se respiraba cierto ambiente cinematográfico en estas músicas de danza, sería como comparar a Gene Kelly con Fred Astaire, los dos grandes pero de estilos y repertorios muy distintos, sin olvidarnos de las parejas de baile que ambos tuvieron, y esta vez la "asturiana" resultó Ginger Rogers en vez de Cyd Charisse.
"Estancia" en Argentina es una finca, algunas mayores que todo Extremadura, por lo que cuando llegas a esta tierra te desean "feliz estadía". Alberto Ginastera escribe su ballet Estancia cuya "Suite" de cuatro Danzas Op. 8a (1941) tienen todos los elementos que las orquestas y público desean: ritmos contagiosos, orquestación poderosa, melodías pegadizas, mezcla de popular y sinfónico, contrastes dinámicos y la rememoranza del escenario donde se desenvuelve la acción:
I. Los trabajadores agrícolas prepara el ritmo trepidante que la orquesta logró desde el ataque bien llevada por el maestro inglés, con un empaste total; II. Danza del trigo trajo dinámicas muy cuidadas y la cuerda "pellizcando" con redondez las intervenciones solistas de la calidad a la que nos tienen acostumbrados Myra y Vasiliev; III. Los peones de hacienda breve y bueno, abanico de timbres en una orquestación de nuestro tiempo, y tras la pausa obligada por la sintonía en anfiteatro del Gran Vals de Tárrega típica de "celulares" y maleducadas de edad (1), la IV. Danza final: Malambo, competencia masculina cual cerviches pamperos en taconeo que hasta los músicos incorporaron como si en la partitura se marcase, enriqueciendo aún más esta visión elegante de estas danzas que todas las secciones disfrutaron, especialmente la percusión que este viernes trabajó a destajo. Destacar la precisión siempre necesaria y aún más en esta obra compleja rítmicamente que la sabia batuta logró.
La biografía de Dylana Jenson, esposa de Lockington, es de película cuya banda sonora está escrita para violín. La Sinfonía española, Op. 21 del francés Edouard Lalo es realmente "un concierto para violín y orquesta evitando cadenzas y ejercicios de gran virtuosismo" como comenta Eduardo G. Salueña en las excelentes notas al programa (que están enlazadas al inicio de esta entrada en los nombres de los compositores). La dedicatoria de la obra a Sarasate se nota en los números elegidos (faltó el Intermezzo) por la violinista de origen costarricense, más por la herencia musical del navarro que por fuentes directas del francés de ascendencia española, aunque la habanera sea ya en su época internacional. El sonido de Dylana es cálido, elegante como la dirección y perfecto maridaje musical que la OSPA entendió desde la primera nota del Allegro non troppo, continuando en el Scherzando: Allegro molto con reminiscencias también danzarinas (vals y seguidilla) desde unos rubatos bien conseguidos. El Andante rebosó musicalidad y romanticismo por todas partes, terciopelo sin sensiblerías, para desembocar en el conocido Rondo: Allegro más francés que español pero universal sin perder ese ritmo latente de una obra que Lockington y la OSPA concertaron perfectamente con Jenson.
Para concluir nada mejor que lo también comentado con mi admirado tenor amigo al salir del Auditorio: cómo se nota cuándo los compositores también son directores, conocedores del instrumento para el que escriben desde la realidad sonora y no desde la soledad interior. Lockington se queda otra semana en Asturias, y el programa promete...