Acabo de volver a casa desde Zafra, en donde desde ayer he vivido nuevamente experiencias de civilidad y de participación ciudadana que desde hace mucho pongo como un ejemplo que no encuentro con tanta frecuencia en la ciudad en la que resido; con tanta frecuencia tan floja e indolente en materia cultural. Ayer noche, en la Casa de la Cultura, la inauguración de Las miradas del silencio, la exposición fotográfica de Fernando Clemente, que ha querido reinterpretar muy significativos cuadros de la pintura barroca —de Velázquez, Zurbarán, Caravaggio, George de la Tour, Vermeer, Murillo, Bernini...— e incorporar a su propuesta una buena dosis de «participación ciudadana», pues sus modelos han sido mujeres y hombres reconocibles, muchos de los cuales estaban allí anoche junto a un más que sobrado centenar de asistentes. He leído el catálogo de la exposición, con el texto —«Las miradas del silencio. El Eón barroco en las fotografías de Fernando Clemente»— de Michel Hubert Lépicouché —que siempre sugiere y enseña—, he vuelto a contemplar, ya en couché, las fotografías y he adjudicado a los rostros de los figurantes el índice onomástico; y habría mucho que añadir de positivo a lo visto; pero ahora me interesa decir que hoy por la mañana he vivido otra manera de implicarse en un proyecto de dinamización de la realidad ciudadana que nos rodea, y de la mejor manera de hacerlo, a mi modo de ver. Una veintena de personas que dedican dos horas y pico de la mañana de un sábado a debatir sobre el sentido, los fines, las mejoras y las actividades de una asociación cultural como el «Colectivo Manuel J. Peláez» —constituida en Zafra en 2010— sin ánimo de lucro, que «funciona exclusivamente con personas voluntarias, genera sus propios recursos y solo excepcionalmente y con carácter finalista tramita ayudas económicas de entidades privadas o públicas», como se indica en la «Presentación» que hoy se nos ha repartido a los socios y a las socias que allí estábamos. Soy socio fundador y ha sido mi primera asamblea. Bien está.
Acabo de volver a casa desde Zafra, en donde desde ayer he vivido nuevamente experiencias de civilidad y de participación ciudadana que desde hace mucho pongo como un ejemplo que no encuentro con tanta frecuencia en la ciudad en la que resido; con tanta frecuencia tan floja e indolente en materia cultural. Ayer noche, en la Casa de la Cultura, la inauguración de Las miradas del silencio, la exposición fotográfica de Fernando Clemente, que ha querido reinterpretar muy significativos cuadros de la pintura barroca —de Velázquez, Zurbarán, Caravaggio, George de la Tour, Vermeer, Murillo, Bernini...— e incorporar a su propuesta una buena dosis de «participación ciudadana», pues sus modelos han sido mujeres y hombres reconocibles, muchos de los cuales estaban allí anoche junto a un más que sobrado centenar de asistentes. He leído el catálogo de la exposición, con el texto —«Las miradas del silencio. El Eón barroco en las fotografías de Fernando Clemente»— de Michel Hubert Lépicouché —que siempre sugiere y enseña—, he vuelto a contemplar, ya en couché, las fotografías y he adjudicado a los rostros de los figurantes el índice onomástico; y habría mucho que añadir de positivo a lo visto; pero ahora me interesa decir que hoy por la mañana he vivido otra manera de implicarse en un proyecto de dinamización de la realidad ciudadana que nos rodea, y de la mejor manera de hacerlo, a mi modo de ver. Una veintena de personas que dedican dos horas y pico de la mañana de un sábado a debatir sobre el sentido, los fines, las mejoras y las actividades de una asociación cultural como el «Colectivo Manuel J. Peláez» —constituida en Zafra en 2010— sin ánimo de lucro, que «funciona exclusivamente con personas voluntarias, genera sus propios recursos y solo excepcionalmente y con carácter finalista tramita ayudas económicas de entidades privadas o públicas», como se indica en la «Presentación» que hoy se nos ha repartido a los socios y a las socias que allí estábamos. Soy socio fundador y ha sido mi primera asamblea. Bien está.