Girls On The TV – Laura Jean

Publicado el 09 enero 2019 por Srhelvetica

Pues resulta que Laura Jean tenía una amiga en el colegio que se llamaba Ricky, que tocaba la flauta (Laura estudiaba armonía y tocaba el saxo por aquel entonces) y que, oye, no era especialmente buena con aquel instrumento, pero había que verla bailar: Ricky era muy buena bailando, Laura siempre pensó que su amiga se movía como las chicas de la tele. El caso es que la madre de Ricky llevó a su hija a hacer unas pruebas de baile, porque enseguida se dio cuenta de que la niña tenía condiciones, pero la cosa no salió bien: Ricky sintió un auténtico ataque de pánico cuando estuvo delante del tribunal calificador y le pidieron que hiciera el spagat, y las otras chicas acabaron riéndose de ella y llamándole gorda, pobrecilla. A lo mejor ahora, visto con perspectiva, parece una tontería, pero no lo es en absoluto cuando eres apenas una adolescente con algo de sobrepeso y tus sueños brillan con la luz flúor de la MTV, todos esos tíos guapos rendidos a tus pies mientras pisas el suelo con la seguridad de una diosa. El corazón de Laura no pudo evitar sentir un doloroso alfilerazo mientras su amiga, ahogada en llanto sobre la florida colcha de su cama, le narraba la terrible escena: resultaba imposible no sentir compasión hacia aquel ser despedazado por la vergüenza, y no espantarse ante la crueldad con que la vida  -pese a su corta edad, a menudo Laura razonaba con sorprendentes muestras de madurez- se comporta a veces con las personas más vulnerables. Impotente y conmovida, se sentía torpe intentando contener aquel torrente descontrolado de hipidos, mequieromorir, quéverguenza, y cómovoyavolveralcolegio con la débil armazón de unas palabras apenas entrelazadas. Tomando con suavidad las manos de su amiga, apenas despegaba los labios para decirle en un murmullo poco convincente que aguantara, y sentía un pellizco culpable al escucharse a sí misma decir que algún día, pronto, serían hermosas y perfectas como esas chicas de la tele, y entonces todos se iban a enterar de quién eran. Formarían un grupo, ella cantaría, Ricky bailaría como sólo ella sabía hacer.

Al final, sucedió lo inevitable: muy pronto fue muy evidente para todo el mundo que las cosas habían empezado a complicarse para Ricky en el colegio, con constantes burlas y humillaciones pese a los débiles intentos de Laura por salir en defensa de su amiga, y la madre de Ricky acabó decidiendo que lo mejor para su hija era cambiarla de centro. Fue, en cualquier caso, una decisión dolorosa y difícil que en aquel momento las jóvenes abordaron con aire trágico, enfrascadas como estaban en un período en el que cada decisión, cada cambio, parecía cargado de trascendencia y significación, pese a lo cual -las chicas terminarían por reconocerlo- pronto se hizo evidente que aún no viéndose tan a menudo, resultaría relativamente sencillo mantenerse en contacto. Durante la semana se veían menos, es verdad, pero al llegar el fin de semana las dos amigas se reunían en sus dormitorios, las baldas de vidrio de las estanterías de mimbre atestadas de muestras de colonia, el suave tono pastel  de las paredes escondido tras pósters de imberbes estrellas pop, y Ricky se moría de la risa contándole a su amiga las peleas con las monjas, y Laura le detallaba, entre emocionada y abochornada, los escabrosos rumores que circulaban en el colegio acerca de algunas chicas que ya tenían novio.

La primera vez que Laura percibió que aquel filo hilo invisible entre ambas se rompía fue años después, cuando los padres de Laura se habían divorciado y madre e hija se habían trasladado a vivir a casa del nuevo novio de la primera. No fue fácil: el nuevo padrastro de Laura tenía sólo 21 años, y para colmo perdía los papeles con demasiada frecuencia. La antipatía entre una y otro era palpable, y en cierta forma reconocida por ambos, así que en cuanto llegaba a casa recién llegada del colegio, Laura se apresuraba en atravesar el vestíbulo para subir las escaleras casi a la carrera y encerrarse en su cuarto, a salvo de saludos huecos que ninguno de los dos deseaba. Y entonces sucedió que…

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