Gigantes. Medellín

Por Marikaheiki

Este es el día 36 de 365 días de escritura.

Diría de Medellín, quizá lo único (entre los conciertos en el estadio, las bocas de sangre, entre los semáforos y los veintemil pesos), que las luces a la noche trepan hasta bien entrado el cielo. Parece que los gigantes prendieron hogueras hacia allá el infinito la cordillera. Las palabras han estado días retenidas  pero hoy el café supo diferente a la mediatarde, algo así como una tonalidad de más en amargor y al borde de la ventana volvimos.

Le digo a A que la sincronía ocurre durante un estado de flujo: uno se siente en armonía, uno eligió bien y, en retribución, las piezas encajan sin astillarse. La Emperatriz es nuestra carta de entre decenas. Sobre la tela a rayas, elegimos un mismo lugar y un viaje paralelo si es que esto es un viaje. ¿Debo volver?, pregunto. Pero no quiero saberlo. El futuro podría escribirse en tinta de limón ahora y con los fuegos de las hogueras de los gigantes descubrirse.

No lo quiero.

Los detalles y lo que significan. Podemos amar sin besos. Podemos conectar sin que las pieles necesariamente hayan de encontrarse. Me gusta dejar inacabadas las conversaciones y también las historias. Lo ocurrido es hecho. Lo que nunca ocurrió, en cambio, es posibilidad. Deseo se convierte en un leitmotiv. El otro (como las coordenadas cruzadas) es la satisfacción de lo insatisfecho. Contrarios que se encuentran como puntos cardinales cuando el sol está bien alto arriba. Redundar no es decir dos veces sino darle a las palabras la concesión de existir del todo.

Diría de Medellín ritmos estáticos, diría pinturas acrílicas sobre los muros. No vi pueblito paisa, no conocí la universidad ni la catedral si es que la hubiera. Sentirse en casa mientras uno se transporta, da igual adónde, forma parte de la fenomenología del viaje o del paseo: uno aprende a cuidar de los rincones y se le hacen familiares las ollas, la loza, el cuchillo bueno. Llueve a eso de las cinco un día sí y un día no; hay rutina en la no rutina de encontrarse en agosto a la altura del Estadio, entre la Setenta y a dos pasos de San Juan. Entonces visitamos, en vez de las plazas, los supermercados, lindeando en la boca con los sabores improbados e inventamos recetas de jugo de frutas amarillas.

T se lleva un libro; a cambio, me deja lo mexicano. Tiene algo de dobladura él —mitad A, mitad yo—. Dentro de la noche lee el Tarot sobre la manta a rayas.

¿Qué hay detrás de la ventana?

Artemio Cruz: el gemelo, el otro, ¿quién vivió aquello? El gemelo, el otro, yo.

O no era yo.