Situado al margen de rigideces y estéticas encuadradas en una corriente artística concreta, dentro del bullicio que supuso el comienzo del siglo XX. Podría decirse que es un expresionista inclasificable y, forzosamente reconocible. Realizó su primera exposición a título personal en 1910, mostrando trabajos definidos por la aparición de anchos bordes en la composición de sus figuras, hecho que denota y lo pone en total relación con la etapa que ejerció como vidriero y el uso habitual del plomo en el tapado de las juntas. Centrado en la temática social, urbana y en muchos caso marginal; sus obras destilan un cierto pesimismo y tragedia, relacionadas con contextos desolados en los que intenta acentuar la angustia y desamparo de sus contemporáneos. Suya es por tanto una pintura oscura, sombría y lejana a la luminosidad o los colores vivos, en la que se reflejan payasos, prostitutas, jueces,... recubiertos en cualquier caso de una sibilina crítica al vicio, la depravación o la atrocidad humana.
Destacada en su prolífica trayectoria y de importancia similar a sus trabajos mundanos, son las piezas relacionadas con la temática religiosa; inclinada al análisis moral y sujetas a la reflexión sobre la culpa y su salvación, con el tema de Pasión de Cristo como escena principal. Asimismo, esta etapa de espiritualidad artística que dio comienzo desde 1918, pasó a aumentar dentro de su producción y a convertirse desde la década de los cuarenta en su única dedicación. Entre sus influencias cabe destacar, a Paul Cézanne y entre sus amigos de profesión al famoso Henri Matisse.
Actualmente el Museo de Bellas Artes de Bilbao presenta una exposición retrospectiva de su obra, titulada:
Georges Rouault. Lo sagrado y lo profano.
Cabeza de un trágico payaso (1904).
Odalisca (1906).
Muñecos del salón de tiro, títeres y la novia (1907).
Los fugitivos o El Éxodo (1911).
Desnudos (1914).
La dura tarea de vivir (1917).
Jesús en el arrabal (1920).
Cristo ultrajado (1932).
Crepúsculo (1937).
Homo homini lupus (1948).