Es un dandi canalla. Lirismo y jeta. Hondura y descaro. Frescura. Rebeldía. Que, como él mismo escribe, «Si no eres rebelde no eres nada, y no olvides que no hay rebeldía sin esperanza». Germán San Nicasio lo escribe en su nuevo libro, Diario de un escritor delgado (Ed. Eutelequia, p. 183), un periplo sentimental por el devenir convulso de un artista de la tecla que busca editor a duras penas y se da de bruces con una realidad no apta para su paladar de romántico disfrazado de adicto al amor fingido.
Sólo cinco meses después de publicar La cárcel de Jackson Pollock, el escritor madrileño vuelve a la carga con su obra más íntima y visceral -y también la más polémica, porque en ella no deja títere con cabeza, de políticos a editores pasando por actrices, futbolistas, toreros o escritores-. 325 páginas de «egoísmo a fondo perdido», como él mismo define el arte.
-¿Por qué un diario, tratándose de un género literario en desuso?
-Por experimentar. Había hecho algún intento, pero nunca tan en profundidad. Y por hacer lo que no hacen. Por desmarcarme. Supongo que quizá también por vanidad, por prepotencia, porque hay que ser muy prepotente y muy vanidoso para pensar que tus opiniones le importan algo a quien te lee. Y además de eso hay que ser un exhibicionista y un cretino.
-Es uno de los escritores que más me gustan. No era un buen novelista a mi juicio, pero sí un gran escritor. Juntaba las palabras como nadie. De él admiro su exquisitez literaria.
-Pero para novelista, Delibes, al que cita usted también en su Diario.
-Sin duda. Delibes y Umbral son los dos escritores que más me gustan. De Delibes me quedo con el fondo; de Umbral, con la forma: tenía una estética espectacular. Si yo algún día lograse conjugar ambas cosas en mi escritura... ¡sería la leche!
-Su nueva obra destila un hedor a pesimismo que tira para atrás. ¿El mundo es una mierda?
-El mundo no es una mierda, aunque hay mucha mierda en el mundo. Pero le diré que yo uso la escritura a modo de desahogo: escribo cuando no me encuentro bien y por eso mi libro tiene ese aire pesimista y negativo. Digamos que el folio en blanco es para mí un vertedero emocional.
-En las páginas de este Diario relata usted los pormenores de una angustiosa peregrinación en busca de editor. ¿Qué aprendió en el camino?
-Que no hay que rendirse nunca. Aunque eso ya lo sabía, pero con esta experiencia lo constaté. Y no hay que tirar la toalla aunque las cosas se pongan cada vez más difíciles, porque, en el fondo, eso es lo que le da la gracia al asunto. Y también aprendí a conocer a la gente: hay personas que parecen muy desagradables a primera vista pero que luego se entregan contigo; en cambio otras son todo buenas palabras... y en eso se quedan.
-¿Se come de las palabras o las palabras pueden llegar a comerte?
-Yo de momento no como de las palabras, pero reconozco que son muy absorbentes y te pueden devorar, obsesionarte. En ese sentido, sí estoy un poco comido por las palabras.
-Pone usted los concursos literarios a parir, y eso que su primera novela, Verde pañuelo, fue precisamente la ganadora del Premio Literario de la Fundación Joselito. Pese a todo, ¿sigue intentando ganar?
-Los concursos me parecen necesarios. Son, como decía Delibes, «las oposiciones del escritor». Pero me da la impresión de que hay mucho pasteleo. Claro que si mañana me ofreciesen el Planeta diría que sí sin pensármelo... [duda]. Pero bueno, no me lo darían, porque yo no haría el paripé que hacen todos cuando se da a conocer el fallo, fingiéndose sorprendidos, cuando ya saben desde hace tiempo que van a ser los ganadores. O al menos eso parece.
-Si la literatura es un negocio, ¿cuál es el valor en alza?
-La entrega. Pero en literatura y en cualquier disciplina artística. Un pintor tiene que entregarse a su obra; si no lo hace, no pasará de ser una maruja que pinta en sus ratos libres. Y un escritor, exactamente igual: o se entrega o no llega a nada.
[Diario de un escritor delgado se presenta el próximo martes 15 de febrero a las 19.30 horas en FNAC Callao (Madrid)].
Publicado en Diariocrítico.