abril 19, 2013 por Silvia.ssu
Los martes madrileños se han convertido en los nuevos viernes, a juzgar por los últimos estrenos. El martes 16, los aficionados a la danza se tuvieron que dividir entre la visita relámpago del Ballet Nacional de Holanda y el estreno de la Compañía Nacional de Danza.
Como balletómana de pro, y siendo Giselle mi ballet preferido, elegí a los holandeses, y acudí a ver a la CND el día después.
El HET Nacional Ballet tuvo que decir adiós a un 15% de su presupuesto la temporada pasada, así que, se puede intuir así la explicación de que la compañía actuara en el Teatro Auditorio Ciudad de Alcobendas, con muy poca publicidad del evento. Y la situación fue la mayor limitación de la velada, que por otra parte, llenó de luces el extrarradio.
Una compañía tan notoria se mereció bailar en un teatro mejor, y el teatro de Alcobendas, por muy bien cuidado que esté, no deja de ser demasiado pequeño para una producción del canon estilístico clásico de las grandes compañías. Willis que aparecían ya entre las cajas y diagonales que se repartían a la mitad (sobre todo para la Myrtha, un rol donde predominan los saltos) no corresponden al ideal con el que habría de verse esta producción. Me atrevo a decir que, juzgando las necesidades de ambas producciones, no habría estado mal intercambiarse los teatros. Pues, aunque me parece adecuado que la Compañía Nacional actúe en el Teatro Real, por asuntos de nomenclatura, no se lo merece menos el HET.
De hecho, el HET es una buena compañía aspiracional para nosotros. Una compañía que procede de un país sin una tradición particular para el ballet (aunque, personalmente, esto para España lo tomaría con distancia, teniendo en cuenta la relación histórica de personalidades cómo Marius Petipa y los Ballets Rusos con nuestro país). Además, el HET cohabita pacíficamente a nivel de público y presupuestos estatales con el Netherlands Dance Theater, compañía faro del contemporáneo, mostrando que una compañía de repertorio clásico mixto no es ningún impedimento para el contemporáneo de alto nivel.
Este fin de semana, el HET actuará en el Teatre Principal de Valencia, así que, recomiendo la visita a todos los valencianos.
Esta Giselle es una reconstrucción de 2009 por Rachel Beaujean y Ricardo Bustamente, de fiel inspiración a la versión canónica, con delicados decorados y vestuario de Toer van Schayk. Especialmente remarcable la nueva alegría en los bailables de campesinos y vendimiadores, y la entrada del cuerpo de baile de willis.
Con respecto a los bailarines, esperaba mucho de la prestación de Larissa Lezhnina, y así fue, un ejemplo de madurez bien llevada y de pura tradición peterburguesa. El único pero fue un extraño temblor de manos que hizo su aparición en algunos momentos del ballet, pero su interpretación superó la anécdota. Su Giselle es una Giselle de matices, cuidadosa con detalles como que su ropa de campesina no toque el rico vestido de Bathilde cuando esta la invita a caminar juntas. Técnicamente, durante el segundo acto, su batería fue impecable, consiguiendo casi aquello de ‘tan sólo salta y quédate en el aire’ que se le atribuye decir a Nijinsky.
Artur Shesterikov, es el principal más reciente de la compañía. Cómo bailarín, me era desconocido, pero, su actuación me pareció algo interesante. Desde su entrada en escena noté ese depurado andar de príncipe, con piernas que avanzan en en dehors con una bella articulación de pies. Piensen algo cómo las exquisitas piernas de Vladimir Malakhov. Pero, Shesterikov está lejos de tener las condiciones físicas de ese bailarín, a nivel de proporciones, flexibilidad o arco de los pies. Es un sello de principal, y también habla muy bien de él y de su formación en la escuela de Perm, el hecho de conseguir emular la imagen ideal con la condición presente. Y, pedagógicamente, algo interesante para los bailarines jóvenes, que comienzan a adoptar la obsesión de sus compañeras de estirar hasta la cabeza o más allá.
El Albrecht de Shesterikov, nunca tuvo competencia en Hilarion. A Rink Sliphorst, el papel le lucia algo grande. Con un físico delgado, y una pantomima nada expansiva, en su primer careo con los amantes, parecía un niño reclamando amor a la ya adulta Giselle.
Nadia Yanowksy como Myrtha no pudo enseñar todo el salto que el papel pide, por las dimensiones del escenario. Pero emuló bien la autoridad necesaria en su rostro y port de bras, arropada por unas estupendas subalternas, Suzanna Kaic y Naira Agvanean.
Entre el cuerpo de baile, destacar al mexicano Isaac Hernandez, en el pas de deux duplicado en pas de quatre, con unos explosivos tours en l’air.
Si antes he sugerido que el Romeo y Julieta pudo ser estrenado en un teatro más pequeño es porque se trata, a mi parecer, de una producción muy simple, sin más decorado que unos módulos negros, dos andamios y unas telas doradas que caen del techo para la famosa danza de los caballeros, y una demanda media de número de bailarines.
En mi opinión, la mayor crítica a esta representación es precisamente lo anodino que la ambientación vuelve al universo de Romeo y Julieta. La iluminación, a cargo del propio coreógrafo Goyo Montero y de Olaf Lundt , otorga al ballet un continuo ambiente gris y oscuro que desdramatiza la efectividad de tales oscurantismos en los momentos dramáticos.
Este Romeo y Julieta es atemporal, pues es inútil intentar datar lo visto en escena. El cuerpo de baile tiene momentos efectivos, pero, la poca diferenciación entre ellos no juega a su favor, de hecho, me resultó confuso cómo a la primera entrada de Tibaldo en escena, el cuerpo de baile inmediatamente parece ponerse a su favor. Incluso la publicitada reconsideración del personaje de Mercutio, me pareció poco reseñable, quizá, la acumulación de matices lo volvió opaco, pero he visto Mercutios más subversivos y complicados en Cranko o Macmillan.
Ya en Shakespeare se intuye esa poca diferenciación entre castas, ‘‘two households, both alike in dignity” (dos familias, de idéntico linaje), pero, de fabular sin leer el libreto, uno diría que se nos presentó una dictadura incontestada más que una pelea entre clanes, algo que se consigue quitando figuras como el visitante Duque, autoridad superior de la ciudad. Y es que, Elisabet Biosca y Joel Toledo, como Lady Capuleto/Ama y Tibaldo fueron siempre los bailarines más poderosos en escena (en esta versión no aparece el padre de Julieta). Ya había elogiado el buen hacer de Joel Toledo, pero, esta vez, Elisabet Biosca se merece muchos aplausos por ese dominio teatral del pathos.
La adición de un personaje de muerte/narración/destino para Allan Falieri, me parece que funciona bien en el universo de la producción. La decisión de hacerle citar el texto original de Shakespeare en alguna ocasión no me parece mal. Aunque, no se si por la propia pronunciación o por la reverberación del micrófono en la sala, era difícil entenderle, y, sin saber mucho, llegué a considerar que estuviera hablando en alemán (al fin y al cabo esta producción se estrenó para Nuremberg). A nivel de danza, Falieri estuvo muy acertado y efectista.
Honestamente, frente a estos tres personajes fuertes, que por otra parte son los únicos que hay, ya que Benvolio, Paris y el Cura apenas tienen papel destacable, Romeo y Julieta, no son personajes todo lo interesantes que debieran. Es curioso cómo el estilo acrobático para las escenas del cuerpo de baile, que otras reseñas han alineado con West Side Story, se simplifica para los dúos de los amantes. Esto no quiere decir que a nivel de danza, Aleix Mañé y Marina Jiménez no cumplieran los requisitos, al igual que el resto de bailarines, la coreografía se superó con creces. Pero, y, esta es mi opinión, sus personajes no obtuvieron el peso dramático conocido y esperado.
En resumen, me gustaría que esta producción presentara la gran labor de la compañía, ”en mejor luz”, literalmente. Una mejor estimulación visual ayudaría a apreciar el buen trabajo que está haciendo la compañía.