GILBERT K. CHESTERTON: EL CANDOR DEL PADRE BROWN (y 4)
Publicado el 16 septiembre 2012 por Gkch
En primer lugar, debo disculparme formalmente ante todos vosotros, queridos amigos, por haber tenido abandonadas estas páginas durante más de cinco meses, cosa que no me había sucedido nunca desde que emprendí la maravillosa aventura de abrir un blog. No ha sido por gusto o capricho, sino pura y sencillamente por motivos de trabajo, que este año me ha mantenido más ocupado de lo que habría sido mi deseo.
En segundo lugar, me veo en la obligación de agradecer a varias personas el detalle que han tenido de enviarme mensajes para interesarse por mí y por las razones de esta ausencia impremeditada. A todos ellos, pocos o muchos, seguidores y amigos, mil gracias por gestos tan amables, con bendiciones chestertonianas. En fin, ya podemos retomar juntos el rumbo del blog, justo en el punto donde lo habíamos dejado. Faltaba una entrada para completar nuestra leve pero admirativa visita al universo de El candor del Padre Brown, de Gilbert Keith Chesterton. Vamos, pues, si os parece a dedicarla, como aquí quedó prometido, a tratar sobre el estilo del autor, sobre la creación de sus personajes y otros temas diversos al hilo de esta simpática y maravillosa obra de ficción.
Empecemos, si os parece, con los personajes principales de esas entrañables historias policiales. A lo largo de los sucesivos relatos, la visión que el propio Chesterton nos ofrece sobre su personaje no puede ser más peyorativa. No es que lo odiase, como le pasaba a Sir Arthur Conan Doyle con su Sherlock Holmes, pero es bien cierto que a veces retrata al Padre Brown en unos términos bastante despectivos.
En el primer cuento, el de "La cruz azul", pongamos por caso, se lee: "Tenía una cara redonda y obtusa, como un pastel de Norfolk, y sus ojos estaban tan vacíos como el mar del Norte. Llevaba varios paquetes envueltos en papel de estraza que era totalmente incapaz de manejar". Y más adelante, en esa misma historia: "Valentin había logrado averiguar que [...] el Padre Brown, sin duda, era el propio y diminuto paleto que venía en el tren". O en "El hombre invisible", donde se le califica como "el insignificante Padre Brown..." Esa suerte de desprecio hacia al curita refleja, en realidad, el odio que le dispensan los demás personajes, más que el autor, y es una de las constantes que se repiten no solo en esta primera y más conocida colección de relatos, sino en todas las de la serie del cura detective. La caracterización que de él nos ofrece el autor revela, por un lado, su descuido, su olvido en la etiqueta y su suciedad, pero también sus altas dotes intuitivas y su profundo conocimiento del alma humana.
En efecto, para ser justos, conviene señalar que Chesterton no solo destaca los defectos o el descuido en el vestir de su criatura de ficción. En algunas ocasiones, también alaba sus dotes de investigador, como leemos en "Los pecados del Príncipe Saradine": "Aunque el Padre Brown era de suyo silencioso, era también un hombrecillo de lo más simpático [...] Poseía la treta del silencio amistoso que es tan indispensable para provocar que le cuenten a uno cosas". De hecho, tal vez sea ese el contraste que quiere dejarnos Chesterton al escribir sobre su personaje: descuidado y desarreglado en su apariencia externa, pero sumamente intuitivo, lógico y ordenado en su interior, en su moral y en su corazón.Mientras el Padre Brown aparece caracterizado como un hombre menudo, diminuto, tímido y desaseado, pero muy humano, campechano y agudo, el gigantesco Flambeau se nos muestra como su antítesis: siempre bien vestido, alto, caballeroso y todo corazón, aunque mucho más cándido e ingenuo que el curita, quien se las sabe todas sobre el mal y las argucias de los malvados. El cura sabe más del mal que el propio criminal, lo que constituye la base de todas estas historias. Flambeau, por su tremenda fuerza, caballerosidad y bonhomía sin límite, es el escudero perfecto del Padre Brown, y la prueba palpable de que al curita, a diferencia de otros detectives de ficción, no le interesa tanto detener al criminal como salvar su alma. Flambeau pasa de ladrón de guante blanco a detective en el curso de estos relatos y, en su evolución, reside uno de los éxitos de este libro. Se lee con mucho interés cómo el inconmovible gigante del crimen termina cayendo en las redes del curita de Essex y acaba como detective amateur.La tercera figura de interés en estas historias, más allá de otros personajes de cierto relieve, es la del superdetective Aristide Valentin, en quien puede esconderse la crítica chestertoniana hacia los detectives anteriores. El francés Valentin puede verse como el prototipo de investigador que había dominado la narrativa de la época. Tiene mucho de los detectives franceses de principios de siglo, y un algo de Holmes 'a la francesa', aunque Chesterton admiraba las historias de Conan Doyle y, sin duda, con él pudo pretender una crítica al detective sobrehumano, a ese superhombre que tanto detestaba, frío, calculador y que, en el fondo, está más cerca del delito que muchos de los criminales que aparecen en este tipo de literatura. De hecho, al final de la segunda historia, "El jardín secreto", se puede leer: "[En su cara lívida] ...había un orgullo mayor que el de Catón".
Yendo al estilo de Chesterton, se puede afirmar, sin temor a ser exagerados, que es el escritor que, en mi opinión, ha sabido dar mejores y más efectivos toques literarios a sus historias policiales. Otros tendrán el honor de idear los argumentos más ingeniosos, las historias más truculentas o sorprendentes, las más emocionantes o adictivas. Creo que Chesterton es quien mejor y más literariamente ha sabido escribir misterios policiales. De hecho, Jorge Luis Borges le lanzó un piropo que sigue siendo cierto, al decir que la novela y el cuento policial podrían pasar de moda, pero que las ficciones de Chesterton seguirían leyéndose siempre. Y eso es por su altísima calidad literaria.Veamos algunos ejemplos del estilo literario de Chesterton, siquiera sea a vuelapluma. Aparte de las citas y menciones literarias a otros autores y obras que salpican cada relato, cabe señalar el intenso poder descriptivo del autor, su uso audaz de las metáforas y su pictórica y plástica forma de retratar tanto a los personajes de la trama como a los lugares y ambientes que describe. Así, en la sombría historia de "La honradez de Israel Gow", leemos: "Aquella cascada de techos inclinados y cúspides de pizarra verde mar [...] hacía pensar a un inglés en los sombreros en forma de campanarios que usaban las brujas de los cuentos de hadas. Y el bosque de pinos que se balanceaba en torno a sus verdes torreones parecía, por comparación, tan oscuro como una bandada innumerable de cuervos".
También en la edición de este libro de la editorial Anaya, en una de las notas de Emilio Pascual al hermoso cuento de "La muestra de la espada rota", se lee: "La luna, que en El jardín secreto era "dura", una "cimitarra" que rasgaba y deshacía; que en Las estrellas errantes, "sobre el cielo de zafiro" [...] era "de plata"; que en Los pecados del Príncipe Saradine [...] era "de limón" y "oro pálido", aquí [...] es "de hielo", "bola de nieve", y a su fulgor se "refrescan" los recuerdos". Es innegable la maestría de Chesterton en la construcción de las descripciones de cada elemento que articula sus historias. En todos ellos supo poner su talento como pintor al servicio de cada narración.
En una idea que recoge en parte lo expresado por Thomas De Quincey en su célebre Del asesinato considerado como una de las bellas artes, Chesterton nos asegura que "el criminal es el artista creador; el detective es solo el crítico". De igual modo, podemos imaginar al autor como el sagaz y literario compilador de esas críticas a los artísticos bocetos criminales que aparecen en estas narraciones. En fin, podríamos seguir acumulando detalles de su admirable destreza narrativa, pero tampoco es cuestión de agotar el tema. Es preferible que el lector los descubra por sí mismo, aunque no dudo en que nos dará la razón en lo que a este punto se refiere.
Antes de finalizar, consignaremos algunas de las opiniones de otros autores y críticos literarios que inspiraron estos magníficos relatos de Chesterton. Por supuesto, no están todas, ni se aspira a ello, pero sí he recogido algunas que me parecen relevantes o de interés, por distintas razones.
Así, el célebre crítico y escritor inglés Julian Symons, autor él mismo de algunas novelas policiacas, dejó escrito en su Historia del relato policial (1982) que "para Chesterton, el escritor de novelas detectivescas debería ser considerado como el poeta de la ciudad, mientras que el detective sería como un protagonista romántico, el protector de la civilización". Symons concluye: "Una lectura de Chesterton avala aquella verdad según la cual las mejores historias detectivescas están escritas por mano de artistas, no de artesanos".
Por otra parte, el profesor Alberto del Monte asevera que "crimen y misterio son para él efectos de la acción diabólica: resolver un enigma significa restituir al mundo, trastornado por el demonio, el orden primero en el que se refleja la paz de Dios".
Y Jorge Luis Borges, en su Introducción a la Literatura inglesa (1965), escrita en colaboración con María Esther Vázquez, tras afirmar el singular hecho de que "hubiera podido ser un Edgar Allan Poe o un Kafka; prefirió -debemos agradecérselo- ser Chesterton", señala su admiración por la amable narrativa chestertoniana y asegura que "su obra más famosa la constituyen los cuentos del Padre Brown. Cada uno de ellos sugiere un hecho fantástico, que luego se resuelve racionalmente".
Y en otro lugar, el propio Borges escribe: "Cada una de las piezas de la saga del Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las remplaza, al fin, con otras que son de este mundo. La maestría no agota la virtud de esas breves ficciones".Podríamos acumular muchas más opiniones sobre el autor y su obra, pero insisto en que no es conveniente agotar al lector con ellas. Bastante ha hecho si ha llegado hasta este punto. En mi caso, baste decir que admiro profundamente todas estas historias, aunque si hubiera de quedarme con las tres que más me asombran y me deleitan, elegiría estas: "La honradez de Israel Gow", "El ojo de Apolo" y "La muestra de la espada rota". Siendo todas maravillosas, creo que estas tres muestran singularmente la inspiración poética de su autor, su talento literario, su ingenio en la construcción de ficciones y su poder evocador y plástico.Espero que el lector que tenga la fortuna de no haberlas leído aún, se acerque a ellas y las disfrute. Estoy seguro de que no le defraudarán. Al contrario, es muy probable que sienta el deseo de leer otras escritas por Chesterton, y de las que trataremos aquí, si Dios quiere, en un futuro.Hasta ese momento, que Dios os bendiga a todos y Nuestra Señora os proteja siempre y en todo lugar. Hasta pronto. Que seáis felices, amigos.