Gerardo Vera pone en escena "El idiota" de Fiodor Dostoievski versionado por José Luis Collado

Publicado el 12 marzo 2019 por Juancarlos53
Gerardo Vera llevó a las tablas "Los hermanos Karamazov" de Dostoievski hará cosa de, aproximadamente, cuatro años. Cuando acudí a verla dudaba de si una narración que en algunas ediciones alcanza la nada despreciable cifra de 1200 páginas cabría en el formato de una representación teatral. Pues sí, la gesta de tal jibarización la había logrado, y con acierto, José Luis Collado. La puesta en escena de "Los hermanos Karamazov" había corrido por cuenta de Gerardo Vera. La representación en ese ya lejano 2015 fue un rotundo éxito. [en "Reflexiones", mi otro blog, podéis leer mis impresiones sobre esta obra]
Es evidente, pues, que cuando vi que el Teatro Mª Guerrero programaba para esta temporada 2018-2019 otra puesta en escena de Gerardo Vera sobre un texto de Dostoievski en versión dramática de José Luis Collado no me lo pensé dos veces y allí que me planté a ver cómo en esta ocasión había conseguido el adaptador meter unas 800 páginas en una representación de 2 horas. Al decir de los entendidos en la obra del gran reslista ruso, el reto de meter una historia narrativa de 800 páginas en una historia teatral de no más de 60, Collado lo había superado con éxito. A tal logro contribuía, sin duda alguna, la magnífica e interesantísima puesta en escena ideada por Gerardo Vera quien en su cabeza -según confesión suya- llevaba la realización de una trilogía dostoievskiana; pero tal idea se truncó -o al menos se frenó- por culpa de una dolencia cardíaca que lo alejó del Teatro durante un tiempo. "El idiota", pues, supone su reincorporación a la actividad, una reincorporación exitosa por demás.
El mismo Gerardo Vera en el programa de mano que se entrega dice sobre la historia que se cuenta lo siguiente:
El príncipe Myshkin de Dostoievski es el último miembro de una familia noble y arruinada. Padece, como el propio autor y como el Smerdiakov de los Karamázov, ataques epilépticos. Sus pasiones son extremas, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado. Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen, no pueden evitar temerle. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad.Todos los personajes que le rodean no pueden evitar dejarse fascinar por él, pero al mismo tiempo sienten un profundo terror ante esa mezcla de orgullo, pasión e inocencia que a todos les desborda. Este es el personaje, este “idiota” que no lo es tanto y que ya forma parte de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos.
Se ve claramente que estamos ante unos personajes en cuya relación la psicología tiene un importante papel. Son unos seres que actúan pero en su actuación su pensamiento interior cumple una función esencial. Al tiempo esos pensamientos interiores están mediatizados por el entorno, una sociedad de alta burguesía en crisis, en cuya actuación la hipocresía es central. Este modo de comportamiento se quiebra cuando aparece un inocente, la bondad personificada, un idiota al decir de todos, en cuyo comportamiento el amor es esencial. La historia tiene a veces claras resonancias -a mí me lo pareció, al menos- de las amables historias de enredo de nuestro teatro clásico. La disputa por el amor del Príncipe Myshkin (Fernando Gil)  entre las dos jóvenes, Aglaya (Vicky Luengo) y Nastasia (Marta Poveda) puede en algunos momentos parecerse a las de las comedias de nuestro Siglo de Oro, si bien hay en "El idiota" una mucho mayor profundidad psicológica y dramática.
La bondad, la verdad inocente, la piedad incluso, es el motor de la representación. El Príncipe no sabe mentir, no es un hipócrita, dice siempre la verdad, y por eso encaja a duras penas en esta sociedad burguesa, urbana, toda ella llena de falsedad. Cuando ve a Nastasia algo en su interior le llama y lo mismo le sucede a ella hacia él. Sin embargo hay una gran diferencia en el curso vital de uno y otro personaje, pues mientras Myshkin es puro y desconocedor de las triquiñuelas y maldades burguesas, Nastasia está de vuelta de todas ellas e incluso implicada en las mismas: amante del adinerado Afanasi (Abel Viton) a quien en el fondo odia, y embaucadora del burdo pero sincero en sus sentimientos Rogozhin (Jorge Kent), a quien casualmente el Príncipe había conocido en el tren que le condujo a Petersburgo. Es, pues, Nastasia, un ser complicado, poliédrico, complejo, que supera su taimada condición cuando decide sacrificar su amor hacia el idiota por el bienestar de éste, quien en verdad será más feliz con Aglaya que con ella, un ser ya quemado por la brutalidad de la sociedad.
Rodeando a este conjunto está el matrimonio formado por el General Epantchin (Ricardo Joven) y su esposa Lizaveta Prokofievna (Yolanda Ulloa), el único familiar que tiene el Príncipe una vez que abandona la clínica suiza donde ha estado tratándose de su epilepsia. Precisamente encontrarse en San Petersburgo se debe a que ha ido a contactar con ella. Es allí en la casa del General donde conocerá a Aglaya y a Gavrila (Alejandro Chaparro) en cuya pensión se alojará Myshkin; en esta pensión también conocerá a Kolia (Fernando Sainz de la Maza), hermano de Gavrila, que cumple en la la obra un poco la función de narrador de la misma.
Si importante e interesante es la historia que cuenta Dostoievski, ésta ve acrecentados tales adjetivos con la magnífica puesta en escena ideada por Gerardo Vera. Un escenario desnudo que en ocasiones se llena de color y movimiento a través de proyecciones cinematográficas que muestran acciones de exteriores (trenes que circulan, noches de ventisca y nieve, etc.) y evoluciones de los rostros de los personajes. Con estas imágenes cinéticas 'entran' en el teatro parte de las numerosas descripciones características de la novela decimonónica. Al tiempo el sonido acompaña estas proyecciones envolviendo en él al espectador. Además en momentos puntuales del espectáculo suenan temas musicales  bellísimos que -confieso- puedo decir cuáles son tras haber leído la estupenda crónica que de la obra hace en El País (suplemento 'Babelia') el crítico y novelista Marcos Ordóñez: "un interludio de 'Lady Macbeth en el Estado de Minsk', de Shostakóvich (durante el baile en la velada central), y la versión rusa de 'Gloomy Sunday' a cargo de la cantante Severija, procedente de la serie alemana 'Berlin Babylon'" (Babelia, 2/3/2019).

Por lo demás quiero destacar la perfecta actuación de todo el elenco. En especial me gustaron dos actores: Fernando Gil (el Príncipe Myshkin) por su magnífica ejecución del papel de inocente, de idiota, de persona fuera de este mundo; y Yolanda Ulloa (la Generala) por la dignidad que da al personaje madre de Aglaya que busca por todos los medios la felicidad de su hija. Todos los personajes se ven arropados, ¡nunca mejor dicho!, por un vestuario de época acorde con sus personalidades. Con estos ropajes los actores se mueven por un escenario abierto, casi desnudo, ocupado puntualmente sólo por elementos como las imágenes ya señaladas, o por escuetos elementos de mobiliario: una mesa y dos sillas, una hermosa e historiada lámpara, y poco más. Pese a esta desnudez ornamental el espacio escénico se agranda al incorporar al mismo en algunos momentos el proscenio y pasillo del patio de butacas. De esta manera la obra gana en dinamismo y evita el posible hieratismo en que la representación podría caer en momentos puntualmente muy narrativos.
La obra estará en cartel en el Teatro María Guerrero hasta el próximo día 7 de abril. Una obra de todo punto recomendable.