La semana pasada llegó a mi correo por sorpresa una invitación a la fiesta de cumpleaños de una vecina, con la cual para más datos sólo había conversado brevemente en un par de ocasiones. A causa de mi escasa experiencia con este tipo de celebraciones, por otra parte sagradas en los Países Bajos, no recordé hasta el último momento que el protocolo dicta que uno debe presentarse con un regalo bajo el brazo. En la zona sólo quedaba abierta una tienda de bricolaje donde lo más adecuado que pude encontrar fue la sección de jardinería. Juzgando ridículo el aparecer con una enorme maceta en casa de una persona a la que prácticamente no conoces, me decanté por una pequeña planta con unas modestas florecillas de color rojo y un precio aún más modesto de dos euros cincuenta.
Mas cuando llegue a casa y eché una segunda ojeada a mi plantita caí en la cuenta de cuán sumamente cutre era mi humilde presente. Rápidamente, ya que el tiempo apremiaba y en Holanda si te dicen que algo empieza a las ocho, es que empieza a las ocho, intenté ingeniar un método que disimulase la pobreza del improvisado obsequio. Y mientras las primeras notas de la tonada cumpeañera de rigor llegaban desde el piso de arriba se me ocurrió cubrir la horrible maceta de plástico marrón con un papel de regalo. Corté veloz una lámina de papel, agarré la cinta adhesiva y... aquello era imposible. Por más vueltas que le daba, por más que recortaba una y otra vez aquella cuartilla que iba adquiriendo formas más y más inverosímiles hasta casi desaparecer, era imposible adaptar sin planificación un papel rectangular a la forma del macetero. Acabé desistiendo, armé con las tiras de papel sobrante un lacito que no llegó más que a triste pegote adherido al tiesto y marché por fin la fiesta dichosa, pero esto es otra historia que será contada en otra ocasión.
A lo que íbamos: Si envolver en papel una maceta, que se parece bastante a un cilindro, entraña semejante dificultad, imaginaos cuán complicado puede ser el recubrir una esfera. Pues con este mismo problema se enfrentaron los cartógrafos del siglo dieciséis cuando abordaron por primera vez la tarea de dibujar un mapamundi, es decir, representar el globo terráqueo en una hoja de papel.
Europa en 1569
Allá por 1569, cuándo los Países Bajos formaban parte del imperio español y el colonialismo y las grandes travesías en barco estaban a la orden del día, el cartógrafo flamenco Gerardus Merkator, tras dibujar multitud de mapas e inventar el concepto de atlas, se propuso algo que nadie había hecho antes: dibujar un mapa mucho más grande que abarcara el mundo entero. Pero como hemos visto, el adaptar un plano a una esfera o viceversa no es moco de pavo. ¿Cómo solucionó Merkator la papeleta? Mediante una proyección cilíndrica.Pues así mismo ideó Merkator su mapamundi, pero no con globos que se infan sino con transformaciones matemáticas. Esta manera de hacerlo era la mejor para la navegación y permitía a los tripulantes de un barco orientarse con facilidad en alta mar. ¿Y sabéis qué? El mapa resultante es el que todos nosotros, sin importar el paso de los siglos, hemos estado utilizando desde entonces.
Mapa de Mercator: El mundo tal y como lo conocemos
Grado de deformación
Pero como hemos explicado, nuestro viejo conocido el mapamundi está deformado con respecto al mundo real. Así que pasados los años comenzaron a aparecer voces diciendo que la transformación de Mercator ya había cumplido su cometido e iba siendo hora de acostumbrarse a una representación más realista de nuestro planeta. Entre todas estas voces la que más alto se oyó y la que más guerra dio fue la de un señor alemán llamado Arno Peters allá por 1940.Peters, que curiosamente no era cartógrafo sinó especializado en propaganda política, ideó una proyección más realista (casi idéntica a la elaborada en 1856 por el escocés James Gall, por cierto) que propuso como la alternativa a Merkator.
¿Cuál era el problema del mapa de Peters? Que si bien corrige el problema de las áreas (que aparece muy bien explicado en el video de más arriba) y consigue representar todos los continentes con su tamaño real, algunos de ellos aparecen deformados. Es decir que su extensión en kilómetros cuadrados es la correcta pero la forma queda distorsionada con respecto a la verdadera.
Mapa de Peters: Acierta en el tamaño pero lo pierden las formas
Vemos que las proporciones cambian una barbaridad en relación a la representación original (¡África es enorme!). Sin embargo las deformaciones (¡África no es así de alargada!) no gustaron nada a los verdaderos cartógrafos de la época, para los que Arno Peters era lo que a los músicos Luís Cobos, y llegaron a definir este mapa como "un calzoncillo largo, mojado y andrajoso colgado del Ártico".
Jugando al tetris con la verdadera África
La Unesco y muchas ONG adoptaron y popularizaron desde entonces el mapa de Peters, que se acabó convirtiendo en la visión políticamente correcta del mapamundi. Y dado que es el único mapa del mundo con derechos de autor, el amigo Peters se hizo rico a su costa. Paradójicamente algunos de sus detractores alegan que Peters sólo ve la paja en el ojo ajeno, pues a la hora de decidir si achaparrar Europa o estilizar África se decanta una vez más por la deformación del tercer mundo. Y no es por nada pero... ¡Europa sigue estando en el centro!
Mapa Upsise down: Vista colocando Australia donde siempre estuvo Europa
Y esta es toda la historia. Sin duda nada nuevo para los aficcionados a la cartografía pero todavía sorprendente para muchos de nosotros. A día de hoy sigue existiendo el debate entre acérrimos seguidores de Merkator y Peters, este curioso dúo de oponentes separados por cinco siglos de historia. ¿Qué tiene más importancia, conservar la forma o el tamaño? Y un apunte, googlemaps sigue utilizando mercator.
Fuentes: 1, 2 y wikipedia, claro.