GLICINA . Publicado en Levante 16 de marzo de 2011
Glicina es la denominación de una preciosa planta trepadora de origen chino: la Wisteria sinensis. Atravesando el puente de Calatrava -“la peineta”-, en dirección a La Alameda, se puede observar un hermoso ejemplar a la izquierda, cerca de un ficus gigante que hay en esa zona, emparrada en una pérgola. Su aroma es penetrante hasta el hondón; su fragancia dulce a la vez que salvaje; y la impresión que proporciona a la mirada es de deslumbrante melancolía primaveral cuando está en plena floración: a finales de marzo, antes de que comiencen a salir las hojas pinnadas en forma de foliolos. Son inflorescencias en racimos, como las uvas, ahítas de un violeta añil. También es el nombre de un aminoácido, de los 20 esenciales que componen las proteínas de los seres vivos.
Cuando contemplo su estampa recuerdo una hermosa novela titulada “Un abril encantado” de la australiana Elizabeth von Arnim. Es la historia de cuatro mujeres londinenses de comienzos de siglo XX, que, aburridas de una vida monótona, deciden embarcarse en una singular y sencilla aventura: alquilar un pequeño castillo durante el mes de abril en la Riviera italiana, a la orilla del Mediterráneo, en cuyo jardín hay una glicina exuberante. Las cuatro mujeres, de diversas procedencias y estratos sociales, se juntan por un anuncio en el Times londinense. A raíz de ese encuentro, surge una amistad profunda entre las protagonistas. Cada una, que aparentaba una cosa bien distinta, en la intimidad, muestra aspectos que parecen ingenuos a simple vista, pero fascinantes. Andan en búsqueda, insatisfechas, de su propia identidad femenina: ¿Qué están haciendo en la vida? ¿Qué sentido tienen sus existencias? ¿Cuál es su papel en la sociedad que les ha tocado vivir? Pierden los convencionalismos propios de la época y se sienten “liberadas”. Sus páginas son de una inocencia instintiva, llenas de lirismo, ternura y humor. Se cuentan sus fracasos y frustraciones, y también sus esperanzas. Dos de ellas están un poco hartas de sus maridos porque no les hacen caso; otra, es una viejecita solitaria y aburrida, desengañada de su ya larga vida; la cuarta, es una jovencita de una guapura extraordinaria que se encuentra abrumada por el éxito social. El clima templado y relajado, la soledad, el sol deslumbrante, la vida al aire libre, la confianza recíproca, hacen lo demás: descubren de nuevo el amor a sus maridos y como éstos no pueden pasar sin sus mujeres; la añeja mujer, ajada, recupera las ansias de vivir, porque se siente útil a las demás y manifiesta un corazón generoso que devuelve la paz y el sosiego; y la joven, frívola y alocada, descubre que lo importante es la belleza interior del alma.
Años más tarde, Victor Frankl puso en evidencia la importancia que tiene la búsqueda de sentido: “el sentido no puede ser dado, sino que debe ser encontrado..., en la vida no se trata de dar sentido, sino de hallar sentido. El sentido de la vida no puede ser inventado, sino que debe ser descubierto. El sentido debe ser indagado, pero no puede ser producido”.