No faltan los que se les enciende la sonrisa izquierdista, e incluso catalanista, cuando citan a Eric Arthur Blair, que adoptó el pseudónimo de George Orwell en 1933, un nombre que usó en sus correrías inglesas y
La primera parte está dedicada a cómo vivía Winston Smith. Orwell nos presenta lo más ideológico de la obra, la distopía de un mundo que en el siglo XX derivaba hacia el militarismo, el Estado omnipresente y el fin del individuo; un planeta dividido en bloques donde la guerra y la paz eran las coartadas. No era una percepción aislada, especialmente entre los liberales, como Hayek y su Camino de servidumbre(1944), Mises y El Estado omnipotente(1944), Popper y La sociedad abierta y sus enemigos (1945), o posteriormente Ayn Rand y La rebelión de Atlas (1957). De hecho, el título, 1984, no es nada más que la fecha en que Orwell lo escribió dando la vuelta a los dos últimos dígitos.
Terminada la novela, enseguida comprendí que se trata de uno de esos libros que todo el mundo cita sin haber leído, o bien que leyó los primeros capítulos, quizá hasta la extensa parte dedicada a la obra del falso disidente, y lo abandonó. Yo no.