Vale, pues ésta es otra tomadura de cráneo a la que nos tiene acostumbrados (No Direction Home (2005) y la aborrecible, aunque todo hay que decirlo , se la curro más, Shine a Light) el señor Scorsese en este tipo de obras. Porque aquí no vamos a juzgar al director Scorsese por su cine de ficción. No, porque estamos tratando el documental musical. Le agradezco, infinitamente, su interés por la cultura musical anglosajona de los últimos cincuenta años, que éste gran legado no se pierda, no se diluya con las nuevas generaciones. Es más, que no olvidemos que un día el rock era puro, arriesgado como una bofetada en la cara a destiempo. Sólo por eso le pagaría una cena. Pero en George HarrisonLiving In The material Word dónde está el director. Pues nada, que él eligió la idea y todo el trabajo se lo llevó el montador. A lo mejor estoy loco o no muy al tanto de la mafia discográfica, pero un documental musical, bueno, ya sé que es un poco difícil revivir a Harrison, implica un poco más. Y en este momento piensoen El último Vals (The Last Waltz, 1978) su gran obra en este género. Si quieres hacer un documental, sobre el beatlemás infavalorado, eclipsado y retraido, se lo dejas a la BBCy tú a lo tuyo.Como guinda, algunos señalan, que como la productora es la segunda mujer de Harrison, Olivia Harrison, pues que se dejaron cosas escabrosas en el tintero. Anda ya .Vamos que después de 208 minutos de metraje, nos interesa mucho si Harrison era un cocainómano, un mujeriego o un plagiador. Ya puestos, Scorsesepodría haber hecho unos bonitos planos del retrete de Friar Park, más que nada por curiosidad. Sólo queremos aGeorge Harrison, su obra musical y, si somos un poco beatlemaniacosmorbosos, su papel en la banda. Y por aquello de la causa-efecto, qué fue de su vida tras los Beatles. Esto Martin Scorsese o su montador, David Tadeschi, lo llevan con gran solvencia. Como sabíamos queScorsese es un gran tipo, en ese sentido no nos iba a defraudar.Porque pagar ocho euros, con voces en off en la sala de cine (vale señores, que compraban sus discos, quizá ahora que son capitalistas, en Discoplay(¡anda ya!) pero este señor en el 61, cuando aquí imperaba elfolclore y Machín, era, o casi, un grande) tesientas y asistes a un Salvame Deluxe, sería para quemar contenedores. Pues allí que nos vamos a los Golem, un sábado a las 17 horas.
Es muy loable que el director-montador se decantara por la figura Harrison, un eterno segundón, viviendoa la sombra de dos genios en The Beatlesy, según señala el documento, un poco envidioso por el éxito de sus colegas. Está claro que durante la época de la banda, GeorgeyRingo eran meras comparsas de Lennon y McCartney, y de elegir hubiera preferido un documental sobre Ringo, lo mejor sin lugar a dudas de la película, si lo que queremos plasmar es la lucha de una marioneta dentro de uno de los grupos más influyentes de la música moderna. Sin embargo en George HarrisonLiving In The material Word observamos muchos de los temas que preocupan a Scorsese, como la religión o ese tipo de individuos geniales pero arrastrados por la vida, navegan sin mucha suerte o sin toda la que hubieran deseado.El documental está estructurado en dos partes (con descansoen el cine de 5 minutos para que hagas pis)la primera, la más dinámica, trata sobre el joven Harrison, cuando se juntó con Lennon y McCartney y su etapa con los Beatles . Hasta aquí todo bien. El problema viene en la segunda parte, las entrevistas están mal hilvanadas, se abusa de las experiencias místicas del protagonista, tanto que hasta un fan de Santa Teresa se plantearía el ateísmo, y unas prisas por contar demasiados datos , algunos superficiales, sin orden ni concierto. Dejando a un ladoa Ringoy Eric Idle(Monthy Python), el resto de las entrevistas aportan poco y aburren. En suma la segunda parte produce grandes dosis de tedio soberano. Ya ni te cuento, si a ti el exbeatle te la trae un poco floja. Qué eres un fan, pues quédate en casa y escucha sus discos que la mayoría de las veces, en este tipo de obras, es lo mejor que puedes hacer y no aburras a tu pareja, que lo más seguro es que se planteé muy seriamente el tipo de relación que tenéis. Porque George Harrison Living In The material Word promete muchos archivos inéditos, pues no. No hay nada que tú no sepas quitando alguna foto de Harrison en la India , algún video doméstico y alguna revelación escabrosa (la separación de su primera mujer, con Eric Clapton de por medio o el intento de asesinato de un perturbado en su residencia de Friar Park) , el resto lo conoces. Y es que a mi este tipo de documentosno me dejan de parecerun banal ejercicio de taxidermia colectiva, sazonado por un preocupado ahogo económico.
Al salir a los 8 y media del cine, ni tienes una necesidad imperiosa de escuchar sus canciones, como las tenías al principio, al comprar la entrada, ni nada que se le parezca.Eso es que algo falla. Y no creo que sea culpa tuyay que de repente se haya caído el mito (mitificar, algo muy peligroso) ,sólo es que te has aburrido con un documental sobre un tipo que te ha hecho pasar momentos inolvidables. Y es que, aunque Harrisonfingiera huir de ello, como dice el gran Ringo “siempre seremos Beatles aunque estemos muertos”. Esto es tremendo para cualquier individuo, me refiero a que nunca puedas escapar de tu pasado hagas lo que hagas en el presente o en el futuro. Sólo por esa afirmación, merecieron las más de tres horas empleadas.Por último, ¿qué sientes tras la película?. Algo así como ir a ver un viejo amigo, con el que ya no tienes trato desde hace muchos años, sólo tus recuerdos de antaño, momentos y viejas canciones del ayer, que te empujan como el veneno de una serpiente. Cenas en su casa y te vas.Cogiendo el coche, el autobús o el metro, de camino a tu casa piensas en todo aquello. Y nada de eso sabes que pasó, porque George Harrison nunca estuvo en tu vida. No es tu amigo, pero algo quedó de él. Quizá en aquella cena, en su casa, alguien quería robarte lo más íntimo, y lo más inteligente que hiciste fue ser el primero en irte y coger un taxi.
Un consejo, abstenerse los fans de los Rolling Stones y Martin Scorsese. JUAN AVELLÁN