Cuando suena el despertador, Gloria maldice en silencio. Con los ojos aún cerrados y sin encender las luces, se desliza por el pasillo de la casa hasta la cocina. Abre el armarito, saca la cafetera y se deja envolver por el aroma del café; mientras, elige dos jugos de la nevera, coge dos paquetes de galletas Oreo y dos manzanas. Prepara dos bolsas de tela, una verde y una amarilla. Una para Daniel y otra para Marina. Se acerca a la ventana y ve la calle dormida aún en su negrura. Todavía no son las seis y media. El burbujeo del café ya listo le trae de vuelta a la cocina. Solo, con dos de azúcar. Aún no amanece.
En la parada de la guagua hace mucho frío. A Daniel sólo se le ven los ojos. Marina desafía al aire helado sin bufanda ni gorro. Tiene el pelo largo, color tabaco y hoy lo lleva suelto. Gloria está muy guapa, como casi siempre. Y está de mal humor, como casi siempre. Discute con Marina, que al subir, se sienta sola al fondo. Se enfada con Daniel, que no para
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