Tiene esta novela un personaje singular, y eso atrae siempre a cualquier tipo de lector. La narradora y protagonista se autolesiona con cuchillos y su piel está marcada en todos los sitios no visibles. Se ha escrito palabras, muchas palabras que a veces le queman bajo la ropa, a veces le hablan, le reprochan, le traen intensísimos recuerdos. Palabras que son cortantes, palabras que pueden ahogar y matar. Este personaje es de los que en manos adecuadas puede ser inolvidable o solo una figura mal aprovechada, vista al trasluz. No es el caso: el mayor merito de la novela lo constittuye este personaje, que no es toda la novela pero sí lo más importante de la historia, aunque esta aparezca ante nuestros ojos antes que nada como una historia criminal. El personaje está muy bien entendido, muy bien creado y mostrado, y no hay gratuidad en sus padecimientos, en su drama. No sufre para nosotros, los lectores, no se le maltrata para que podamos verlo padecer. Y eso hace que sea creíble. La novela parte de una investigación criminal para llevarnos a los dolores íntimos, a los desgarros que nunca un periódico ni un telediario pueden mostrar de manera correcta, profunda, veraz. Y, sin embargo, pese a la medida casi perfecta de la trama, a la creación también muy bien definida de las adolescentes que con trece años ya no son niñas más que a ratos (la libertad creativa de Flynn nos acerca a escenas que pocas veces se leen en novelas bien escritas, no sensacionalistas, y nos inquietan porque sabemos que no sabemos, que los mayores solo intuimos) y al ritmo pausado pero seguro con que se nos acerca hasta la resolución del caso, todo esto palidece al lado de lo que Flynn nos dice que siente la narradora, la sufrida narradora; al lado de lo que se está rompiendo aún más dentro de la narradora; al lado de lo magníficamente plasmado que queda un pasado roto y cortante que quizá no tiene remedio en la cabeza de la narradora. Dejando a un lado los trucos y lo truculento, Gillian Flynn suma con Heridas abiertas un personaje importante a la historia de la literatura, una referencia segura, y lo celebro aquí y ahora, porque es un personaje que invita a la empatía, ese bien preciadísimo que va escaseando y volviéndose cada vez más raro en nuestras sociedades de ególatras untados de cremas y perfumes evanescentes que duermen junto a estrechos espejos que solo pueden reflejarlos a ellos y a la nada que hay a sus espaldas.
Tiene esta novela un personaje singular, y eso atrae siempre a cualquier tipo de lector. La narradora y protagonista se autolesiona con cuchillos y su piel está marcada en todos los sitios no visibles. Se ha escrito palabras, muchas palabras que a veces le queman bajo la ropa, a veces le hablan, le reprochan, le traen intensísimos recuerdos. Palabras que son cortantes, palabras que pueden ahogar y matar. Este personaje es de los que en manos adecuadas puede ser inolvidable o solo una figura mal aprovechada, vista al trasluz. No es el caso: el mayor merito de la novela lo constittuye este personaje, que no es toda la novela pero sí lo más importante de la historia, aunque esta aparezca ante nuestros ojos antes que nada como una historia criminal. El personaje está muy bien entendido, muy bien creado y mostrado, y no hay gratuidad en sus padecimientos, en su drama. No sufre para nosotros, los lectores, no se le maltrata para que podamos verlo padecer. Y eso hace que sea creíble. La novela parte de una investigación criminal para llevarnos a los dolores íntimos, a los desgarros que nunca un periódico ni un telediario pueden mostrar de manera correcta, profunda, veraz. Y, sin embargo, pese a la medida casi perfecta de la trama, a la creación también muy bien definida de las adolescentes que con trece años ya no son niñas más que a ratos (la libertad creativa de Flynn nos acerca a escenas que pocas veces se leen en novelas bien escritas, no sensacionalistas, y nos inquietan porque sabemos que no sabemos, que los mayores solo intuimos) y al ritmo pausado pero seguro con que se nos acerca hasta la resolución del caso, todo esto palidece al lado de lo que Flynn nos dice que siente la narradora, la sufrida narradora; al lado de lo que se está rompiendo aún más dentro de la narradora; al lado de lo magníficamente plasmado que queda un pasado roto y cortante que quizá no tiene remedio en la cabeza de la narradora. Dejando a un lado los trucos y lo truculento, Gillian Flynn suma con Heridas abiertas un personaje importante a la historia de la literatura, una referencia segura, y lo celebro aquí y ahora, porque es un personaje que invita a la empatía, ese bien preciadísimo que va escaseando y volviéndose cada vez más raro en nuestras sociedades de ególatras untados de cremas y perfumes evanescentes que duermen junto a estrechos espejos que solo pueden reflejarlos a ellos y a la nada que hay a sus espaldas.