Georgia: Tbilisi II

Por Orlando Tunnermann


Georgia, en su pretencioso esplendor contemporáneo, me regala imágenes de la ciudad tan bellas como la de la fotografía que abre este artículo. Un puente casi translúcido que es como un portal a la vanguardia más futurista.
Fauces de cristal y transparencia para olvidar la huella siniestra de la guerra, la decrepitud de las calles más recónditas.
Todo se olvida, desaparece, se difumina la estela cadavérica de las fachadas y tejados destrozados cuando posamos la mirada sobre los edificios más egregios de la ciudad. Fachadas nobles, mayestáticas, que emulan la arrogancia parisina y su decoro elegante y altivo.
Es imprescindible perderse por entre los angostos callejones en penúmbras que aparecen como túneles hediondos, acaso la garganta desgañitada y sucia de un gigante dormido.
Cuevas urbanas, grutas de la ciudad, callejones misteriosos que arrastran suciedad y precariedad, los cruzamos con el alma en un puño para descubrir a pocos metros corralas vecinales, pequeñas tiendas de libros, música, enseres de toda clase, papelerías, ciber-cafés o encantadores rinconcitos como el que adjunto a pie de página.
Una cafetería con terraza exterior, gente tomando café, departiendo, una escena parisina, un ambiente de postal o fotografía para el recuerdo, un instante para detenerse y aspirar la esencia georgina en su estado más delectable, el placer de detenerse a saborear un moment de placer fugaz, un rincón apartado de la gran ciudad, oculto y delicioso, entrañable y receloso de las miradas de la multitud.
Georgia hay que descubrirla, pues sorprende su faz bicéfala, con su reverso decrépito y su frente bien bruñida y pulida por la luz del sol.