Apuntes - por Pilar Alonso
“Cuando alguien entra tan a fondo en Oriente, no puede vivir lejos de él”.
Gertrude Bell
Que muchas mujeres hayan dejado su particular impronta en la historia es algo que nadie puede cuestionar. Pero, aparte de un puñado de nombres más o menos sonados, muchas de ellas son unas absolutas desconocidas para la mayoría del público. Y Gertrude Bell figura en esa lista.
Nacida en 1868 en el seno de una familia británica de clase alta, esta aventurera viajó por gran parte de Oriente Medio, fue la primera mujer en licenciarse en Historia Moderna en Oxford, miembro de la administración colonial británica y condecorada con la Orden del Imperio Británico, escritora, arqueóloga, fotógrafa, traductora y politóloga, entre otras cosas.
Cuando otras jóvenes de su tiempo se concentraban en buscar marido, lo normal en aquella época, ella decidía ampliar sus horizontes y a los veintitrés años iniciaba su periplo en Teherán, donde aprendió persa y entró en contacto con el mundo oriental que tanto la había atraído desde su niñez. Y no paró desde ahí: Jerusalén, el valle del Jordán, Siria, Palestina, Mesopotamia (actual Irak), Turquía… en ocasiones por rutas desconocidas y sumamente peligrosas. Resulta curioso que, pese a su aparente actitud liberal respecto al papel de la mujer, no estaba dispuesta a renunciar a ninguna comodidad. Viajaba con gran número de animales de carga que transportaban no sólo mapas, libros, armas, prismáticos o cámaras, sino incluso una bañera, tiendas de campaña, camas y sillas plegables, porcelana fina, manteles de lino, cristalería, cubertería de plata, alfombras… además de vestidos elegantes, sombreros, corsés, artículos de tocador y todo lo necesario para vestirse con elegancia en pleno desierto y recibir así a sus invitados, los beduinos, y poder servirles el té en bandeja de plata como una auténtica dama victoriana.
Durante la Primera Guerra Mundial fue reclutada por el Gobierno Británico por su gran conocimiento de la región y parece que proporcionó valiosa información sobre ello a Lawrence de Arabia, y en 1921 fue la única mujer entre los cuarenta miembros que participaron en la Conferencia de El Cairo, donde Churchill reunió a los mayores expertos en Oriente Próximo para decidir el futuro de Mesopotamia, Cisjordania y Palestina.
Fue nombrada por el emir Faysal directora del Patrimonio Histórico y de la Biblioteca Salam de Bagdag y ayudó a la creación del Museo Nacional de Irak, saqueado en estos últimos años debido a la guerra, donde logró reunir una importante colección de objetos procedentes de las excavaciones de la antigua Mesopotamia.
Allí, en Bagdag, es donde pasó sus últimos años, hasta un día de julio de 1926 en el que decidió quitarse la vida. Tenía 58 años y más de 30.000 kilómetros recorridos por naciones cuyas fronteras contribuyó a forjar.