Genoa – Juventus: Giovanni Simeone

Publicado el 30 noviembre 2016 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Hay momentos en los que una concatenación de sucesos inverosímiles nos hace sospechar que toda nuestra vida está escrita en algún códice perdido en el fondo de una biblioteca. Sin importar qué hagamos, el resultado ya está determinado. Algo parecido debió sentir la Juventus de Turín cuando al minuto tres de partido frente al Genoa, encajaban un gol que, mientras más veces  uno observa la repetición, más se convence de que ese balón estaba destinado a terminar en el fondo de las redes.

A Luca Rigoni le envían un balón muy alejado de su posición y Leonardo Bonucci, uno de los mejores defensas centrales del mundo, intenta cortar la jugada con un gesto técnico, un taquito que busca a Hernanes. La idea es buena, pero la ejecución… A Rigoni el balón le bota en el pie derecho con tanta suerte, que ni un autopase hubiese tenido tanto éxito. Con la mitad del trabajo hecho, inicia una carrera donde con par de toques, uno con el izquierdo y otro con el derecho, se acomoda para chutar. Giovanni Simone le acompaña por la derecha, está solo y se ha asegurado de no caer en offside, pero Rigoni ya tiene entre ceja y ceja pegarle con el empeine al balón. Su disparo realiza la trayectoria de un proyectil que en menos de 17 metros alcanza una altura máxima de cincuenta centímetros y luego vuelve a caer. Justo antes de tocar el suelo, Buffon lo ataja.

Para un arquero de la calidad de Gianluigi, lo normal era enviar ese balón a saque de esquina y no dejarlo muerto en el corazón del área. Pero como diría un amigo mío, #shithappens, y lo que pudo quedar como un susto, volvía convertirse en una ocasión de gol.

Durante toda la jugada, el argentino Lucas Ocampo acompaña por la izquierda a Rigoni, quizás con la esperanza de recibir un pase con el exterior de la pierna zurda. Rigoni jamás lo ve. No obstante, su carrera tiene una justa recompensa: el será el primero en llegar al rechace. Buffon está desubicado, a menos de tres metros y no ha salido a achicarle. Parece un gol cantado. Le pega sin equilibrio, deslizándose, y lo hace perfecto. El cancerbero está vencido, el grito de gol ya se escucha, y de la nada, a lo deux exmachina, Alex Sandro detiene con el pecho el 1-0.

Una vez más, la suerte está con el Genoa y el cuero le cae en los pies a Giovanni Simeone. En ambas ocasiones, si Luca y Lucas hubiesen optado por el pase en lugar del disparo, es muy probable que Simeone ya la hubiese enviado al fondo de las redes. Pero ahora le toca a él equivocarse. No dispara de primera, prefiere bajar el esférico y acomodarlo para su derecha; al parecer, la zurda está reservada para ocasiones especiales, e inaugurar el marcador en casa frente a los líderes del Calcio no amerita el uso de la siniestra. Error. Ese tiempo desperdiciado es suficiente para que Buffon se deje caer sobre su izquierda y detenga el disparo. Hubiese sido un bonito final para la jugada, una de esas salvadas que funcionan como una inyección de moral para el equipo y de ahí en adelante todo es más fácil. Pero no.

Al siguiente disparo gol. Simeone esta vez sí le pega de primera y todo termina, pero eso no importa porque de una manera u otra iba a caer. La esencia está en el enfrentamiento de los bianconeros con lo inevitable: esa sensación de esperanza in crescendo con cada disparo que no entra provoca en quien la vive una desconexión con la realidad. “No va a caer, no va caer, no va caer”. Te coloca en las antípodas de lo que está por ocurrir. Y luego llega el mazazo.

Ahora imagínense cómo se deben sentir las personas que dejaron a un ser querido rumbo a cumplir un sueño y horas después recibieron una llamada para decirles que todo se había ido a la mierda, que el avión se estrelló, que no volverán a verlos. No puedes volver a conectar con la realidad porque tu realidad desapareció. No hay chance para remontada. Ese es el final, literalmente.