Las profesiones más cinematográficas son las de policía y abogado. También la de periodista da mucho juego a la hora de elaborar guiones interesantes. Los comerciales han tenido tradicionalmente mucha peor fortuna en el mundo del cine. Hace unos años vi una obra de teatro (de la que existe versión cinematográfica) titulada "El pez gordo", que abordaba el tema desde un punto de vista muy interesante, pero, sin duda, "Glengarry Glen Ross", que está basada en una obra teatral del gran David Mamet (yo creía erróneamente que la adaptación a la gran pantalla era también suya) es la más conocida aproximación al cruel mundo de los agentes comerciales.
El planteamiento de esta película puede parecer exagerado, pero no cabe duda de que en el mundo real se dan todos los días situaciones muy parecidas a las que refleja el guión del dramaturgo estadounidense. La oficina donde trabajan los vendedores es mostrada a los ojos del espectador como un acuario lleno de pirañas a la que acude un gran tiburón, un vendedor despiadado y triunfador para motivarles. El discurso de Alec Baldwin por sí solo ya merecería el visionado de una película que cuenta con un elenco de estrellas extraordinario: Jack Lemmon, Al Pacino, Jonathan Pryce, Kevin Spacey y Ed Harris. De todos ellos destacaría al personaje de Jack Lemmon, que recibió varios premios por este papel. Se trata de un comercial ya veterano que se encuentra con el agua al cuello, por una serie de avatares familiares, y necesita vender uno de los infames productos inmobiliarios que su firma ofrece. Como espectador uno no puede sino sentir cierta simpatía por este perro viejo, que cree conocer todos los trucos del oficio, pero al que la vida se le ha ido escapando de las manos al ofrecerla íntegramente a la compañía como un producto más. Porque aquí los comerciales no son tratados como personas, sino como meros instrumentos que deben utilizar todas las armas a su alcance (la palabra ética está desterrada de su vocabulario) en pos de un único objetivo: la venta.
Para la compañía el éxito no es la satisfacción del cliente, sino la credibilidad del vendedor, que debe ser capaz de conseguir la máxima cantidad de dinero del inversor y saber darle largas en caso de que a éste se le ocurra querer recuperar su capital después de habérselo pensado mejor. Se trata de la venta más agresiva posible: aquella que necesita una decisión inmediata por parte del comprador. Partiendo desde este pequeño universo, la obra de David Mamet es toda una disección del sistema capitalista: aquel que busca el máximo beneficio al mínimo coste dejando abundantes cadáveres por el camino.
Bien es cierto que es de justicia romper una lanza por la profesión de comercial. Existen muchos profesionales estupendos en este oficio, que no están sometidos a grandes presiones y que verdaderamente se esfuerzan por ofrecer soluciones a necesidades reales. De todo hay en la viña del Señor.