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ser emigrante era tal vez precisamente eso:
ver una espada allí donde el escultor creyó, con
total buena fe, poner una antorcha
y no haberse equivocado por completo.
sobre el zócalo de la estatua de la Libertad
se grabaron los célebres versos
de Emma Lazarus:
denme a los que están cansados,
a los que son pobres,
vuestras masas sedientas de aire puro,
los desperdicios miserables de vuestras tierras
superpobladas
envíenme
a esos apátridas
sacudidos por la tormenta
elevo mi antorcha
cerca de la Puerta de Oro
Pero, simultáneamente, toda una serie
de leyes fue
promulgada para controlar
y, un poco más tarde,
contener el influjo de emigrantes
a lo largo de los años, las condiciones de admisión
se endurecieron más y más, y poco a poco se
cerraron las puertas de esta América fabulosa,
de este El Dorado de los tiempos modernos
donde, como se cuenta a los niños de Europa,
las calles estaban pavimentadas con oro,
y donde la tierra era tan vasta y generosa
que todos podían encontrar su lugar
Georges Perec. Ellis Island. Libros del Zorzal, 2004.
Traducción de Leopoldo Kuslez.