Por su parte, los negociadores de Bruselas han dejado clara su vileza y traición al preferir contentar al país que se marcha, antes que al miembro que se queda, un comportamiento decepcionante cargado de suciedad.
Ante la afrenta europea y ante la constancia histórica de que Gran Bretaña sigue siendo, a pesar de las alianzas, el pérfido y traidor enemigo de España y el país con el que más hemos guerreado a lo largo de la Historia, Pedro Sánchez parece haber decidido echarle huevos, brío y dignidad a la situación y demostrar que llegado el momento sabe ser un tipo duro, patriota y capaz de mantenerle el pulso a los burócratas de Europa y a los piratas de Gran Bretaña.
Sus asesores le han advertido que el tema de Gibraltar abre heridas y despierta pasiones muy profundas en el alma de los españoles y le han aconsejado también que convierta a Gibraltar en su batalla personal, seguros de que si cede, Gibraltar será su tumba política y él pasará a la historia como un político cobarde traidor, pero si defiende la soberanía y consigue doblegar a los piratas británicos y a los corruptos europeos, ganará, sin la menor duda, las próximas elecciones, que en estos momentos perdería por goleada, víctima de su imagen blanda, de su indisimulada ansia de poder y del inmenso rechazo que provoca en gran parte de la población española su alianza con los peores socios imaginables, partidos totalitarios, antiespañoles, independentistas y nacionalistas cargados de odio.
Gibraltar se ha convertido, pues, en la batalla de Sánchez y en un gran espectáculo que va a dotar de interés y pasión a la política española, un tema bien escogido como escenario para que la imagen del presidente se fortalezca y gane muchos enteros, pero con el riesgo también de que si flaquea ante los corruptos de Europa y los piratas de Londres, su imagen se hundirá sin remedio y tendrá que escapar de la política como un perro apaleado, con el rabo entre las piernas.
Francisco Rubiales