Tras nuestros pasos, la montaña.
Noé saludaba desde su barco con muecas teatrales.
Éramos la pareja seleccionada o eso pensé
bajo la densa lluvia.Escapamos por la autopista de peaje,
cinco dólares para cruzar el estado.Stin bull había muerto
y los Panero yacían con sus bocas desdentadasa la sombra de Gaudí.
Astorga. Alburquerque. Nuevo México.
Penetramos en el gótico
y abrazamos la comida de regaloa cambio del sueño, del cansancio infinito,
de volver a sentirnos jóvenes,
plenos,
en mitad de una tierra extraña
donde nadie nos reconocía por las calles.
Los camareros se hicieron nuestros amigos.
Nos regalaron canciones y bebidas analgésicas.No quisimos escapar.
Vinimos aquí por el agua y por la misma razón, nos fuimos.
Seguimos la ruta hacia el Sur,
porque todos miramos los mapas en esa dirección,hacia abajo,
quizá para comprender dónde se sujeta todo,
desde dónde se construyen las coordenadas
y las letras de la hipoteca.
Decidimos entonces regresar,
pero no pudimos obviar los fallos térmicos,las excusas de las compañías de seguros
y los ritmos salvajes del amanecer.
Nadie toma café y picadillo de carne para desayunar
en este lado del Atlántico.Navegamos siguiendo los cauces naturales
y nos refregamos bajo la partitura lógicaamorsexopasiónsueño
Y volvimos a casa.
Ya no veíamos las montañas ni sentimos el agua.
Pero había salido el sol.
Luz mágica sobre el invierno.