Generación Ryanair

Por Mayka
[Recupero un texto que escribí el año pasado en el que critico lo que creo que representa a mi generación; es decir, que es auto-crítica. Me apeteció hacerlo cuando encontré un manifiesto de la generación nocilla (los súper-post post), con claros ecos de En el camino a la española -véase: nuestro Renault rojo tenía las ruedas gastadas y salvó la literatura española- y con una insistencia fetichista en recalcar los nombres de lugares y marcas. Yo también tuve un Ford Fiesta rojo del 92 al que llamaba Forfi (en la intimidad, acordeón), pero no quería hablar de eso porque lo considero irrelevante para literatura, aunque fundamental para preservar el mito (ah pero, ¿son conceptos contrapuestos? Ui, ¡qué post es todo!). Yo prefiero centrarme en las contradicciones de mi generación, de la tendencia a viajar como vía de escape frente un futuro con tintes conformistas. Como he dicho, este texto es autocrítica total. Es decir, lo que ustedes quieren: sangre y carnaza al amanecer, yeah].

GENERACIÓN RYANAIR

Ofertas. Por todas partes. Encontraré, nos decimos siempre, la mejor opción. La más barata. Es cuestión de experiencia saber hacerlo, aunque los anuncios de Google todavía nos engañen con eso de ¡Ámsterdam-Valencia desde 20 €! Todavía, después de tanto rastreo evitando los buscadores, después de todas esas combinaciones imposibles para rebajar el precio final. Horas intempestivas, aeropuertos secundarios o noches durmiendo bajo stands cerrados son varias de las rutinas de los viajeros low-cost.

No nos importan estos sacrificios. Somos jóvenes. Pensamos que toda experiencia aporta sabiduría. Nos encanta viajar, ir de fiesta y percibir las diferencias culturales de los países europeos. Por nimias que sean en comparación a las que pueda haber con Asia o África, con diferencias culturales no nos referimos a que el menú del McDonalds cambie unas patatas por unos aros de cebolla en sus distintas versiones europeas. No nos gusta el McDonals.

Nos consideramos, de alguna manera, alternativos. Eso de viajar “de pulserita” no va con nosotros. Consideramos a Ryanair, pese a que nos time, engañe e insulte, nuestra empresa-amiga. Y siempre acudimos a ella cuando queremos viajar. Aunque no sepamos a dónde: siempre hay alguna buena oferta que te lleva lejos.

También sabemos que Ryanair sobrecarga a los pilotos, que es una empresa rapiña con el cliente y que contamina el aire el triple que una aerolínea normal, pero la seguimos utilizando. Nos seguimos considerando alternativos. Somos la Generación Ryanair: el cinismo de nuestra era, que reniega del sistema pero sin embargo utiliza las herramientas que una liberación despiadada ha hecho posible, está fielmente reflejado en este comportamiento. Queremos ir lejos, queremos escapar incluso de la cuna que no conocemos. Somos los románticos del S. XXI, burguesitos que se abstraen de los problemas de su generación gracias a su condición de burgueses. Todas esas caras de ambigüedad en la cola de la puerta de embarque son nuestro motor. El viaje es un punto de transición neutro entre lo que dejas y lo que buscas. Donde se crean las expectativas, donde ya no hay retorno. Queremos estar siempre de viaje. Somos la Generación Ryanair.