Geu-rim-ja sal-in

Publicado el 11 abril 2011 por Josep2010

En cualquier tipo de arte y quizá más en el cine la inspiración en trabajos ajenos anteriores suscita tanto la comprensión como la crítica más feroz dependiendo no tan sólo del ojo que mira y el cerebro que analiza: el buen resultado obtenido, la sensible mejora, eleva la percepción de mero plagio o copia descarada cuando la identificación es abrumadora;en el marasmo de información que manejamos en este siglo resulta difícil por no decir imposible disponer de una idea que nunca antes se haya expuesto: somos lo que mamamos y suerte tenemos si conseguimos dar una visión propia y distinta de la ajena sobre una misma cuestión porque no debemos olvidar que las opiniones suelen formarse con el sedimento natural de los conocimientos recibidos a base del estudio, ya que las mentes iluminadas repentinamente pertenecen a la quimera de la vagancia, por mucho que ésta sea más abundante de lo esperado y conveniente.
Por eso, cuando los cinéfilos nos enzarzamos en disputas relativas a un refrito, remake o versión, hay que mirar con lupa los antecedentes y aun así el bizantinismo tiene una ventana abierta y seguro que se cuela de rondón. Confiar en que la película que vamos a ver será absolutamente original es ver no la botella medio llena sino a estrenar, cuando ya todos la han catado. Es más sensato adoptar una nueva mirada y dejar de lado como innecesaria la novedad como supuesta virtud por mucho que la mercadotecnia en reiterada demostración de ramplonería y falta de imaginación nos quiera vender el producto como novedoso y original en grado máximo olvidando que nuestros culos han conocido muchas butacas ya y nuestra mente se halla situada un poco más arriba.
No escribo nada nuevo si declaro que apenas tengo experiencias como espectador del cine oriental de este siglo y ello es evidente porque cuando paso un buen rato con una de esas películas que se ruedan cerca del sol naciente me apresto a contarlo, hice hace ya dos años.
Dos semanas atrás tuve la oportunidad de ver la que se supone es la ópera prima de Park Dae Min, joven guionista que se presentó a un concurso de guiones en Corea del Sur y consiguió ganar el primer premio que, por lo que he podido llegar a saber, consistía en la oportunidad de dirigir una película basada en el citado guión.
Esa sin duda es una buena forma de favorecer la cultura cinematográfica de un país: premiar un guión dándole rodaje. Aplique el amable lector toda clase de sinónimos, comparaciones y paráfrasis siempre teniendo en cuenta que no me refiero a un rodaje de tres al cuarto:no: me refiero a una producción con cara y ojos.
Park Dae Min escribió una trama que bebe en diversas fuentes conocidas de la literatura y del cine occidental y no puedo referirme a fuentes netamente orientales porque, ignorante de mí, las desconozco por completo.
La película, finalmente estrenada en 2009 con el título Geu-rim-ja Sal-in carece que yo sepa de traslación al español y me da la sensación que, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, se va a quedar así.
Y no lo merece. Porque sin llegar a corresponderle -en mi opinión- una clasificación como imperdible ni siquiera notable, desde luego que no es prescindible: no para el cinéfilo que gusta de las películas bien narradas que dedican sus esfuerzos a divertir al espectador: películas honestas y honradas que no pretenden ser lo que no son y que fijan su mira dentro de su alcance para acertar de lleno en la diana con precisión.
Esa historia que Park Dae Min nos cuenta viene a ser un divertimento detectivesco con sus gotas de misterio y su poco de acción con algún apunte histórico y social propio de la Corea de principios del siglo pasado, cuando todavía los japoneses mandaban demasiado para el gusto de los coreanos, formando un conjunto leve y liviano, mayormente quieto salvo alguna escena de acción bien resuelta con mano firme por ese director novel que apunta muy buenas maneras.
Hay en la película en todo su metraje la sensación de profesionalidad que uno advierte en piezas fruto de un artesano con varias películas en sus alforjas. No puedo menos que compararla con la anteriormente citada (que yo sepa, todavía pendiente de estreno en España) y sentir un punto de envidia nacional porque se comprueba que esos coreanos están dispuestos a ganarse con esfuerzo un lugar en la cinematografía: si los novatos que salen de sus escuelas de cine tienen el pulso de que hace gala Park Dae Min en su ópera prima y la industria coreana con o sin la ayuda de la administración cultural es capaz de sufragar esas novedades, el futuro no puede ser más que halagüeño para ellos.
En el aspecto técnico y en el apartado artístico es evidente que hay un trabajo considerable y concienzudo, digno de cualquier producción de primera línea; la fotografía es muy buena y los intérpretes, todos ellos bastante jóvenes, demuestran haber trabajado a fondo sus caracteres. Resulta curioso, por otro lado, el fondo musical ecléctico y manteniendo sonoridades reconocibles por el mercado hispano.
La sinopsis sencilla, sin entrar en detalles, consiste en la problemática que se le viene encima al joven estudiante de medicina Gwang Su (Ryu Deok Hwan) cuando se da cuenta que el cadáver desconocido que halló y que ha estado usando para sus prácticas particulares es el hijo de alguien importante, acudiendo al detective Jin Ho (Hwang Jeong Min) que se dedica usualmente a fotografiar cónyuges infieles pero que por una buena recompensa accederá a ayudarle, contando con los artilugios que inventa una Dama científica, Sun Deok (Eom Ji Won). Luego aparecerá algún otro cadáver y alguna disgresión, hasta que todo se pueda resolver, acabando con una puerta abierta a una nueva aventura de esos personajes.
Aplicando la simplicidad occidental uno podría asegurar con poca vergüenza que Park Dae Min bebe en la fuente de Conan Doyle pero reconociendo mi ignorancia y sabiendo, eso sí, que el mundo es un globo, dejaremos de lado la irrogación de ideas buscando imitadores que quizás beban en fuentes ignotas para ahorrarnos un ridículo lamentable: fijémonos en la forma en que Park Dae Min nos cuenta su trama, huyendo como de la peste de cualquier tópico: ni siquiera sus héroes, pese a ser coreanos, saben luchar; su falta de destreza les aleja miles de kilómetros de los acostumbrados superdotados protagonistas de esas cintas de acción que dan saltos inverosímiles y salen triunfadores de agresiones malvadas gracias a bellas coreografías combativas: aquí las peleas son brutas, a lo bestia, torpes y eficaces a ratos, casi diría que originales para los tiempos que corren: muy naturales, vaya. Y los protagonistas van avanzando en su investigación poco a poco y laboriosamente, paso a paso, sin alardes deductivos pero con la aplicación de la observación más elemental.
La trama contiene quizá demasiadas líneas argumentales, aunque claramente su objetivo no reside en adentrarse en la especial psicología de ninguno de sus personajes: por momentos, uno tiene la sensación de estar viendo un lujoso episodio piloto, porque los apuntes se diversifican y se dirigen tanto al pasado como al futuro, mientras el desarrollo de la historia principal sigue su curso.
Provista de una duración ajustada, hora y tres cuartos, se ve en un suspiro sin que aburra en ningún momento gracias al ritmo bastante ágil que Park Dae Min sabe mantener en la mayoría de las escenas, con algún bajón. Como he dicho, no se trata de una imperdible ni siquiera notable, pero sin duda a quien tenga en su ser la vena cinéfila le agradará darle un repasito para pasar un buen rato primero y luego, si se tercia, para reflexionar tranquilamente acerca de la forma en que Corea del Sur afronta su industria cinematográfica en el siglo que vivimos.
Vean, si les place, el trailer, y no busquen más en youtube porque resultan demasiado chivatos.