La novela negra es como una cocina en la que hay un limitado número de ingredientes y un cocinero que prepara una cena que al paladar debe resultarle familiar y a la vez sorprendente, renovadora. Lo más habitual es encontrarse con cocineros que solo mezclan los ingredientes y no buscan nuevos sabores, y se conforman con poco. Estiman que el que luego probará lo cocinado se sentirá satisfecho con una pequeña modificación, un mínimo cambio. Así, salen novelas negras por docenas, por cientos, y en muchos casos el lector se encuentra con que se hacen casi en serie y ya casi no se necesita la intervención del cocinero, del fabulador, del autor. Mucha culpa de lo que ocurre la tienen los editores, empeñados en explotar hasta la extenuación un éxito casual o precocinado. También es culpa de una visión reduccionista de la literatura, muy cercana al exclusivo y excluyente logro monetario. Cuesta mucho encontrar una nueva voz, un nuevo enfoque. Y, sobre todo, cuesta encontrar posturas honradas, sinceras, a escritores con el espíritu de Baroja, que crean en la literatura como otra parte -esencial- de la vida y no llenen páginas sin más o porque sí, sino porque le dan a la vida literaria lo que en la vida a secas encuentran. No había leído hasta ahora a George Pelecanos. Y tengo la certeza, después de leer El jardinero nocturno, de que se trata de uno de esos escritores que no cocinan para engañar, tampoco para únicamente entretener ni para ganar dinero. Pelecanos orilla lo superfluo y lo comercial gracias a su apuesta por lo menos descollante, lo menos epidérmico, lo menos sabido y pretencioso. Si sigue la labor de unos detectives de la policía, dice verdades siguiendo su periplo investigador como un reportero independiente; si narra un asalto y un ajuste de cuentas entre delincuentes, dice verdades al no olvidarse de la caracterización social; si nos lleva hasta el apasionante recorrido en la caza de un asesino en serie, dice verdades al no convertir su novela en una historieta para biempensantes y manejadores de los códigos de venganza del Antiguo Testamento. Pelecanos tiene mucho de Hammett: podría afirmarse que es un heredero directo por su prosa ajustada y permeable a algunas pinceladas muy coloristas en breves pasajes iluminadores, de gran sensibilidad, y por las descripciones de los personajes y de los lugares en que se estos se mueven. Y acaso también por la mentalidad crítica pero no destructiva, en ningún caso nihilista. Lo que suma a lo ya dicho, lo que aporta de nuevo es evidente en el realismo de la historia, en la cabal retención de la necesaria violencia y en la cercanía casi milimétrica con que la voz narradora está situada para contar desde la distancia más precisa según cada personaje, según cada voz. Solo en esto hay virtuosismo en El jardinero nocturno, pero es el virtuosismo del talento puro, de la pura verdad interior que empuja a contar, a ser un escritor empatizador, un hombre que mira y cuenta y se esfuerza por que lo dicho no se desvanezca. El jardinero nocturno es un logro mayor de la novela negra. Su final es uno de los más perfectos que he leído nunca. Uno o dos de sus personajes principales son memorables. Y Pelecanos es un autor al que habrían leído con gusto Gide y Malraux. ¿Qué mas cabe añadir?
La novela negra es como una cocina en la que hay un limitado número de ingredientes y un cocinero que prepara una cena que al paladar debe resultarle familiar y a la vez sorprendente, renovadora. Lo más habitual es encontrarse con cocineros que solo mezclan los ingredientes y no buscan nuevos sabores, y se conforman con poco. Estiman que el que luego probará lo cocinado se sentirá satisfecho con una pequeña modificación, un mínimo cambio. Así, salen novelas negras por docenas, por cientos, y en muchos casos el lector se encuentra con que se hacen casi en serie y ya casi no se necesita la intervención del cocinero, del fabulador, del autor. Mucha culpa de lo que ocurre la tienen los editores, empeñados en explotar hasta la extenuación un éxito casual o precocinado. También es culpa de una visión reduccionista de la literatura, muy cercana al exclusivo y excluyente logro monetario. Cuesta mucho encontrar una nueva voz, un nuevo enfoque. Y, sobre todo, cuesta encontrar posturas honradas, sinceras, a escritores con el espíritu de Baroja, que crean en la literatura como otra parte -esencial- de la vida y no llenen páginas sin más o porque sí, sino porque le dan a la vida literaria lo que en la vida a secas encuentran. No había leído hasta ahora a George Pelecanos. Y tengo la certeza, después de leer El jardinero nocturno, de que se trata de uno de esos escritores que no cocinan para engañar, tampoco para únicamente entretener ni para ganar dinero. Pelecanos orilla lo superfluo y lo comercial gracias a su apuesta por lo menos descollante, lo menos epidérmico, lo menos sabido y pretencioso. Si sigue la labor de unos detectives de la policía, dice verdades siguiendo su periplo investigador como un reportero independiente; si narra un asalto y un ajuste de cuentas entre delincuentes, dice verdades al no olvidarse de la caracterización social; si nos lleva hasta el apasionante recorrido en la caza de un asesino en serie, dice verdades al no convertir su novela en una historieta para biempensantes y manejadores de los códigos de venganza del Antiguo Testamento. Pelecanos tiene mucho de Hammett: podría afirmarse que es un heredero directo por su prosa ajustada y permeable a algunas pinceladas muy coloristas en breves pasajes iluminadores, de gran sensibilidad, y por las descripciones de los personajes y de los lugares en que se estos se mueven. Y acaso también por la mentalidad crítica pero no destructiva, en ningún caso nihilista. Lo que suma a lo ya dicho, lo que aporta de nuevo es evidente en el realismo de la historia, en la cabal retención de la necesaria violencia y en la cercanía casi milimétrica con que la voz narradora está situada para contar desde la distancia más precisa según cada personaje, según cada voz. Solo en esto hay virtuosismo en El jardinero nocturno, pero es el virtuosismo del talento puro, de la pura verdad interior que empuja a contar, a ser un escritor empatizador, un hombre que mira y cuenta y se esfuerza por que lo dicho no se desvanezca. El jardinero nocturno es un logro mayor de la novela negra. Su final es uno de los más perfectos que he leído nunca. Uno o dos de sus personajes principales son memorables. Y Pelecanos es un autor al que habrían leído con gusto Gide y Malraux. ¿Qué mas cabe añadir?