“Glengarry Glen Ross” – Llueve en la gran ciudad.

Publicado el 09 mayo 2011 por Cinefagos


“Los grandes polvos que has echado… ¿que recuerdas de ellos? Pues no se, en mi caso, yo diría que seguramente no es el orgasmo… es el brazo de una tia en tu nuca, algún gesto de sus ojos, aquel gemido que soltó o quizás yo en la… ¡en serio! yo en la cama al dia siguiente. Ella me trae café Olé, me enciende un pitillo y tengo los huevos como de cemento, eh?… En fin, ¿que es la vida? La vida es mirar hacia delante, o mirar hacia atrás, y ya esta. Eso es la vida… ¿Dónde esta el momento? ¿Y qué nos da tanto miedo?…”

-Ricky Roma (Al Pacino).

A: Atención.

Fundido a negro, oímos la lluvia, un coche, y empiezan los créditos. Una frenética pieza de jazz nos dibuja la gran ciudad, la noche, el frenesí, la melancolía, la soledad, la lluvia. Hay algo hermoso y a la vez trágico en la lluvia.

Vemos una cabina de teléfono frente una pared roja, no sabemos por qué pero hay algo sórdido y triste en el ambiente. Un hombre trajeado, cuyas líneas de expresión dibujan el cansancio, el peso de una vida, hace una llamada y se pone en marcha la función.

I: Interés.

“Glengarry Glen Ross” (James Foley, 1992) es como un bourbon, una película lenta, seca e intensa, que destila olores y sabores. Es cine negro llevado a la contemporaneidad, respetando sus bases y actualizando sus ramificaciones, pues aquí ya no hablamos de asesinatos, ni detectives, aunque seguimos hablando de personajes de suburbio, antihéroes con código propio, un código gris. Personajes que han conocido el triunfo y ahora lidian con la imperecedera caída.

El guión es el alma y la cara de la película, prácticamente el 80% de la película sucede entre cuatro paredes y toda la intensidad narrativa (que no es poca) reposa en sus silencios, sus gestos, sus palabras. David Mamet firma lo que es toda una lección de guión, un estudio sobre esos “personajes” defenestrados por todos, charlatanes, artistas de la retórica, comerciales, vendedores. Y lo hace sin señalar a nadie, ni juzgar sus más que dudosas técnicas de ventas, porque al fin y al cabo de lo que nos habla esta película es de las personas, sus anhelos y esperanzas.

De lo primero que se da cuenta uno viendo esta película es de su enorme influencia teatral. La película esta dividida en dos actos, claramente separados, y que retratan el antes y el después de un acontecimiento que cambiará el devenir de sus personajes. Nos encontramos ante una película coral. Por un lado tenemos a Shelley Levine (Jack Lemmon), el comercial con más experiencia, atormentado y nostálgico, pasando por una muy mala racha. Podriamos decir que es el eje central de la película, aunque es particularmente difícil definir un claro protagonista. Por otro lado, tenemos a Ricky Roma (Al Pacino) que sería la otra cara de la moneda, el triunfador, lo que Shelley fue en su día, y que acapara para el que esto suscribe, las mejores frases de la película, que parece estar por encima de todos. También tenemos a Moss (Ed Harris), el charlatán quejica, y Alan Arkin, el sumiso, el eco de las palabras de Moss, dos personajes que forman una de esas “extrañas parejas”. Y por último al joven e inexperimentado jefe John Wiliamson (Kevin Spacey).

D: Decisión.

Una película así requería de un director de la talla de James Foley, es decir, un director menor, un mercenario sin ínfulas de artista. Yo lo tengo claro, afrontar este tipo de proyectos con humildad solo esta en mano de algunos de los mejores directores y/o de directores menores, como es el caso (que no significa necesariamente malos), personas que afrontan su trabajo con profesionalidad, respeto y rigor sin aspavientos ni barroquismos visuales. La única pega es que un director de segunda como Foley nunca será capaz de imprimir una personalidad a la altura del guión, y nos encontramos con una dirección, en ocasiones, algo desganada y muy de manual. Pero solo son detalles en un esquema donde los personajes se comen literalmente la pantalla.

La música, por otro lado, tiene una participación minúscula, únicamente marcando las transiciones de escena y algún momento aislado. No hay lugar para el lucimiento en esta película. El acompañamiento perfecto para una gélida puesta en escena, donde el humo, la lluvia, las luces de neón y el asfalto dibujan un paisaje viciado.

Por si no había quedado claro: Jack Lemmon, Ed Harris, Al Pacino, Kevin Spacey, Alan Arkin y Alec Baldwin. ¿No son ya suficientes razones para ver una película?

A: Acción.

“A, B, C. A: Siempre, B: Estar, C: Vendiendo. Siempre estar vendiendo, ¡Siempre estar vendiendo!. A, I, D, A. Atención, Interés, Decisión, Acción. Atención: ¿he conseguido su atención?, Interés: ¿Están interesados? Yo se que si, porque así funcionan sus alzas, vendes o te vas a la calle. Decisión: ¿Por qué no se deciden de una puñetera vez, joder? Y Acción…”

-(Alec Baldwin).

Con esta película pasa aquello que si te coge desprevenido te ata a la silla, es mordaz, incisiva, frenética. Y como ejemplo tenemos el monólogo de Alec Baldwin (uno de sus mejores trabajos para quien esto suscribe), un personaje sin nombre, que entra y sale de escena como una sombra, pero no deja titere con cabeza.

Acotando el texto, estamos ante una película mayúscula, de esas pequeñas joyas que huyen de la majestuosidad, que relucen tímidas pero orgullosas. Con un elenco de actores en estado de gracia y un guión impecable, no podemos más que redimirnos ante una más de esas injustamente “olvidadas” y grandes del cine.