Girls se despide
tras 62 episodios que, individualmente, no parecen contar gran cosa, pero que en conjunto han acabado por bosquejar el retrato de unos personajes -a las cuatro chicas protagonistas hay que agregar parejas, amigos y padres- y que por tanto constituyen un comentario sobre las preocupaciones de una generación. En segundo plano, como escenario, está siempre Nueva York, una ciudad cuyo microcosmos es el modelo de la sociedad occidental actual, urbana, y en un país desarrollado. En esta última temporada, Girls cumple, quizás, porque no hay expectativas dramáticas sobre la conclusión de la historia. La ausencia de una narración principal, de un conflicto a resolver, de un misterio a desvelar, hace que no esperemos más que una buena última tanda de episodios. No es necesario ver cada capítulo de esta serie porque no hay una continuidad argumental más allá de las vidas de las cuatro protagonistas. No hay grandes hitos que nos sitúen cronológicamente más que los cotidianos: una nueva pareja, una ruptura sentimental, un cambio de trabajo, una salida del armario. Solo son modificaciones de escenario: lo importante son los personajes, básicamente tan desorientados como nosotros mismos. Esta opción narrativa convierte cada episodio en una pequeña película indie. Girls recuerda también a esas series de cómic independiente que plasman momentos autobiográficos de sus autores, el llamado slice of life de Harvey Pekar, Daniel Clowes, o Adrian Tomine. Dicho esto, paso a comentar los hechos concretos de esta sexta temporada, por lo que habrá spoilers a partir de ahora. Estáis avisados. Estos son los tres grandes momentos de la última de Girls.El embarazo de Hannah. La maternidad -que ya había sido abordada, pero desde fuera, en la cuarta temporada -cuando la desequilibrada hermana de Adam (Adam Driver) se convertía en madre- se afronta ahora como tema principal y como una vivencia en primera persona, siempre desde una perspectiva feminista que se preocupa, cómo no, sobre si es compatible una carrera profesional -exitosa- con la maternidad. Pero hay que decir que el feminismo de Hannah da un paso más allá del tema de la conciliación, y se plantea cuestiones tan radicales como si el padre biológico -un profesor de surf conocido en un encuentro casual- tiene derecho a ser informado de su futura paternidad. El asunto es complejo y se resuelve de una forma tremendamente humana: Hannah decide hablar con el padre (Riz Ahmed), al que le importa un pimiento el asunto, lo que sin embargo lesiona la autoestima de ella, a pesar de que en un principio se había autoconvencido de no necesitar a nadie. Por otro lado, el hecho de ser madre se narra sin sentimentalismos: Hannah descubre que está embarazada al hacerse un chequeo médico por una infección de orina. Tampoco se esconde que tener un hijo puede ser un hecho traumático según las circunstancias: en la cocina de un restaurante chino, Elijah (Andrew Rannells) le dice a Hannah que va a ser una madre terrible, en uno de los momentos más duros de toda la serie. El último capítulo -una especie de epílogo con la lactancia materna como bandera- se ocupa enteramente de cómo será Hannah en el papel de madre.
La burbuja de Adam y Hannah. Más de uno se habrá preguntado si en esta despedida de Girls, Adam y Hannah retomarían su relación sentimental. La respuesta está en uno de los mejores episodios de esta sexta temporada, What Will We Do This Time About Adam? Ya sabíamos que el ex de Hannah no la había olvidado tras verle rodar una película que recrea momentos de la primera temporada, en un claro juego de metaficción -y despertando los celos de Jessa (Jemima Kirke). Pero sí sorprende que en este capítulo decida volver con ella al enterarse de que está embarazada.
Siempre impulsivo, Adam se ofrece como padre del bebé, lo que da pie a un juego tan bonito como doloroso en el que ambos fingen que es posible resucitar su relación con el nuevo objetivo común de la paternidad. Es un giro inesperado y loco, pero completamente coherente con lo vivido por ambos personajes durante la serie. Por un momento, parece probable que vuelvan a estar juntos -quizás nosotros mismos queremos creerlo- pero finalmente la realidad se impone en una escena que pone a prueba la capacidad interpretativa de Lena Dunham: la forma en la que Hannah le comunica a Adam que volver atrás es imposible, es simplemente rompiendo a llorar, justo cuando todo parecía perfecto. Sin una sola línea de diálogo, Adam capta el mensaje en una actitud también muy humana. No reconoce en voz alta lo que ocurre, ni intenta luchar por convencer a Hannah, lo que sería definitivamente humillante.