Recién llegado de Madrid, he podido escuchar el programa de RNE «Documentos», dirigido por Modesta Cruz, y dedicado hoy a «Gerardo Diego. Tradición y vanguardia en la poesía», que ya se puede escuchar en el archivo de la página web de la emisora. Serán azares cotidianos, porque, anoche, camino de una cafetería ya conocida para picar algo, pasamos por el número 9 de Covarrubias esquina José Marañón y volvimos a ver la placa que dice que allí vivió el poeta desde 1940 y allí murió a sus noventa años en 1987. Hoy, ya en casa, voces amigas como las de Pureza Canelo o F. Javier Díez de Revenga me han hablado sobre la obra múltiple e incansable de Gerardo Diego; también su hija Elena ha dicho bien cómo era el padre, el hombre de cultura, amante, amigo, cómplice de la música. Podrían haber intervenido —no todo cabe— otras voces con la misma solvencia, como las de José Luis Bernal o Juan Manuel Díaz de Guereñu, que este próximo martes presentan en Madrid su monumental edición del Epistolario (1916-1980), entre Gerardo Diego y Juan Larrea, otra de las numerosas aportaciones de la Fundación Gerardo Diego como Centro de Documentación de la Poesía Española del Siglo XX y la que ha convertido al santanderino en el poeta mejor editado de toda su generación; la que ha dado a la luz en coedición con Editorial Pre-Textos los dos volúmenes de la Prosa musical (2014 y 2015), en edición de Ramón Sánchez Ochoa y Elena Diego Marin, y los dos, casi mil quinientas páginas, sobre lo dejado por el autor, en edición de Franciso Javier Díez de Revenga, de la Poesía completa (2017). Todo Gerardo Diego es mucho; pero sigue habiendo oportunidades para conocer mejor un tiempo y unas obras —no solo las suyas— que nos enriquecen. Por eso, recuerdo que este martes yo seguiré en directo desde casa —obligaciones mandan— el acto de presentación de ese epistolario de Diego-Larrea en la Residencia de Estudiantes de Madrid.